Del mito a la ciencia: descubre en exclusiva el capítulo sobre criaturas demoníacas de ‘Animales mitológicos’

Carlos Lobato nos invita a descubrir el lado más asombroso de la imaginación humana con Animales mitológicos (Pinolia-Hestia, 2025). Un libro en el que ciencia y leyenda se entrelazan para dar sentido a las criaturas fantásticas que han habitado nuestra cultura durante siglos. Desde dragones hasta vampiros, pasando por centauros o sirenas, el autor analiza con rigor biológico y una mirada cultural única qué hay de real detrás del mito y cómo nuestras emociones y conocimientos han dado forma a estos seres imposibles.

Con motivo del lanzamiento del libro, liberamos de forma íntegra el capítulo “Criaturas demoníacas”, donde se exploran las figuras del mal en las tradiciones humanas —desde demonios clásicos hasta animales reales como sanguijuelas, murciélagos y garrapatas— que inspiraron sus leyendas. Una lectura fascinante que conecta lo mítico con lo natural y demuestra que, a veces, la biología puede ser tan inquietante como la mejor historia de terror.

Criaturas demoníacas (Carlos Lobato)

A lo largo de la historia de la humanidad, las criaturas demoníacas han sido una constante en las tradiciones y creencias de diversas culturas. Si en el capítulo anterior comenzamos explorando las criaturas celestiales, ahora abordaremos su contrapartida infernal. Desde los demonios que pueblan las pesadillas de las personas hasta los fantasmas que acechan en los rincones más oscuros de las leyendas urbanas, estos seres han sido una proyección de los miedos humanos. En la tradición oral, la literatura y el folclore, estos entes han servido, desde siempre, para personificar el mal y el temor a lo desconocido, ofreciendo una explicación simbólica a fenómenos que escapaban a la comprensión racional. Aunque varían enormemente en apariencia y características, estas criaturas demoníacas comparten un origen común con todos los seres que habitan en esta obra: la mente humana y su inclinación hacia lo imaginativo y lo sobrenatural.

Entre las figuras más notorias de este panteón de horrores se encuentran los demonios, entidades malévolas asociadas al caos y la destrucción. Desde los ángeles caídos de la tradición cristiana hasta los djinns de la mitología islámica, estos seres suelen ser retratados con rasgos físicos intimidantes, como cuernos, garras y alas de murciélago. Del mismo modo, los vampiros, conocidos por su sed de sangre y su inmortalidad, son mostrados como personificaciones del miedo a la muerte y a lo desconocido. Estos no-muertos, con sus colmillos afilados y piel pálida, encarnan el temor a la degeneración física y espiritual.

Las similitudes entre estas criaturas no son solo superficiales; muchos de sus atributos pueden compararse con características y fenómenos biológicos reales. Por ejemplo, la leyenda de los vampiros podría estar inspirada en enfermedades como la porfiria. De manera similar, la figura del demonio con cuernos y pezuñas puede estar vinculada con la iconografía de seres asociados con la lujuria o la violencia. Además, esta representación de los demonios con características animales refleja el temor a la pérdida de humanidad y al regreso a un estado primitivo de nuestra especie. En este capítulo, exploraremos la mitología de estas criaturas demoníacas y desentrañaremos sus posibles correlatos biológicos. Este análisis no solo revelará los miedos colectivos que dieron origen a estas figuras, sino también cómo han configurado en nuestra imaginación a seres monstruosos y malignos, que han inspirado una multitud de historias de terror en los cuentos, la literatura y el cine.

Ilustración de un demonio, creada con ChatGPT y modificada
con Procreate y Canva. Autor: Carlos Lobato

Simpatía por el diablo

Pocas canciones han capturado la esencia de los demonios como Sympathy for the Devil de The Rolling Stones. Este tema icónico no solo ofrece una visión provocativa de la figura del diablo, sino que también invita a reflexionar sobre la dualidad moral del ser humano y la naturaleza del mal. Partiendo de esta base, exploraremos el aterrador mundo de los demonios, recurriendo a sus múltiples representaciones a lo largo de la historia y la cultura.

Los demonios siempre se han representado como entidades poderosas y aterradoras. Estos seres han sido una constante en la mitología de diversas culturas alrededor del mundo. En la tradición judeocristiana, se les asocia con ángeles caídos que, tras rebelarse contra Dios, fueron expulsados del cielo y condenados a vivir en el infierno. El más famoso de estos seres es Lucifer, cuya caída hacia el lado oscuro simboliza el orgullo y la desobediencia. En otras culturas, como la mesopotámica, los demonios son considerados espíritus malignos que causan enfermedades y desastres. En la mayoría de las historias populares, estos demonios se manifiestan como criaturas malévolas capaces de poseer a los humanos, induciéndolos a cometer actos atroces y sembrar el caos. A menudo, estas entidades diabólicas se representan con una mezcla de rasgos humanos y características animales, simbolizando su naturaleza impura y su desconexión con la humanidad.

Los demonios son la encarnación del mal y han aparecido de manera constante en las religiones de diversas culturas. Aunque sus características físicas varían según la historia, hay ciertos elementos comunes que los vinculan. Se les atribuyen frecuentemente cuernos, colmillos, cola, garras, pezuñas y alas membranosas de colores oscuros, en contraste con la representación de los seres angelicales, que generalmente tienen alas blancas y emplumadas. Estas características simbolizan su esencia infernal y su oposición a las leyes divinas. En las historias, los demonios a menudo son retratados como maestros del engaño y la manipulación, utilizando su astucia para tentar a los humanos y llevarlos a la perdición, encarnando perfectamente una parte del eterno conflicto entre el bien y el mal.

Si consideramos a los demonios desde una perspectiva biológica, imaginando cómo podrían existir en la realidad, podemos comenzar a especular sobre su anatomía y fisiología. La típica imagen de las películas de terror y los retablos medievales representan al diablo, Satán, Lucifer o Satanás, con muchas características caprinas. Sin embargo, si nos remontamos a la Biblia, nunca se ofrece una descripción física de este personaje. En los pocos pasajes en los que aparece el diablo, no se describe su aspecto. De hecho, si consideramos que su primera aparición es en el Génesis, allí su forma es la de la serpiente que tienta a Eva con el fruto prohibido. Nada tiene que ver la imagen de este reptil con la de un macho cabrío. En cuanto a su representación como Lucifer, el ángel caído, estaría más cerca de la imagen de los demás ángeles, como los que describimos en el capítulo anterior.

