- Autor, Joseph Poore*
- Título del autor, BBC Future
Todos sabemos que la producción de la mayoría de los alimentos genera emisiones de gases de efecto invernadero, que impulsan el cambio climático. Estas emisiones proceden de cientos de fuentes distintas, como los tractores que queman combustible, la fabricación de fertilizantes y las bacterias de las tripas de las vacas.
En total, la producción de alimentos contribuye con una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por el hombre.
Sin embargo, hay algunos alimentos que eliminan del aire más gases de efecto invernadero de los que emiten, por lo que se los conoce como alimentos “carbono-negativos”. Estos dejan el clima mejor de lo que lo encontraron.
Producir y consumir más de estos alimentos podría ayudar a reducir el impacto de carbono de nuestra alimentación y, en algunos casos, a restaurar los ecosistemas en el proceso.
Cuando las plantas crecen, toman dióxido de carbono (CO2) del aire, pero cuando nosotros (o los animales) las metabolizamos, este CO2 suele volver directamente a la atmósfera.
Sin embargo, debido a las continuas emisiones, necesitamos eliminar permanentemente el carbono de la atmósfera, almacenándolo en las profundidades del mar, en las rocas, en el suelo o en los árboles.
Hay algunos productos alimenticios y prácticas de producción que lo consiguen. De hecho, ya es posible hacer que toda tu dieta sea carbono-negativa, aunque en el mundo actual requeriría cambios sustanciales en la forma de comer de la mayoría de la gente.
Quelpos (laminariales)
Al crecer, los quelpos y otras macroalgas absorben CO2. Algunas partes de estas algas se desprenden y descienden al fondo del océano, donde se almacena parte de ese carbono.
Estas cantidades son relativamente pequeñas por kilogramo de algas, por lo que para que los alimentos a base de algas sean carbono-negativos, la cadena de suministro tiene que ser muy eficiente en cuanto al carbono, con un mínimo de transporte, envasado y procesamiento.
Por lo tanto, los quelpos de origen local tienen el potencial de ser carbono-negativo (aunque esto representa la minoría de los casos hoy en día). Sin embargo, la compra de algas puede suponer un incentivo para restaurar las vastas zonas de bosques de algas que han sido destruidas; un beneficio medioambiental que va más allá de la mitigación del cambio climático.
Productos bacterianos
Las metanotróficas son un grupo de bacterias que se encuentran en diversos entornos y que consumen metano para obtener energía. Esto es muy útil porque el metano es un potente gas de efecto invernadero, y cada kilogramo provoca un calentamiento 30 veces superior al del CO2 en una escala temporal de 100 años.
Si comemos estas bacterias, las metabolizamos, y liberamos CO2. Por tanto, comer productos que contengan estas bacterias convertiría un potente gas de efecto invernadero (metano) en otro mucho menos potente (CO2).
Las bacterias también necesitan otros nutrientes, como nitrógeno y fósforo, pero las investigaciones demuestran que se pueden utilizar flujos de residuos ricos en nutrientes, como residuos alimentarios o estiércol animal, como fuente de nutrientes.
Es muy probable que los productos derivados de estas bacterias -como las proteínas en polvo o los sustitutos de la carne- sean carbono-negativos, aunque hoy en día no hay ninguno en las tiendas.
Sin embargo, en 2023, la finlandesa Solar Foods lanzó en Singapur un helado que incluye una proteína elaborada a partir de otro tipo de bacteria, lo que demuestra que podría existir un mercado para los productos alimentarios de origen bacteriano.
Arándanos y apio
En las turberas húmedas, el carbono orgánico puede acumularse más rápido de lo que se descompone. Allí pueden cultivarse algunos productos, como distintos tipos de arándanos y apio. Por tanto, los alimentos cultivados de este modo tienen el potencial de ser carbono-negativos, si sus cadenas de suministro también se hacen muy eficientes en cuanto al carbono.
Este no suele ser el caso de los arándanos frescos, que a menudo se envasan en plástico y se transportan por avión desde países como Perú, lo que los convierte en alimentos con un alto contenido de carbono. Aunque existen productos de turbera con emisiones negativas de carbono, por el momento son muy raros y difíciles de encontrar en las tiendas.
Frutos secos, aceitunas y cítricos
Plantar árboles en tierras de cultivo almacena carbono. En los últimos 20 años, la superficie mundial de frutos secos se ha duplicado, y gran parte de esta expansión se ha producido en tierras de cultivo.
Incluso teniendo en cuenta toda la cadena de suministro, el típico producto de frutos secos que se compra hoy en las tiendas elimina alrededor de 1,3 kg de CO2 por kg.
Estas absorciones duran hasta que los árboles alcanzan la madurez, normalmente a los 20 años. Si los árboles se utilizan para fabricar productos de madera duraderos al final de su vida útil, este carbono puede permanecer almacenado durante mucho más tiempo.
