De la colonización a la lucha por la independencia en Asia, África y América Latina

El vasto continente asiático vivió entre las dos guerras toda una serie de cambios: China se convirtió en República, pero estuvo inmersa en una larga guerra civil, Japón desplegó sus ansias imperialistas en el continente, el sur y el sudeste de Asia se mantuvieron bajo control británico y francés y unos pocos países accedieron a la independencia. Un abanico de situaciones diversas y complejas.

Asia convulsa

Las potencias coloniales europeas empezaron a introducir reformas en sus dominios, no solo por razones de eficacia o de coste: aparecieron nuevos actores, diferentes a aquellos que habían presentado históricamente resistencias; ahora eran movimientos independentistas con proyectos estatales autónomos. Por otra parte, los gobiernos burocráticos dieron pie al surgimiento de burguesías autóctonas que conformaron nuevas élites con quienes era posible negociar protectorados y nuevos esquemas de tutela. Las independencias tardarían todavía un tiempo en concretarse.

El Imperio japonés ya se había convertido en un actor relevante en la escena asiática. En unas pocas décadas de apertura al exterior (era Meiji, 1868-1912) había logrado desarrollar unas capacidades industriales notables, en gran medida inspirándose en Prusia. De hecho, se le considera el primer caso de industrialización no occidental. Sin embargo, necesitado de recursos naturales y de mercados abiertos, y muy influido por un creciente ultranacionalismo militarista, Japón también se convirtió en un elemento desestabilizador interviniendo en Corea y Formosa y chocando con Rusia (guerra de 1904-1905).

Bombardero nipón sobre Port Arthur
Desde agosto de 1904 a enero de 1905, el asedio de Port Arthur fue la batalla más larga y violenta de la guerra ruso-japonesa. Arriba, un bombardeo nipón sobre Port Arthur (acuarela). Foto: Getty.

En 1914, declaró la guerra a Alemania y después se hizo cargo de posesiones alemanas en el Pacífico: Micronesia, islas Marshall, Palaos y Marianas del Norte. Sin embargo, lo más trascendente sería la invasión de Manchuria (norte de China) en 1931 y el establecimiento del régimen títere de Manchukuo, que conllevó su retirada de la SDN en 1933, y la posterior invasión de China en julio de 1937, llegando a ocupar Pekín y Shanghái. Este imperialismo japonés a gran escala en el continente, que se ampliaría durante la Guerra Mundial, daría pie a una animadversión antijaponesa que perdura en varios países asiáticos hasta hoy.

En 1912, había abdicado el último emperador de la dinastía Qing y, tras una corta guerra civil, se había establecido la República China, cuyo primer presidente fue Sun Yat Sen. Pero el gran coloso asiático sucumbió a múltiples convulsiones internas y a una rápida fragmentación del país a manos de señores de la guerra locales. En 1921, se fundó en Shanghái el Partido Comunista Chino. Esta nueva fuerza política, apoyada por la URSS, colisionó pronto con el partido nacionalista chino Kuomintang, lo que provocó a partir de 1927 una guerra civil que duraría cerca de dos décadas, con enorme impacto en la población, millones de bajas y una devastación que agotaría al país. A esta hecatombe se sumarían las dos invasiones japonesas.

Otros dos países accedieron a la independencia. Afganistán, por su importancia geoestratégica, siempre fue un territorio codiciado por iraníes, británicos y rusos. Finalmente, tras la tercera guerra anglo-afgana, en 1919 se dio fin al protectorado británico y Afganistán accedió a la independencia. La monarquía puso en marcha reformas, pero vivió una convulsa sucesión de golpes. En 1934 entraba en la SDN. Afganistán se mantendría neutral durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

El segundo caso fue Mongolia. La llamada Mongolia exterior era una región autónoma de China desde 1912, pero aprovechando la crisis en China en 1921 se independizó con ayuda soviética y en 1924 se declaró República Popular de Mongolia.

El sudeste asiático seguía en manos europeas. Birmania era un prolongación del Raj británico de la India y los Estados Federados Malayos estaban de facto en la órbita de Londres. Por su parte, Francia había constituido en 1887 una federación denominada Indochina Francesa, integrada por Annam, Tonkín, Cochinchina, el Reino de Camboya y Laos, con capital en Saigón. Entre ambos competidores europeos, el Reino de Siam había logrado hábilmente mantener su independencia a modo de Estado tapón, aunque no pudo escapar de la influencia británica. Más al sur, los holandeses seguían controlando las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia), intensificándose en esos años su penetración económica y administrativa en las islas, lo que incrementó la resistencia local. En esos años surgieron en todas esas regiones movimientos de contestación, nacionalistas o de inspiración socialista, a manos de jóvenes que se habían formado en las metrópolis.