Desde estas representaciones primitivas, podemos avanzar hasta encontrar al diablo con formas más demoníacas, incluso asemejándose a un dragón, como podemos ver en la pintura Saint Augustine and the Devil, que data del siglo XV y cuyo autor es Michael Pacher. Sin embargo, la imagen más clásica y conocida del diablo, y, por tanto, de la mayoría de los demonios, es con cuernos y pezuñas, elementos característicos de las cabras. En este caso, la mayoría de las fuentes consultadas concluyen que esta imagen coincide con la del dios Pan de la mitología griega, del cual ya hablamos en el capítulo dedicado a los seres teriomorfos. El origen de esta representación podría estar en los primeros escritores cristianos, quienes etiquetaron a Pan como un demonio para persuadir a la gente de que abandonara el politeísmo en favor de la nueva religión. También encontramos influencias en el demonio Azazel de la tradición judía. En las leyendas hebreas, se decía que una cabra era maldecida con los pecados del pueblo judío y enviada al desierto durante Yom Kippur, el «Día de la Expiación». De esta práctica surge también el término «chivo expiatorio», que se utiliza para describir a una persona sobre la que se proyectan todas las culpas. Además, hay registros de representaciones de diablos con cuernos y pezuñas de burro en un texto griego titulado El Apocalipsis de Baruc, fechado en torno al año 70.

Los cuernos del diablo también varían según la representación que se considere, del mismo modo que los diferentes tipos de mamíferos presentan una gran diversidad de cornamentas, que difieren ampliamente en forma, estructura y función según la especie. En los bóvidos, como las vacas, búfalos, bisontes y antílopes, los cuernos están formados por un núcleo óseo cubierto por una vaina de queratina; no presentan ramificaciones y crecen durante toda la vida del animal. Los ciervos, por otro lado, presentan astas, que son estructuras óseas ramificadas que se desarrollan anualmente y se desprenden después de la temporada de apareamiento. Los rinocerontes, en cambio, poseen cuernos compuestos enteramente de queratina, sin núcleo óseo, que pueden regenerarse si sufren daño. Menos conocidos son los extraños cuernos de las jirafas, llamados osiconos, que son crecimientos cartilaginosos cubiertos de piel y que se osifican con el tiempo. Sin embargo, los cuernos de los diablos se asemejarían más a los de los machos cabríos y carneros, formados por queratina sobre un núcleo óseo, con un crecimiento en espiral muy característico.

Con respecto a las alas, encontramos la representación típica de alas membranosas, como las de los murciélagos, que cuentan con una estructura ósea ligera y una musculatura especializada para sostener la piel entre los huesos largos de los dedos, similar a las descritas en capítulos anteriores.

Ilustración del gusano Alvinella pompejana. Autor: Carlos Lobato.

El infierno en la Tierra

Fisiológicamente, los demonios condenados a vivir en el infierno deberían contar con adaptaciones extremas para sobrevivir en un ambiente con un calor tan intenso. Una piel gruesa y escamosa podría protegerlos de las altas temperaturas, mientras que un sistema respiratorio adaptado les permitiría sobrevivir en zonas con bajo contenido en oxígeno.

No debe extrañarnos que una criatura pueda sobrevivir en condiciones extremas, ya que en nuestro mundo existen ejemplos tan espectaculares como las arqueas extremófilas, microorganismos capaces de sobrevivir a los entornos más impensables para la vida. Pero no nos desviemos del reino animal y busquemos ejemplos de adaptaciones reales que permiten a ciertas especies sobrevivir a las altas temperaturas, dignas del mismísimo infierno.

Alvinella pompejana, también conocida como gusano de Pompeya, es una de esas criaturas extraordinarias con una asombrosa resistencia a las altas temperaturas. Se trata de un gusano poliqueto que habita en las paredes de las chimeneas hidrotermales en las profundidades del océano, donde las temperaturas pueden superar los 80 °C. Para sobrevivir en este entorno extremo, ha desarrollado una serie de adaptaciones únicas. Sus enzimas presentan una estructura altamente estable, lo que les permite mantener su funcionalidad incluso a temperaturas que desnaturalizarían las proteínas de la mayoría de los animales. Además, este gusano cuenta con una capa protectora de bacterias termófilas que actúan como un manto aislante del calor extremo.

Fuera del medio acuático, encontramos a Cataglyphis bicolor, una hormiga del desierto del Sahara considerada una de las criaturas más resistentes al calor extremo en el reino animal. Esta especie ha desarrollado notables adaptaciones para sobrevivir en uno de los entornos más hostiles del planeta, donde las temperaturas del suelo pueden superar los 70 °C. Cataglyphis bicolor es capaz de soportar temperaturas corporales cercanas a los 55 °C, lo que le permite forrajear durante las horas más calurosas del día, cuando sus depredadores están inactivos. Este alto umbral térmico se debe, en parte, a su capacidad de regular la temperatura mediante comportamientos adaptativos, como levantar sus largas patas para reducir el contacto con el suelo caliente y moverse rápidamente para minimizar la exposición al calor. Además, estas hormigas poseen enzimas altamente especializadas que mantienen su estabilidad y funcionalidad en condiciones extremas, permitiéndoles llevar a cabo sus funciones metabólicas incluso a temperaturas letales para la mayoría de los organismos.

Pero, sin duda, el récord de resistencia tanto a las altas temperaturas como a otras condiciones extremas se lo llevan los tardígrados, de los que hablaremos en mayor profundidad en capítulos posteriores. Centrándonos solo en esta capacidad, estos pequeños animales, conocidos popularmente como «ositos de agua», emplean diversas estrategias clave, siendo una de las más importantes la entrada en el estado de criptobiosis. Este proceso consiste en deshidratar casi por completo su cuerpo, lo que detiene su metabolismo y, por lo tanto, reduce el daño celular que podría provocar el calor. En este estado, los tardígrados acumulan trehalosa, un monosacárido (azúcar) que estabiliza las membranas y las estructuras celulares. Además, cuentan con una serie de proteínas protectoras que ayudan a prevenir la desnaturalización de las enzimas, asegurando su correcto funcionamiento cuando las temperaturas vuelvan a niveles normales. Gracias a estas adaptaciones, pueden soportar temperaturas mucho más altas que las toleradas por cualquier otro animal de nuestro planeta, lo que los convierte en los candidatos ideales para sobrevivir a cualquier infierno en la Tierra.