Alimentos cultivados de forma regenerativa
Muchas prácticas regenerativas, como no labrar el suelo o plantar setos, pueden aumentar la cantidad de carbono almacenado en el suelo o en la vegetación. Por ejemplo, la empresa británica de agricultura regenerativa Wildfarmed informa de la eliminación de 1,5 kg de CO2 por cada kg de trigo producido por los agricultores con los que trabaja.
Algunas empresas con cadenas de suministro eficientes en carbono afirman ya haber convertido sus productos en carbono-negativos. La cervecera londinense Gipsy Hill, por ejemplo, dice que produce cerveza carbono negativa, y ha realizado una sólida evaluación del ciclo de vida que lo avala.
Sin embargo, en el caso de los alimentos con altas emisiones, como la carne vacuna, las investigaciones han demostrado que es poco probable que las prácticas regenerativas logren la negatividad de carbono. Además, algunas de esas prácticas pueden aumentar las emisiones en otras partes del sistema alimentario.
Por ejemplo, una granja argentina, donde el ganado pasta a baja intensidad entre matorrales, certificó que su carne vacuna eliminaba 0,3 kg de CO2 por kg. Para conseguirlo, necesitó 500 metros cuadrados de pastos y tierras de cultivo por kilo de carne.
Si todas las granjas de carne de vacuno utilizaran tanta tierra, tendríamos que convertir en tierras de cultivo otros 3.000 millones de hectáreas (una superficie del tamaño de África) para satisfacer nuestra demanda actual de carne vacuna.
La necesidad de etiquetas de carbono
En general, hoy en día es muy difícil identificar los alimentos con emisiones negativas de carbono. Pero eso se está solucionando. En todo el mundo se están implantando sistemas sólidos de seguimiento y etiquetado del carbono, que tienen en cuenta el ciclo de vida completo de los productos.
Por ejemplo, en Nueva Zelanda, las explotaciones agrícolas deben cuantificar sus emisiones de gases de efecto invernadero, y en Francia, el gobierno está planeando implementar a nivel nacional el etiquetado del carbono.
Una vez que estos sistemas estén funcionando plenamente y estén respaldados por la normativa, debería ser mucho más fácil para todos identificar los alimentos con emisiones negativas de carbono.
Alimentos que ahorran tierra
A pesar de todo el potencial de los alimentos carbono-negativos, es posible que siempre constituyan sólo una pequeña parte de nuestra dieta; simplemente no hay suficientes productos con potencial carbono-negativo, y las prácticas regenerativas probablemente no puedan compensar los alimentos con altas emisiones. Así que también necesitamos otras estrategias para la negatividad de carbono.
Si dejamos de cultivar la tierra, lo más probable es que vuelva a convertirse en bosque o pradera natural. Así que si se puede producir la misma cantidad de alimentos con menos tierra, la tierra que se libere probablemente absorberá carbono.
Una forma de ahorrar tierra es aumentar el rendimiento: producir más en la misma cantidad de terreno. Sin embargo, los aumentos de rendimiento suelen ser de unos pocos puntos porcentuales al año como máximo, y ni de lejos bastan para ahorrar suficiente tierra como para que un producto sea carbono-negativo. Hace falta algo mucho más potente.
Algunos productos utilizan más tierra en comparación con sus alternativas que su sustitución puede generar emisiones negativas. Esto se debe a que, al ahorrar tierra, se libera terreno para la revegetación, que absorbería el carbono del aire.
Por ejemplo, la carne de vacuno ocupa una media de 100 metros cuadrados de tierra por cada 100 gramos de proteína, mientras que los alimentos vegetales, como los frijoles o el tofu, ocupan unos 5 metros cuadrados por la misma cantidad de proteína.
Un análisis realizado con un importante modelo climático reveló que si todos dejáramos de consumir animales y nos pasáramos de forma permanente a la alimentación vegetal, podríamos devolver 3.100 millones de hectáreas de tierras de cultivo a bosques y praderas naturales.
Se trata de una superficie del tamaño de Estados Unidos, China, la Unión Europea y Australia juntos.
Si miráramos nuestro planeta desde el espacio, se transformaría. Se eliminarían 8.000 millones de toneladas de CO2 al año durante unos 100 años, a medida que la vegetación volviera a crecer y el carbono de los suelos se reacumulara.
Esta enorme cantidad de carbono eliminado compensaría todas las emisiones de los alimentos y haría que nuestras dietas fueran carbono-negativas. Por persona, de media mundial, nuestras emisiones medias relacionadas con la alimentación pasarían de unos 2.000 kg de CO2 equivalente (CO2eq) al año a 160 kg de CO2eq al año.
Aunque el etiquetado con información sobre el carbono y las nuevas tecnologías son vitales para nuestro cambio hacia la negatividad de carbono, cambiar de productos que utilizan mucha tierra (generalmente carne y lácteos) a productos que utilizan poca tierra (generalmente alimentos vegetales) es probablemente la forma más eficaz de hacer que nuestras dietas sean negativas en carbono.
* Joseph Poore es director del Programa de Sustentabilidad Alimentaria de Oxford Martin. Investiga el impacto medioambiental de la agricultura mundial y cómo reducirlo.
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Cortesía de BBC Noticias
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