Pocas palabras tienen el peso simbólico e histórico del nombre Roma. No solo designa a la ciudad que fue el epicentro de uno de los imperios más influyentes de la historia, sino que, además, evoca una herencia cultural, jurídica y política que se extiende hasta nuestros días. Sin embargo, el origen etimológico del vocablo Roma sigue siendo, aún hoy, un motivo de debate entre filólogos, historiadores y arqueólogos. Si bien existen múltiples hipótesis, algunas de corte legendario y otras con una base filológica de cierto peso, ninguna ha logrado solventar la cuestión de manera indiscutible.
La teoría del río Tíber: Roma como “ciudad del río”
Una de las explicaciones más antiguas y extendidas sostiene que el nombre de Roma deriva de una antigua denominación del Tíber: Rumon o Rumen. Esta hipótesis, recogida por autores de la antigüedad tardía como Servio Mario Onorato, se basa en consideraciones tanto topográficas como filológicas. En esta interpretación, Rumon —nombre arcaico del río que atraviesa la ciudad— tendría una raíz indoeuropea vinculada al verbo latino ruo (“fluir”), lo que acercaría su sentido al de “corriente” o “curso de agua”.
Según esta hipótesis, el nombre de la ciudad haría referencia directa a su proximidad al Tíber y la convertiría en la “ciudad ribereña” por excelencia. Esta interpretación cuenta con el respaldo de la tradición romana más temprana. Generaciones de estudiosos la han sostenida tanto por su coherencia geográfica como fonética. Sin embargo, aunque plausible, esta hipótesis no se apoya en pruebas lingüísticas tan sólidas como otras formulaciones más recientes.
El enfoque etrusco: “Roma” como derivado de “ruma”
Una de las propuestas más convincentes y filológicamente fundamentadas la proporcionó el lingüista Massimo Pittau, quien sugirió que el nombre de Roma no está vinculado al Tíber, sino a una palabra de origen etrusco: ruma, que significa “pecho” o “mama”. Según esta teoría, la ciudad habría recibido su nombre por la forma del terreno sobre el que se asienta, en particular las colinas del Palatino y del Aventino, cuyas curvas suaves habrían recordado a los antiguos habitantes la forma de un pecho femenino.
Esta interpretación no solo conecta el nombre de la ciudad con una imagen concreta del paisaje, sino que, además, encuentra un eco poderoso en el símbolo fundacional por excelencia de la ciudad Roma: la loba que amamanta a Rómulo y Remo. Esta escena, omnipresente en la iconografía romana, adquiere una nueva dimensión bajo esta luz. La palabra ruma, por tanto, no solo funcionaría como una referencia topográfica, sino también como un símbolo de nutrición, origen y protección, coherente con la función materna que la ciudad asumirá dentro del imaginario romano.
Desde el punto de vista lingüístico, la hipótesis de Pittau se refuerza por el hecho de que ruma ya aparece en el léxico del latín arcaico, y se ha documentado su uso en diversas inscripciones. Según esta visión, Roma sería una evolución fonética de Ruma, nombre etrusco adoptado por el latín. De él derivarían también nombres propios como Romulus (Rómulo) y gentilicios como Rumelna y Romilius, lo cual sugiere que el topónimo pudo originar, a posteri, el nombre del mítico fundador, y no al revés, como sostiene la tradición legendaria.

Etimologías míticas y otras hipótesis
Como sucede con muchas ciudades de fundación antigua, las explicaciones legendarias también han tenido un peso considerable en la historia etimológica del término Roma. Una de las versiones más difundidas en la zntigüedad atribuía el origen del nombre a una figura femenina llamada Rome, hija de Ascanio o esposa de Eneas, dependiendo del relato. Estas versiones buscaban establecer un lazo entre Roma y Troya para reforzar el prestigio de la ciudad a través de un linaje heroico.
Otra tradición, de origen griego, proponía que el nombre de Roma provenía de la palabra rhome, que significa “fuerza” o “vigor”. Esta interpretación encajaba bien con la imagen que los griegos tenían de Roma como potencia emergente, aunque carece de sustento lingüístico sólido dentro del latín o el etrusco. También se ha planteado que el nombre derive de un antiguo clan etrusco llamado Ruma, pero esta idea, aunque interesante, no ha logrado una aceptación generalizada ni se apoya en evidencia documental contundente.
En todas estas variantes, lo que se observa es el intento de dotar al nombre de Roma de un significado que refleje la grandeza histórica y simbólica de la ciudad. Sin embargo, desde el punto de vista filológico, estas teorías legendarias no superan el análisis crítico y científico.

Una interpretación coherente: geografía, lengua y mito
Si comparamos todas estas propuestas, el argumento más sólido sigue siendo el de ruma como “mama”, tanto por su adecuación fonética como por su coherencia con el entorno físico y las asociaciones mítico-simbólicas de la ciudad. Este análisis no contradice los relatos tradicionales, sino que les aporta una base material y lingüística más creíble. En efecto, la imagen de la loba amamantando a los gemelos se convierte en un eco cultural y visual del propio nombre de la ciudad, lo que refuerza una identidad que integra geografía, mito y lengua.
La hipótesis del Tíber como Rumon continúa siendo respetada, tanto por su antigüedad como por la centralidad del río en la vida urbana de Roma. Sin embargo, su respaldo lingüístico no alcanza el grado de precisión que ofrece la propuesta basada en el término etrusco, ni encuentra ecos tan directos en los nombres propios y gentilicios derivados.

Un enigma con raíces múltiples
Aunque la etimología de Roma aún resulte discutible, el avance de los estudios filológicos ha permitido identificar con claridad las hipótesis más verosímiles. La idea de que Roma derive de ruma, término etrusco para “mama”, ofrece una explicación integral que conecta paisaje, simbolismo y evolución lingüística.
Al mismo tiempo, la riqueza del nombre de Roma radica en que ha sabido acoger tanto interpretaciones mitológicas como análisis filológicos, y en que ha servido de espejo para que cada época proyecte en él su propia idea de origen, fuerza y destino. En el fondo, , fiel a su vocación de eternidad, la ciudad que dio nombre a un imperio sigue alimentando el debate histórico.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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