El demonio entre nosotros

El diablo es una figura omnipresente en diversas mitologías, tradiciones y religiones y, por tanto, es conocido por una amplia variedad de nombres. En la tradición cristiana, es comúnmente llamado Satanás o Satán. Lucifer, que en latín significa «portador de luz», era su nombre angelical y estaba relacionado con su función como ángel encargado de «encender las luminarias del cielo». Tras su caída, pasó a ser conocido por muchos otros nombres para no volver a usar su nombre divino. También se le llama Belcebú (un nombre que deriva del dios filisteo Baal-Zebub, que significa «Señor de las Moscas») o Mefistófeles, especialmente en la literatura europea. En el folclore y la demonología, se le conoce como Asmodeo, el príncipe de los demonios, y también como Astaroth. En algunas historias apocalípticas es llamado Abadón, un ángel del abismo, o Samael en la tradición hebrea, donde es conocido como el veneno de dios o el ángel de la muerte. Esta multitud de nombres y títulos refleja no solo la diversidad de las creencias y mitos que rodean a esta figura, sino también su compleja y a menudo contradictoria representación en la cultura global.

En la biodiversidad de nuestro planeta también parece darse la misma situación, y existen diferentes especies de animales que, de una forma u otra, normalmente debido a su aspecto, han recibido un nombre relacionado con el diablo. En el capítulo seis del libro El arte de nombrar la vida —de mi propia autoría—, titulado «Literatura en la nomenclatura», se recopilan muchos de estos seres cuyos nombres científicos están dedicados al diablo y a otros demonios. Aquí nos centraremos en las criaturas cuyos nombres vulgares se han relacionado con estos seres demoníacos.

Entre los principales animales con nombres infernales se encuentran los bellos caballitos del diablo, un grupo de odonatos —parecidos a las libélulas— pertenecientes al suborden de los zigópteros. El origen de ese nombre es incierto y no se sabe si tiene que ver con su aspecto y comportamiento, ya que su cuerpo, delgado y alargado, junto con su forma de volar, ha llevado a que en muchas culturas se les asocie con seres sobrenaturales. De hecho, en algunas tradiciones son vistos como criaturas maléficas, mientras que en otras representan la buena suerte, la pureza del agua o incluso las almas de seres fallecidos transmutadas en insectos. En inglés, los zigópteros reciben el nombre de damselflies, es decir, «moscas damisela», mientras que las libélulas son llamadas dragonflies, que significa «moscas dragón». Esta evocación de seres sobrenaturales pudo influir también en la denominación de los primeros como «caballitos del diablo».

En segundo lugar, nos referiremos al diablo de Tasmania (Sarcophilus harrisii), un pequeño mamífero marsupial endémico de la isla australiana de Tasmania. El nombre vulgar de estos animales se debe, principalmente, a los primeros colonos europeos que llegaron a la isla, quienes se sorprendieron y asustaron al escuchar sus espeluznantes gritos nocturnos, que evocaban los de una criatura infernal. Esto, junto con su temperamento agresivo, su voracidad, su olor desagradable y la manera en que muestran los dientes y gruñen cuando se sienten amenazados, reforzaron su imagen de ser feroz y peligroso. Además, su pelaje negro y sus ojos rojos y brillantes contribuyeron a forjar su imagen demoníaca.

Los diablos de Tasmania, además de cazadores, también son carroñeros. Cuando dos individuos se encuentran ante un cadáver, utilizan su característico grito como herramienta disuasoria para evitar el enfrentamiento físico. Estos terroríficos alaridos sirven como advertencia intimidante, que comunica al oponente su disposición a defender el hallazgo. En lugar de recurrir inmediatamente a la confrontación física, que podría causar heridas graves, los diablos emplean estas vocalizaciones para establecer una jerarquía y disuadir a posibles rivales. Este comportamiento representa una estrategia evolutiva eficaz, ya que no solo reduce el riesgo de lesiones en estos animales, sino que además ha contribuido a la elección de su nombre.

Una tercera especie demoníaca es el lagarto conocido como diablo espinoso o moloch (Moloch horridus). Moloch era una antigua deidad o demonio mencionado en varios textos antiguos, incluida la Biblia, a la que se le rendía culto mediante rituales que incluían el sacrificio de niños. También habita en Australia y recibe su nombre debido a su apariencia, ya que su cuerpo está cubierto de escamas espinosas que le sirven tanto para defensa contra sus depredadores como para camuflarse en su entorno. Además, posee dos grandes púas en la cabeza, similares a cuernos, que refuerzan su aspecto demoníaco.

Sin movernos del orden de los reptiles, nos trasladamos ahora a la familia de los geckos, a la que pertenecen animales tan comunes como las salamanquesas (Tarentola mauritanica), que podemos ver en verano cazando mosquitos en las fachadas de nuestras casas. Dentro de esta familia encontramos a la especie Uroplatus phantasticus, conocida con el espectacular nombre de «gecko satánico de cola de hoja». Vive en Madagascar, donde ha recibido el sobrenombre de «satánico» debido a que sus ojos, en ocasiones, son rojos y a que la forma de su cabeza ofrece unas prolongaciones que parecen cuernos. Su cola es ancha y plana y posee la misma coloración marronácea que el resto del cuerpo, lo que la hace parecer una hoja seca. Esta combinación de color y forma corporal le otorga a este pequeño reptil uno de los mejores camuflajes de la naturaleza.

En el océano encontramos un género de peces cartilaginosos, pertenecientes al género Mobula, conocidos popularmente como rayas diablo, debido a las aletas cefálicas en su cabeza, que recuerdan a cuernos. A este grupo pertenecen algunas especies tan conocidas como la enorme mantarraya (Mobula birrostris).

Ilustración de Drácula, creada con ChatGPT y modificada con Procreate y Canva. Autor: Carlos Lobato

Entrevista con el vampiro

«Entre mis entornados párpados vi los enormes ojos de un gigantesco lobo, unos ojos que relucían como carbones encendidos. Brillaban también sus blancos colmillos, largos y afilados. Percibí, espantado, su aliento acre y caliente». Así describía Bram Stoker al vampiro por excelencia, el más conocido de todos los tiempos, en su obra homónima, Drácula.

