De todas las invenciones modernas con las que convivimos en el día a día, el reloj despertador es, tal vez, la más odiada en todo el mundo. Su alarma mañanera es la forma más molesta de sacarnos de la cama, ya sea con una dulce melodía o un ring chirriante.
Sin embargo, por muy odiosos que sean los despertadores, también nos resultan indispensables. Pero ¿cómo lo hacía la gente para levantarse a una hora antes de que se popularizara el uso de estos ruidosos aparatos?
Despertar antes de la tecnología
A lo largo de los siglos, el sencillo acto de saber la hora ha representado un reto para los humanos, que hemos intentando resolver de distintas maneras. En los antiguos Grecia y Egipto, se diseñaron relojes de arena y obeliscos que marcaban la hora al proyectar su sombra sobre el suelo con el avance del sol en la bóveda celeste.
Allá por el año 1500 a. C., se inventaron los relojes de arena, de agua y de aceite, que calibraban el paso de los minutos con los movimientos de estos tres ingredientes. A partir de estos inventos tempranos, surgieron unos cuantos intentos rudimentarios de crear los primeros despertadores, como los relojes de cera.
En la antigua China, se introducían clavos en las velas, estos se soltaban según se iba derritiendo la cera y caían en una bandeja de metal que había debajo. Así, el ruido que producían al golpear el metal despertaba al durmiente. Lo malo es que estos diseños eran bastante poco fiables, e impredecibles.

El reloj biológico y la luz del sol
Hasta que llegaran dispositivos más precisos y eficaces, los humanos tuvieron que recurrir a un método innato para medir el tiempo: su propio reloj biológico. El ritmo circadiano es un proceso que regula las fases de sueño y vigilia a lo largo del día. Se ve afectado, entre otras cosas, por la luz y la oscuridad: los periodos de somnolencia suelen coincidir con las horas nocturnas, mientras que estamos más espabilados durante el día.
La investigadora Sasha Handley, profesora de Historia Moderna en la Universidad de Mánchester (Inglaterra), lleva años estudiando las prácticas de sueño de los británicos en la antigüedad. Y ha descubierto que la gente solía orientar sus camas hacia el este, que es por donde sale el sol.
La explicación es, en parte, religiosa, pero es posible que esta orientación también les permitiera despertarse con los primeros rayos del sol. “Hoy en día, no es fácil imaginar un mundo donde los patrones de sueño y vigilia estuvieran directamente regidos por la salida y la puesta del sol”, señala Handley.
Naturaleza, religión y ruidos cotidianos
Otro hecho simple, pero notable, es que nuestros antepasados no tenían manera de aislar sus casas de los sonidos del mundo exterior, como hacemos hoy. “Para una sociedad que era mayoritariamente agrícola antes de la Revolución Industrial, los ruidos de la naturaleza debían de ser señales muy importantes”, indica Handley.
El canto del gallo o el mugido de las vacas en espera de ser ordeñadas debían de sacar a la gente de la cama en esos tiempo. Las campanas de las iglesias también funcionaban como un reloj despertador tempranero.
Handley opina que, en el pasado, las personas estaban más motivadas para levantarse a una hora en concreto. Las investigaciones sobre las costumbres de esa época apuntan a que las primeras horas del día tenían un significado esencialmente espiritual y se consideraban vinculadas con Dios. Por eso, era común ponerse en pie temprano para rezar.
“Levantarse pronto se consideraba una señal de salud y buena ética”, asegura Handley. Por algo se acuñó el refrán “A quien madruga, Dios le ayuda”.