Tras la retirada de España (1898), a pesar de la aguerrida resistencia de los nacionalistas encabezados por Emilio Aguinaldo, Filipinas cayó bajo el control de Estados Unidos, tras una cruenta guerra filipino-estadounidense que provocó más de un millón de muertos. La ocupación colonial se formalizó en 1913 y adoptó en 1935 la forma de Mancomunidad (Commonwealth) de Filipinas, con el objeto de alcanzar la independencia en diez años. La ocupación japonesa de 1941 alteraría esa hoja de ruta.

Los últimos de Filipinas
1898 supuso la pérdida por parte de España de su imperio colonial. Tras abandonar Filipinas, el país asiático cayó bajo el control de EE UU. En la imagen, escena de la película 1898. Los últimos de Filipinas (2016). Foto: Álbum.

El período de entreguerras fue crucial para la India, la joya de la corona del Imperio británico, porque en esos años tuvo lugar una parte sustancial de las movilizaciones populares y las negociaciones previas que llevarían más tarde a la independencia. A partir de 1920, empezaron las demandas de autonomía. Múltiples grupos, entre los que destacaban el Partido del Congreso (creado en 1885) y la Liga Musulmana Pan India (1906), pedían más autogobierno. Mahatma Gandhi, líder de la resistencia anticolonial por medios pacíficos, fue el artífice de la conversión del Partido del Congreso en un movimiento de masas. Tras arduas negociaciones, en 1935 India obtuvo un gobierno propio y asambleas legislativas independientes.

África colonizada

Muy distinta era la situación en el continente africano. En 1919, solo eran independientes la Unión Sudafricana, Etiopía y Liberia; todo el resto estaba bajo dominación colonial de algún país europeo. Y más aún, en esos años hubo nuevas aventuras coloniales: la de la Italia de Mussolini, que reforzó su presencia en Libia en 1922 y en Abisinia, y la de España en norte de Marruecos.

Mapa del África colonial en 1914
Sobre estas líneas, mapa del África colonial en 1914. Entre 1919 y 1939 se fraguarían cambios claves en el ámbito del colonialismo y la dominación occidental. Foto: Getty.

Todo el norte de África estaba bajo control europeo: Marruecos, bajo protectorado francoespañol (desde 1912); Túnez, bajo protectorado francés (desde 1883); el Sáhara Occidental, bajo dominio español; Argelia era colonia francesa desde 1830 y Libia había sido colonizada por Italia en 1912. Todos ellos alcanzarían las independencias después de 1950. Finalmente, Egipto, también bajo protectorado británico (desde 1912), obtendría la independencia en 1922.

El África subsahariana estaba repartida esencialmente entre Francia, Inglaterra, Portugal y Bélgica, que desplegaban diferentes tipos de gestión colonial. El período de entreguerras supuso la aceleración de las prácticas coloniales: se intensificó la explotación de los recursos naturales, se invirtió en la administración y en las infraestructuras y se precisaron los límites territoriales dibujando las fronteras que heredarían los Estados africanos independientes.

También allí se aplicó el sistema de Mandatos en 1919. El Pacto de la SDN señalaba:

“5. El grado de desarrollo en que se encuentran otros pueblos, especialmente los del África Central, exige que el mandatario asuma la administración del territorio en condiciones que, con la prohibición de abusos tales como la trata de esclavos, el tráfico de armas y de alcohol, garanticen la libertad de conciencia y de religión sin otras limitaciones que las que puede imponer el mantenimiento del orden público y de las buenas costumbres, y la prohibición de establecer fortificaciones o bases militares o navales y de dar instrucción militar a los indígenas para otros fines que los de policía o defensa del territorio, y que aseguren igualmente a los otros miembros de la sociedad condiciones de igualdad para el intercambio y el comercio. 6. Existen, por fin, territorios tales como el Sudoeste Africano y ciertas islas del Pacífico Austral, que debido a su escasa población, a su superficie reducida, a su alejamiento de los centros de civilización, a su contigüidad geográfica con el territorio del mandatario, o a otras circunstancias, no podrían ser mejor administrados que bajo las leyes del mandatario como parte integrante de su territorio, bajo reserva de las garantías previstas más arriba en interés de la población indígena”.

De esta forma, las antiguas colonias alemanas de África del Sudoeste, Camerún, Tanganica, Togo, Ruanda y Burundi pasaron a manos de la Unión Sudafricana, Francia, el Reino Unido y Bélgica, que ampliaron aún más sus posesiones africanas.

Batalla de Spion Kop
Los soldados británicos se preparan para la Batalla de Spion Kop, el 24 de enero de 1900, durante la Segunda Guerra Bóer (grabado). Foto: Alamy.

La modernización económica, las nuevas infraestructuras en las zonas útiles para el colonizador y el desarrollo de ciertas políticas públicas –hospitales, escuelas– tuvieron un efecto contradictorio en las colonias. Se mejoraron las condiciones de vida y se inició un cambio demográfico: disminuyó la mortalidad y aumentó la población. Pero el desarrollo económico, insuficiente y desigual, el desempleo y la urbanización dislocaron las sociedades tradicionales y alimentaron el descontento, lo que fue aprovechado por los nacionalismos anticolonialistas.