Los vampiros son, según muchos mitos y leyendas, criaturas que se alimentan de la esencia vital de otros seres vivos, normalmente representada por su sangre, para poder mantenerse activos. En la cultura occidental, el prototipo de vampiro más extendido es el de origen eslavo, representado como un ser humano que ha vuelto de la muerte convertido en un depredador ávido de sangre, de piel pálida y con una terrible fotofobia. El conde Drácula es el mejor representante de este tipo de ser siniestro pero elegante, que ha sido representado en nuestra cultura popular en innumerables ocasiones.

Los vampiros son seres que habitan en libros, cuentos y leyendas, pero en nuestro planeta también existen animales hematófagos, es decir, que se alimentan de la sangre de otros animales, y que, por lo tanto, podrían considerarse vampiros de la vida real. Estos animales son susceptibles de transmitir enfermedades o causar daños importantes a los animales de los que se alimentan, pero no tienen la naturaleza malvada que a menudo se les atribuye a los vampiros en las historias. En algunos casos, viven dentro del animal del que se alimentan, siendo endoparásitos, mientras que otros lo hacen desde el exterior, como ectoparásitos. Todos ellos son vampiros debido a que se nutren de la sangre de otros seres.

Ilustración de Desmodus rotundus. Autor: Carlos Lobato

Los señores de la noche

Existen tres especies de murciélagos hematófagos conocidos como murciélagos vampiros: el vampiro común, Desmodus rotundus; el vampiro de patas peludas, Diphylla ecaudata; y el vampiro de alas blancas, Diaemus youngi. Todos ellos pertenecen a la subfamilia Desmodontinae, dentro de la familia de los quirópteros filostómidos. La distribución de las tres especies es americana, extendiéndose por regiones tan amplias como México, Brasil, Argentina y Chile.

El mito de los vampiros está habitualmente asociado a los murciélagos, y es frecuente que en las historias, cuentos, películas, dibujos animados, libros y cómics de temática vampírica estos personajes puedan transformarse en murciélagos para volar y entrar silenciosamente por las ventanas de sus víctimas. El sigilo también es una característica de los vampiros reales, que aprovechan la oscuridad de la noche para localizar a un animal dormido y buscar en su cuerpo una zona desprovista de pelo. Para ello, disponen de un sensor de radiación infrarroja situado en su nariz. Usando este órgano, intentan localizar una zona del cuerpo del huésped donde la sangre fluya cerca de la piel. Si la víctima tiene la piel cubierta de pelo, los vampiros pueden utilizar sus colmillos como si fueran la navaja de un barbero para afeitarlo. Los incisivos superiores de estos murciélagos carecen de esmalte, lo que les permite mantenerse siempre agudos y afilados, y listos para cumplir su función como herramientas de chupasangre.

Los murciélagos vampiros reales muerden de la misma manera que los ficticios, aunque estos últimos prefieren el cuello de sus víctimas, mientras que los primeros pueden hacerlo en otras partes del cuerpo. Una vez perforada la piel, los murciélagos vampiros no chupan la sangre, sino que la lamen a medida que brota de la herida. Usan su saliva como anticoagulante y analgésico para que el animal mordido no sienta dolor y la herida no se cierre con facilidad. A diferencia de los vampiros fantásticos, que suelen atacar a los seres humanos, los vampiros reales prefieren alimentarse del ganado, ungulados salvajes, zorros, mofetas, perros e incluso aves de corral como las gallinas. Esto no significa que no puedan morder a los humanos, ya que ocasionalmente lo hacen, pero la probabilidad es mínima; prefieren otras víctimas menos peligrosas. El mayor riesgo de una mordedura de murciélago vampiro es la transmisión del virus de la rabia y de otros parásitos, pues la cantidad de sangre que consumen y el daño que producen son pequeños. En cambio, en la ficción, la mordedura de un vampiro suele provocar la muerte de su víctima para que esta renazca como vampiro. Desde un enfoque científico, este fenómeno podría explicarse si el vampirismo estuviera causado por un virus transmitido a través de la mordedura.

También existen otras especies de murciélagos que podríamos llamar «falsos vampiros», ya que no son hematófagos. Entre ellas se encuentra el vampiro espectro (Vampyrum spectrum), una especie de gran tamaño con una envergadura alar de más de 50 cm, cuyo aspecto recuerda tanto a los murciélagos vampiros como a algunos monstruos de leyenda. Otra especie similar es el vampiro de nariz lanceolada (Phyllostomus hastatus), mucho más pequeño, pero también parecido.

Lo que hacemos en las sombras

Como mencionamos anteriormente, la palabra vampir, de la que se origina el término «vampiro», tiene variantes similares en todas las lenguas eslavas. En búlgaro y macedonio se emplea vampir, mientras que en ruso se utilizan vampiryvurdalak y upyr, este último también presente en ucraniano. En croata, checo y bielorruso, se emplea la forma upir, con «i» latina en lugar de «y». En polaco, los términos utilizados para referirse a estos seres son upiór y wapierz. En griego, se les conocía como tympaniaios o vrykolakas, mientras que en regiones más lejanas, como en el Caribe, recibían el nombre loogaroos. Esta última designación proviene de loup-garou, que significa «hombre lobo», por lo que se mezclan características de dos monstruos clásicos. Existen varios documentos medievales en los que a los vampiros se les nombraba con el término en latín sanguisuga, lo que nos lleva a nuestro siguiente vampiro real: la sanguijuela.

Las sanguijuelas son invertebrados pertenecientes al filo de los anélidos y a la clase de los hirudíneos. Son animales que, por lo general, habitan en cuerpos de agua; aunque algunas especies son marinas, la mayoría son de agua dulce. La mayoría de las sanguijuelas son depredadoras, y solo pocas especies son hematófagas. Estos vampiros acuáticos utilizan las ventosas de su cuerpo para adherirse a sus presas y alimentarse de su sangre. Sus víctimas más comunes son anfibios, reptiles y aves, aunque existen géneros especializados en peces y mamíferos.

Al igual que la imagen de los vampiros —piel pálida, colmillos afilados, ropa gótica…— ha sido ampliamente utilizada y, en ocasiones, resulta difícil distinguir a unos de otros, en el caso de las sanguijuelas hematófagas ocurre algo similar. Su aspecto es tan parecido entre las distintas especies que diferenciarlas a simple vista no es tarea sencilla. Por ello, nos centraremos en la más conocida y famosa de todas: la sanguijuela común (Hirudo medicinalis), que, debido a su fama, podría ser el conde Drácula de las sanguijuelas.