Los despertadores humanos
En los siglos XVII y XVIII, salir de los brazos de Morfeo comenzó a estar algo más cronometrado gracias a los primeros relojes domésticos. Se llamaban relojes linterna, funcionaban accionados mediante pesas colgantes y poseían una campanita como alarma.
Pero no zanjaron el problema porque, en el siglo XIX, las familias pudientes empezaron a contratar a knockeruppers, un oficio que nació en Inglaterra e Irlanda y consistía en golpear en la ventana a determinada hora para despertar a sus clientes. Algunos, incluso, empleaban una pajita hueca por la que disparaba guisantes duros a los durmientes.
Estas alarmas vivientes fueron poco a poco sustituidas por la popularización de los relojes despertadores, cada vez más asequibles, en las décadas de 1930 y 1940.
Por otra parte, cabe plantearse si nuestra dependencia moderna de las alarmas mañaneras es algo positivo. Es posible que no. Algunos expertos apuntan que el hecho de que hoy en día se aprovechen los fines de semana para dormir es un indicador de que necesitaríamos descansar más horas entre semana. Algo que podríamos lograr acostándonos antes, aunque nos resistamos a hacerlo.
El cerebro y el despertar: ¿cómo sabe nuestro cuerpo cuándo levantarse?
Aunque el despertador sea el villano visible de cada mañana, la verdadera maquinaria que regula el despertar está en lo más profundo del cerebro. Allí se encuentra el núcleo supraquiasmático, una diminuta región del hipotálamo que actúa como reloj maestro.
Este centro recibe señales de la retina sobre los niveles de luz ambiental y ajusta el ritmo interno del cuerpo en consecuencia. Es el núcleo que le dice al organismo cuándo es hora de dormir, y cuándo empezar a preparar el “despegue” hacia la vigilia, incluso antes de que abras los ojos.
Uno de los grandes protagonistas de este ciclo es la melatonina, una hormona que se libera con la oscuridad y ayuda a inducir el sueño. A medida que se acerca el amanecer y la luz aumenta, la producción de melatonina disminuye. Paralelamente, suben los niveles de cortisol, una hormona relacionada con el estado de alerta. Este cambio hormonal no ocurre de golpe, sino en una secuencia orquestada que prepara al cuerpo para despertar gradualmente, elevando la temperatura corporal y activando la presión sanguínea.
Este proceso sigue lo que se conoce como el ritmo circadiano, un ciclo de aproximadamente 24 horas que regula funciones esenciales como el sueño, la digestión y la temperatura corporal. Cada persona tiene su propio cronotipo —alondra o búho, madrugador o trasnochador—, y ese patrón influye en el momento natural en el que nos resulta más fácil despertarnos.
Por eso, aunque todos tengamos relojes biológicos, no todos están sincronizados con las obligaciones de la vida moderna. De ahí que el despertador suene tan violento para algunos, y apenas una formalidad para otros.

Despertar en la era digital: ¿nos ayudan o nos perjudican los smartphones?
Nuestro smartphone se ha convertido en despertador de cabecera… y potencial enemigo del buen descanso. Si bien es cómodo programar la alarma en el móvil, su pantalla LED emite una luz azul que, especialmente por la noche, puede retrasar el ciclo natural del sueño.
Un estudio controlado en 22 personas demostró que pasar poco más de dos horas con pantalla azul antes de dormir retrasa el pico de melatonina casi tres horas y eleva la temperatura corporal, lo que repercute negativamente en la somnolencia nocturna y en la calidad del sueño.
Además, la exposición prolongada al smartphone en la cama está relacionada con un sueño más fragmentado, mayor tiempo para conciliarlo y niveles elevados de estrés nocturno, medidos a través de la frecuencia cardíaca . No basta con usar filtros de luz azul: estudios recientes concluyen que la función “Night Shift” o apps similares no previenen el retraso del descanso ni el cambio en los niveles de melatonina.
Sin embargo, no todo es negativo. Si se utiliza de manera consciente, un móvil puede ser útil: el uso matutino de luz azul ha demostrado reforzar el ritmo circadiano y favorecer el despertar, especialmente en personas mayores.
La clave está en diferenciar su uso como despertador durante el día, y evitarlo por la noche, especialmente en la cama. Colocarlo a cierta distancia y activar el modo “No molestar” puede marcar la diferencia entre una alarma saludable y un descanso comprometido.
Referencias
- Hastings, M.H., Maywood, E.S. & Brancaccio, M. Generation of circadian rhythms in the suprachiasmatic nucleus. Nat Rev Neurosci (2018). doi: 10.1038/s41583-018-0026-z
- Mohd Azmi, Nor Amira Syahira, et al. Cortisol on circadian rhythm and its effect on cardiovascular system. International journal of environmental research and public health. (2021). doi: 10.3390/ijerph18020676
- Heo, Jung-Yoon, et al. Effects of smartphone use with and without blue light at night in healthy adults: A randomized, double-blind, cross-over, placebo-controlled comparison. Journal of psychiatric research. (2017). doi: 10.1016/j.jpsychires.2016.12.010
Cortesía de Muy Interesante
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