La colonia supuso la aparición de nuevas clases de trabajadores ligados a la burocracia y las explotaciones, que se familiarizaron con el mundo de los colonos y las propias metrópolis. Aparecieron movimientos sindicales. Los hijos de algunas élites indígenas se formaron en Europa y se impregnaron de nuevas ideas políticas. Su retorno al orden colonial, discriminador y excluyente, les llevó a formar grupos anticolonialistas desde sus realidades culturales específicas o incorporando elementos del socialismo.

Por otra parte, la Primera Guerra Mundial contribuyó al despertar de los pueblos colonizados. Miles de soldados de las colonias participaron en los ejércitos aliados; algunos estiman que hasta dos millones. Los más numerosos fueron los procedentes de la India y de las colonias francesas de África (como los famosos tiradores senegaleses); también hubo africanos en el bando alemán. El retorno de los supervivientes a los países de origen también alimentó deseos de emancipación.

En la mira de Estados Unidos

Estados Unidos se había convertido en una potencia a lo largo del siglo XIX, extendiendo su territorio, atrayendo población y desarrollando una potente industria, pero su política exterior era bastante aislacionista, al menos fuera del continente. La llamada Doctrina Monroe (América para los americanos), en su primera acepción en 1823, planteaba la defensa de los procesos de independencia y que cualquier intervención de los europeos en América sería vista como un acto de agresión.

Caricatura sobre la Doctrina Monroe
Caricatura sobre la Doctrina Monroe (1901) que apareció publicada en la revista Puck, semanario de humor y sátira política editado entre 1876 y 1918. Foto: Alamy.

Más tarde, en 1845 y con el presidente James K. Polk, el eslogan adquirió un significado imperialista y colonialista cuando Estados Unidos arrebató territorios a México. A finales del siglo y principios del XX, Washington había asumido plenamente la necesidad de intervenir en Centroamérica o el Caribe, su patio trasero, para contener a cualquier potencia extracontinental y defender sus intereses. Así fue en Cuba contra España, en Centroamérica contra Inglaterra o en Panamá a costa de Colombia.

El período de entreguerras se caracterizó por pocas guerras interestatales en el continente. Las principales fueron disputas territoriales en América del Sur: la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935) y la guerra entre Colombia y Perú (1932-1933). En cambio, tuvo lugar un fuerte intervencionismo estadounidense en su vecindario más inmediato, el Caribe y Centroamérica. Los motivos esgrimidos fueron variados: la existencia de acuerdos de ayuda mutua, la restauración del orden público y la estabilidad, la defensa de las propiedades de estadounidenses, el apoyo a regímenes amigos y la protección de los intereses de empresas como la United Fruit Company (de ahí surgiría el término de “república bananera”).

Cuba estuvo sometida entre 1902 y 1934 a la Enmienda Platt, un apéndice constitucional que coartaba la soberanía y permitía la intervención del vecino del norte (“el gobierno de Cuba consiente que Estados Unidos pueda ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana y el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual…”).

La Habana en 1925
Fotografía de La Habana en 1925, época en la que estaba vigente la Enmienda Platt (1902-1934) que permitía la intervención de EE UU en Cuba para velar por la independencia y el buen gobierno. Foto: Getty.

La lista de las intervenciones y ocupaciones en Centroamérica y el Caribe es larga: Haití vivió 19 años de ocupación entre 1915 y 1934; República Dominicana, entre 1916 y 1924; en Panamá, los marines ocuparon la provincia de Chiriquí para mantener el orden público en 1918, y en 1925 ocuparon Ciudad de Panamá para acabar con una huelga y mantener el orden; en Honduras, en 1924 los marines intervinieron para mediar en un enfrentamiento civil.

Por su parte, Nicaragua estuvo ocupada entre 1912 y 1933; mediante el Tratado Bryan-Chamorro de 1916 estuvo sometida a un régimen de casi protectorado por el que Washington interfería en la política interna, y en 1927 desembarcaron los marines. La resistencia de una heterogénea guerrilla popular encabezada por Augusto C. Sandino atrajo a numerosos activistas latinoamericanos y se saldó con la salida de los marines en 1933. Esta resistencia popular contribuyó a la proliferación de un sentimiento hostil de las poblaciones latinoamericanas hacia EE. UU.

El revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino
Imagen del revolucionario nicaragüense (1895-1934) en las montañas de Las Segovias, en 1928. Llamado el “general de hombres libres”, Sandino fue el líder de la resistencia nicaragüense contra el ejército de ocupación de Estados Unidos. Foto: Álbum.

Dicho intervencionismo fue acompañado por una propaganda que lo justificaba. El documental Gringo in Mañanaland (1995, Dee Dee Halleck) ilustra muy bien cómo la industria del cine estadounidense construyó desde los años veinte una serie de imágenes y estereotipos sobre América Latina que contribuyeron a conformar determinadas percepciones y a legitimar las más que cuestionables políticas del gobierno de Washington en la región.

Cortesía de Muy Interesante



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