Esta sanguijuela se distribuye por toda Europa y es conocida en algunos lugares con nombres como sangonera, sanguisuela, sanguja o chupasangre. Al igual que muchos vampiros en la ficción, que son perseguidos y destruidos, las sanguijuelas han estado en declive durante mucho tiempo y están casi extintas en estado salvaje. Esto se debe, sobre todo, a la desecación y contaminación de los humedales donde habitan, así como a la introducción de especies exóticas.

En el caso de las sanguijuelas, sí podemos hablar de que son verdaderos chupasangres, ya que se fijan a sus víctimas mediante su ventosa bucal. Utilizan los afilados dientes de sus tres mandíbulas para hacer una herida en la piel y succionar la sangre con su poderosa faringe. Su boca cuenta con glándulas que segregan el péptido hirudina, una sustancia anticoagulante que impide el cierre de la herida, permitiendo que siga fluyendo. Además, su saliva contiene sustancias anestésicas y vasodilatadoras. Las sanguijuelas también tienen una ventosa posterior en su zona anal, con la cual se fijan a sus huéspedes, así como un buche en su tubo digestivo que les permite almacenar la sangre de la que se alimentan. Gracias a este buche, una sanguijuela puede almacenar sangre hasta aumentar cinco veces el tamaño de su cuerpo.

Cuando los vampiros muerden, dejan una marca característica en el cuello de sus víctimas, en forma de dos pequeños agujeritos. Sin embargo, las sanguijuelas dejan una marca muy diferente. La mordedura de la sanguijuela, con más de cien minúsculos y afilados dientes en cada una de sus tres mandíbulas, deja una marca en forma de estrella de tres puntas, muy parecida al símbolo de la marca de vehículos Mercedes Benz. La sanguijuela puede estar enganchada a su presa durante mucho tiempo sin que esta lo note y, una vez desprendida, la herida puede seguir sangrando durante horas, a menos que se detenga la hemorragia.

El nombre científico de la sanguijuela, Hirudo medicinalis, hace referencia al uso tradicional que se ha hecho de estos animales para realizar sangrías o sangrados, una práctica que aún se mantiene en algunas regiones del mundo, donde son utilizadas por chamanes y curanderos. En hospitales más modernos, también son empleadas por médicos en cirugía reconstructiva. Antiguamente, se pensaba que podían curar todo tipo de enfermedades, desde dolores e inflamaciones hasta afecciones oculares, obesidad, enfermedades cardiacas y patologías mentales. De hecho, la gran popularidad que alcanzaron hizo que se comercializaran incluso en farmacias, lo que marcó el inicio de su declive. Son, desde hace ya tiempo, vampiros en decadencia.

Carlos Lobato en un momento de la presentación del 19 de junio en la Casa de la Cultura de Arahal, Sevilla

Mar de sangre

A pesar de que el aspecto de los vampiros sigue ciertos estándares bastante regulares, nos encontramos con variaciones en la cultura popular que se alejan un poco de la tradicional cara pálida y ojerosa, con colmillos puntiagudos del vampiro de Transilvania. Por ejemplo, según el folclore rumano, los vampiros pueden variar considerablemente en su apariencia, transformándose en diversos animales, como gatos, perros, lobos y, por supuesto, murciélagos. También, en ocasiones, se concibe la transformación de los vampiros en niebla, lo que les permite moverse sin ser vistos durante la noche. En Bulgaria y Polonia, se dice que los vampiros tienen un solo orificio nasal y que su boca no cuenta con colmillos para succionar la sangre; sino que tienen una especie de aguijón en la punta de la lengua, el cual es el encargado de perforar la piel de sus víctimas. Este tipo de boca vampírica debe ser bastante espeluznante, pero en el reino animal nos encontramos con una que seguro que causa más pánico: la boca de las lampreas.

Los agnatos son peces sin mandíbulas, entre los que se encuentran las mixines y las lampreas. Son estas últimas las que, a pesar de no tener mandíbulas, tienen una boca que llama mucho la atención, ya que presenta un aspecto circular con forma de ventosa y está llena de varias filas de dientes raspadores concéntricos. Al igual que los vampiros búlgaros y polacos que acabamos de mencionar, también cuentan con una lengua córnea afilada que puede actuar como émbolo para succionar la sangre de la presa, haciendo el vacío en la herida. El hecho de no tener mandíbulas se debe a que estos peces son los representantes actuales de uno de los tipos de vertebrados más antiguos que existen, por lo que comparten muchas de sus características con esos agnatos primitivos de los cuales evolucionaron el resto de los peces.

Todas las especies actuales de lampreas, unas cuarenta aproximadamente, pertenecen al orden Petromyzontiformes y a la familia Petromyzontidae. Estas especies incluyen tanto las marinas, como Petromyzon marinus, como las de río, como Lampetra fluviatilis, aunque la mayoría son animales anfídromos, es decir, presentan adaptaciones para poder sobrevivir en ambos medios.

Las lampreas son hematófagas y se alimentan principalmente de la sangre de peces. Por las marcas observadas en los cuerpos de sus huéspedes, podemos saber que su alimentación no se basa en una simple adhesión aleatoria. Al igual que los vampiros que buscan el cuello de su víctima, la lamprea escudriña las áreas más propicias, eligiendo sobre todo el lado izquierdo, debajo de las aletas pectorales, por detrás de las branquias, para desplazarse a continuación hacia la zona más cercana al corazón. La presa apenas nota nada debido al efecto anestésico de su saliva. Y si lo notara, la lamprea es capaz de detectar el estrés de su huésped, por lo que puede optar por buscar otro o agarrarse con más fuerza para evitar caerse si se sacude en exceso.

Parece ser que las distintas especies de lampreas no hacen mucha distinción a la hora de elegir a sus presas entre peces cartilaginosos u óseos y que también pueden alimentarse de mamíferos cetáceos. Sin embargo, al igual que los vampiros clásicos suelen decantarse por bellas y desvalidas señoritas, las lampreas prefieren seleccionar a los individuos de mayor tamaño, que les proporcionan más nutrientes durante más tiempo.

Sin embargo, estos vampiros también pueden convertirse en presas. En lugares como Galicia, se consideran un alimento exquisito y se cocinan de muchas maneras, siendo una de las más populares la denominada «a la bordalesa», es decir, cocinadas en su propia sangre, en forma de guiso. En estas regiones son consideradas un suculento manjar, pese a su peculiar sabor y a que no es un plato muy digestivo debido a su alta concentración de grasas. Según algunos historiadores, el rey inglés Enrique I murió como consecuencia de un atracón de lampreas.

Déjame entrar

En muchas historias de vampiros, estos seres infernales son capaces de someter la voluntad de sus víctimas, controlarlas psicológicamente y, en definitiva, entrar en su mente y en su cuerpo para anular su voluntad y así disponer fácilmente de su sangre sin resistencia. En el reino animal no encontramos ninguna especie que someta a sus presas de esta manera, pero, dado que hemos hablado de invadir la mente y el cuerpo de la presa, es inevitable mencionar a otro vampiro real que actúa desde el interior de sus víctimas: las tenias.

Estos pequeños invertebrados son un tipo de platelmintos parásitos pertenecientes a la clase de los cestodos y se conocen por tenias o solitarias. Estos animales pueden causar dos tipos de enfermedades parasitarias, según la fase en la que se encuentren. Las larvas provocan cisticercosis o cenurosis, afectando los tejidos u órganos del hospedador, mientras que los adultos producen teniasis, que consiste en alojarse en el intestino delgado de su víctima y alimentarse desde allí de su sangre. De las treinta y dos especies de Taenia, solo dos afectan a los seres humanos, Taenia saginata y Taenia solium; el resto parasita a otros animales.

Estos vampiros, como otros platelmintos, son gusanos alargados y planos, con forma de cinta, cuya longitud puede variar desde 50 centímetros hasta 15 metros. Las dos especies que afectan a los humanos suelen medir entre 2 y 5 metros, aunque hay excepciones que han alcanzado hasta 12 metros. Taenia saginata cuenta con cinco potentes ventosas en su escólex o cabeza para fijarse al intestino de su hospedador, mientras que Taenia solium presenta una cabeza con forma de pera y cuatro ventosas, además de una protuberancia con una doble corona de ganchos que, en conjunto, forman el órgano de fijación de este animal.

Sed de sangre

Los vampiros de ficción en general temen al ajo (Allium sativum), una planta herbácea que produce unos bulbos que los humanos llevamos usando para cocinar desde hace mucho tiempo. Pero además de su uso aromático, muchos pueblos antiguos atribuían al ajo el poder de alejar a los malos espíritus, debido a que el fuerte olor espantaba a algunos animales, por lo que también espantaba a los vampiros y otras criaturas demoníacas. Por ejemplo, en la antigua Rumania se acostumbraba a colocar dientes de ajo en la boca de los muertos para evitar que se transformaran en vampiros. Otras plantas, como la rosa silvestre o las semillas de mostaza, se han usado tradicionalmente con el mismo propósito que el ajo, y en China se creía que si un vampiro se encontraba con un saco de arroz, no podría entrar en la casa hasta que no hubiera contado todos los granos uno por uno. En cualquier caso, el poder protector de algunas hierbas está ampliamente documentado en la mitología de muchas culturas en torno a los vampiros y otros demonios o espíritus.

Pero en las hierbas también nos encontramos con los siguientes vampiros del reino animal: las garrapatas. Con este término genérico, «garrapatas», nos referimos a un grupo de artrópodos arácnidos, concretamente un tipo de ácaros, que han adaptado su aparato bucal para poder fijarse o clavarse a la piel de otro organismo y succionar la sangre de la que se alimentan. Por lo tanto, encajan en la definición de vampiro.

Entre las características que nos ayudan a identificarlos como arácnidos se encuentra la presencia de cuatro pares de patas, aunque las larvas, es decir, las crías, solo tienen tres pares, lo cual puede hacer que los confundamos con insectos. En muchos lugares, como por ejemplo en Andalucía, se suelen usar los nombres de «garrapatas» y «chinchorros», normalmente pensando que se trata de animales diferentes, cuando en realidad son el mismo animal. Los que llamamos «chinchorros» son simplemente individuos adultos que han acumulado en su abdomen una gran cantidad de sangre obtenida de su huésped. Su aspecto es tan diferente porque su tamaño puede aumentar entre cinco y diez veces respecto a su estado normal. Estamos hablando de vampiros con la panza muy llena.

Existen dos tipos básicos de garrapatas: las duras y las blandas, una denominación que hace referencia a la dureza de su exoesqueleto. Entre las garrapatas duras se encuentran las más conocidas, como la garrapata de los perros y otras parásitas de mamíferos, que suelen esperar en las hierbas y matorrales donde estos pastan para engancharse a su pelaje. En cambio, entre las garrapatas blandas se encuentran aquellas que parasitan a las aves. A diferencia de las primeras, que no suelen desprenderse con facilidad de su huésped, las garrapatas blandas se despegan después de cada comida.

Entre los daños que estos vampiros animales pueden causar a sus víctimas humanas se encuentran lesiones e infecciones secundarias provocadas por la propia picadura, así como enfermedades más graves, como la fiebre botonosa o fiebre exantemática mediterránea, la enfermedad de Lyme y la fiebre recurrente por garrapatas. La fiebre botonosa mediterránea es una enfermedad infecciosa aguda causada por la bacteria Rickettsia conorii, transmitida por la garrapata marrón del perro (Rhipicephalus sanguineus). Esta fiebre es endémica en muchos países de la cuenca del Mediterráneo, de ahí su nombre. La fiebre recurrente está causada por bacterias del género Borrelia, transmitidas también por garrapatas. En cuanto a la enfermedad de Lyme, se trata de una afección crónica que puede provocar manifestaciones cardiacas, neurológicas, reumatológicas y cutáneas. Es transmitida por garrapatas del género Ixodes y causada por la bacteria Borrelia burgdorferi, que suele encontrarse en mamíferos como ratones, ciervos, ovejas, cabras y vacas.

Podríamos llamar a las garrapatas «vampiros pacientes», ya que pueden permanecer días, semanas e incluso meses a la espera del huésped adecuado. Cuando su incauta presa pasa cerca, se dejan caer desde la hierba alta o se aferran directamente a su cuerpo. Una vez en él, buscan el punto idóneo, perforan su piel y empiezan a alimentarse, utilizando además sustancias anestésicas de su saliva para pasar desapercibidas. Tras varios días alimentándose, cuando han saciado su hambre, abandonan a la víctima sigilosamente, del mismo modo en el que llegaron.

En las zonas eslavas, la decapitación era uno de los métodos preferidos para acabar con un vampiro. Tras ello, se realizaba un ritual en el que la cabeza del monstruo debía ser enterrada junto a los pies, tras las nalgas o lejos del cuerpo para evitar su regeneración. En el caso de las garrapatas, el proceso para eliminarlas es justo el contrario: hay que evitar decapitarlas. Si una garrapata se engancha a la piel y la localizamos, hay que extraerla cuidadosamente. Lo mejor es usar unas pinzas y sujetarla por la zona de la cabeza más cercana posible a la piel. Así se evita que el cuerpo se desprenda y la cabeza quede incrustada, lo que podría provocar infecciones. Tampoco se deben aplicar líquidos como aceites o alcohol ni aplastar al animal, ya que esto puede provocar la regurgitación del contenido de su estómago en nuestra sangre, lo que aumenta el riesgo de infección. En cualquier caso, si hay sospechas de que haya quedado un fragmento de cabeza en la piel, es recomendable acudir al médico y conservar la garrapata muerta por si fuera necesario identificarla.

Besos de vampiro

Otro método habitual para acabar con los vampiros, ampliamente representado en películas y series, es la técnica del estacado, o lo que es lo mismo, clavar una estaca en el corazón del vampiro o del cadáver sospechoso de serlo. Para ello, tradicionalmente se utilizan estacas de madera, siendo la de fresno la preferida en Rusia y los Estados bálticos, mientras que en muchas regiones checas y polacas se prefiere la de roble. En estas historias, la estaca solía clavarse en el corazón, la boca o el estómago. Sin embargo, en el mundo animal, algunos vampiros han revertido esta técnica y son ellos los que usan sus propias «estacas» para alimentarse de sus presas. Se trata de pulgas, mosquitos, chinches, tábanos, piojos y ladillas, todos ellos capaces de darnos pequeños besos de vampiro.

Las pulgas son insectos de tamaño muy pequeño, ápteros (es decir, sin alas), con un exoesqueleto duro y un cuerpo comprimido lateralmente, lo que les permite moverse con facilidad entre el pelo o las plumas de los animales a los que parasitan. Además de ser hematófagas, tienen una gran capacidad para dar saltos enormes. Se alimentan de la sangre que succionan a sus víctimas al picarles con sus piezas bucales, transformadas en estiletes. Es decir, poseen estructuras alargadas que podrían recordar a una estaca, aunque huecas por dentro, mediante las cuales absorben la sangre.

Cada especie suele tener preferencia por un tipo de huésped; así, existen pulgas del perro, de las ratas, de los gatos… Sin embargo, esto no impide que puedan pasar de unos animales a otros, como por ejemplo de nuestras mascotas a nosotros. De hecho, hay una especie específica que parasita a los seres humanos llamada Pulex irritans. Se sabe que las pulgas de la rata, Xenopsylla cheopis, fueron las principales responsables de la transmisión de la terrible peste negra o peste bubónica, que asoló Europa en la Edad Media. Así como el ajo y ciertos elementos religiosos eran considerados buenos remedios contra los vampiros de ficción, en el caso de las pulgas, la mejor medida preventiva contra sus picaduras es mantener una buena higiene personal, doméstica y de los animales de compañía.

Las hembras de los mosquitos poseen piezas bucales que forman una larga probóscide, diseñada para perforar la piel de mamíferos, aves, reptiles o anfibios y succionar su sangre. Tras perforar la piel con su particular «estaca», los mosquitos inyectan un veneno que actúa como anticoagulante y que es el responsable de la inflamación característica de la picadura. Las hembras requieren del aporte que constituye la sangre para poder llevar a cabo la puesta de huevos. Los órganos bucales de los machos son diferentes a los de las hembras, por lo que no pueden picar a las personas para succionar sangre.

La preferencia hacia los seres humanos, en lugar de otros mamíferos, se debe principalmente a que nuestra piel es más fina y fácil de perforar con su aparato picador-chupador. Las vampiras de los cuentos, películas y leyendas suelen ser bastante atractivas y sexis y usan estas características para seducir a sus presas y alimentarse de su ansiada sangre. Nada que ver con las hembras de los mosquitos, que en verano resultan bastante molestas cuando zumban alrededor de nuestros oídos antes de acercarse a succionar nuestra sangre. Además, la picadura de estas pequeñas vampiras puede transmitir enfermedades infecciosas, como la malaria, el dengue y la fiebre del Nilo Occidental.

Ilustración de un tábano, realizada con ChatGPT y modificada
con Procreate y Canva. Autor: Carlos Lobato

Y hablando de vampiras que se meten en la cama de sus víctimas, cegados por su belleza y con la voluntad dormida, no podemos dejar pasar la oportunidad de mencionar a otras vampiras del mundo de los insectos que se cuelan de vez en cuando en nuestras camas. Al igual que los seres mencionados anteriormente, su objetivo no es otro que succionar nuestra sangre. Nos referimos, en esta ocasión, a las chinches de la cama, de la especie Cimex lectularius, unos insectos hemípteros pertenecientes a la familia Cimicidae. Se les llama así porque su hábitat habitual son los colchones, las camas e incluso los sofás. Como buenos vampiros, aunque no son insectos estrictamente nocturnos, desarrollan su actividad principal durante la noche.

Las chinches de la especie Cimex lectularius habitan en climas templados de todo el mundo y se alimentan de la sangre de personas de casi cualquier región. Sin embargo, existen otras especies con preferencias distintas. Como Cimex hemipterus, propia de regiones tropicales, que infecta a pollos y murciélagos, mientras que Leptocimex boueti, otra especie tropical, se alimenta de murciélagos y humanos. Cimex pilosellus y Cimex pipistrella atacan principalmente a murciélagos, mientras que Haematosiphon inodora, una especie norteamericana, afecta principalmente a las gallinas.

A diferencia de los vampiros de película, que dejan dos marcas de mordedura correspondientes a sus dos colmillos en el cuello de sus víctimas, las chinches dejan un rastro más amplio. Sus picaduras suelen provocar enrojecimiento y abultamientos en la piel, aunque también en algunos casos pueden ser planas. Normalmente, aparecen como múltiples ronchas alineadas que se suelen extender por amplias zonas de la espalda o de las extremidades y van acompañadas de un intenso picor. Esta reacción es el resultado de una reacción alérgica a los anestésicos contenidos en la saliva de la chinche, que se introducen en la sangre de la víctima.

Uno de los insectos a cuya picadura más tememos los humanos es el tábano. Los tabánidos pertenecen a la familia de los dípteros, es decir, insectos parecidos a moscas y mosquitos que poseen solo dos alas funcionales, las anteriores. Las alas posteriores han sido transformadas en halterios o balancines, apéndices que ayudan a controlar el vuelo, lo que les permite volar muy activa y eficazmente, al igual que el resto de los dípteros. Existen unas 4000 especies de tábanos en todo el mundo, de las cuales unas 1000 pertenecen al género Tabanus y, de nuevo, en todas ellas nos encontramos un marcado dimorfismo sexual, como ocurría en los mosquitos. En este caso, las hembras también presentan un aparato bucal picador-cortador mucho más fuerte que el de los machos, e incluso más potente que el de los mosquitos. Los machos normalmente se alimentan de néctar.

A diferencia de las picaduras de otros insectos vampíricos, como los mosquitos o las chinches, que pueden tardar varios días en curarse, las de los tábanos requieren todavía más tiempo para sanar. Esto se debe a que, en lugar de perforar la piel, el tábano la muerde y corta, lamiendo la sangre que brota de la herida. Sin duda alguna, esta acción no solo provoca más dolor que una picadura, sino que es más propensa a la infección.

Muchas historias vampíricas están asociadas a la lujuria de sus protagonistas. Ya sea el vampiro, la vampira o sus víctimas, todos se dejan llevar por sus instintos más bajos hasta que caen en desgracia por culpa de un enamoramiento o una atracción carnal por la persona o el ser equivocado. A nuestras siguientes protagonistas también las podríamos relacionar con esa lujuria. Hablamos de las ladillas o piojos púbicos (Pthirus pubis), unos insectos ectoparásitos que afectan a los seres humanos. Las ladillas son de tamaño pequeño y tienen un cuerpo casi redondo, achatado y de color amarillento. La transmisión de estos parásitos ocurre en la mayoría de los casos por contacto sexual, aunque en raras ocasiones también puede suceder al usar prendas que han estado en contacto con algún portador. Además de la zona púbica, donde son más habituales, pueden situarse en el cabello, las cejas, las pestañas y el vello axilar y corporal.

Al igual que ocurre con los piojos comunes de la cabeza (Pediculus humanus capitis), sus huevos, conocidos como liendres, pueden verse en forma de pequeños puntos blancos adheridos al pelo cerca de la piel. A diferencia del piojo de la cabeza, las ladillas son lentas en su desplazamiento, avanzando entre 1 y 10 centímetros al día.

El piojo de la cabeza no suele ser portador de enfermedades; sin embargo, existe otra subespecie conocida como piojo del cuerpo (Pediculus humanus humanus), que puede ser vector de diversas enfermedades. Ambas subespecies son morfológicamente casi iguales, pero generalmente no se cruzan ni hibridan. La ladilla es visualmente muy diferente de las otras dos especies y está mucho más cerca, en apariencia, de los piojos que infestan a otros primates. La infestación por estos pequeños vampiros que habitan en nuestro pelo, en cualquier parte del cuerpo, se conoce como pediculosis.

Abierto hasta el amanecer

Vamos a terminar este capítulo con uno de los mitos más populares sobre los vampiros: la creencia de que no soportan la luz solar. Es decir, presentan una fuerte fotosensibilidad que puede llegar a matarlos si son expuestos durante el tiempo suficiente a nuestro astro rey. Por esta razón, la mayoría de los vampiros en los mitos populares son de hábitos nocturnos, saliendo a cazar y volviéndose muy activos cuando cae la noche.

Durante el día, una escena bastante conocida es la del vampiro introduciéndose en un ataúd, el cual cierra desde dentro para evitar ser molestado o tocado por la luz. En muchos relatos vampíricos, la lucha contra estos seres se resuelve a favor del héroe o la heroína porque los vampiros no han sido conscientes del amanecer y, cuando el sol comienza a asomar, suele ser ya demasiado tarde para el monstruo, que sucumbe ante la energía lumínica de las maneras más rocambolescas posibles: quemándose hasta verse reducido a cenizas, convirtiéndose en piedra, explotando o directamente desapareciendo.

Nuestro último protagonista biológico también tiene una gran fotosensibilidad y, a pesar de su pequeño tamaño, podemos referirnos a él como un pequeño vampiro que huye de la luz solar y espera en la oscuridad para atacar a sus presas y alimentarse de su sangre. Se trata de un ácaro conocido como arador de la sarna (Sarcoptes scabiei).

El arador de la sarna es una especie de ácaro de la familia Sarcoptidae, con un cuerpo no segmentado, de forma ovoide, cuatro pares de patas y un tamaño muy pequeño, de apenas cuatrocientas micras, que tiene como hospedadores a algunas especies de mamíferos. En concreto, puede infectar a los humanos, alimentándose de nuestra sangre y siendo el causante de la enfermedad conocida como sarna. Tras la fecundación, que ocurre en la superficie de la piel, el macho muere, y la hembra se introduce en el estrato córneo de la piel, creando túneles en los que deja los huevos, mientras se alimenta de la sangre de la víctima. Los surcos que va dejando en esta zona de la piel son los que le dan el nombre de «arador».

La escabiosis o sarna es una enfermedad altamente contagiosa producida por estos ácaros, por lo que una de las soluciones propuestas para eliminarlos es el uso de la luz ultravioleta para su desinfección. La luz solar se recomienda para eliminar a los ácaros del polvo o de la cama, no porque acabe con ellos directamente, sino porque el calor acumulado en estos tejidos cuando les da la luz provoca su muerte, como ocurre con los vampiros expuestos al sol.

Más allá de la mitología de las criaturas demoníacas

Hemos explorado cómo, en la vasta imaginación humana, las criaturas fantásticas como los demonios y vampiros han servido para proyectar nuestros miedos más profundos. Sin embargo, la realidad nos muestra que los animales reales, con sus sorprendentes adaptaciones y sus comportamientos únicos, pueden ser mucho más asombrosos e, incluso, más terroríficos que cualquier ser mitológico. Los vampiros que hemos enumerado, desde los murciélagos hematófagos hasta las sanguijuelas, son ejemplos de la fascinante, y a veces inquietante, naturaleza de la vida en la Tierra.

Este viaje a través de la mitología y la biología de las criaturas demoníacas nos revela que, aunque nuestras leyendas y mitos puedan parecer inverosímiles, casi siempre están inspirados en la increíble diversidad y complejidad del mundo natural. Así, cerramos este capítulo con la certeza de que la verdad no solo es más extraña que la ficción, sino también más maravillosa y aterradora en su inmensa variedad.

Cortesía de Muy Interesante



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