Democracia del Bienestar, con cuatro sellos


Qué bueno, de acuerdo con las mediciones de popularidad, la presidenta Sheinbaum es aprobada a un grado que, parafraseando al clásico, ni López Obrador. Debe ser un remanso, en medio de tantos problemas como enfrenta, de tantas índoles, despertar mes a mes con el aviso de Mitofsky (usemos las mediciones de esta empresa para dar sustancia estadística al cariño popular): el pueblo (usemos este concepto para dar cuerpo a la estadística) la aprueba. Podemos imaginar al pueblo sonriente y satisfecho, exclamando: qué bueno soy para elegir mandatarios, los dos más recientes salieron buenos para que uno los quiera. Y entonces, luego de inocularse la mensual “sustancia” mitofskyana, saltar rejuvenecida y animosa del lecho presidencial en el palacio virreinal: broncas, qué me duran, con un lema por delante, cariño popular o muerte (de la república).

FERIA DE SAN FRANCISCO

Ese cariño popular, en el ejercicio “Aprobación presidencial mensual” de Mitofsky, hallado en su sitio de internet, por supuesto no es llamado así, sino “acuerdo”, según reza la lámina con el gráfico correspondiente a junio de 2025 (“aprobación” “acuerdo” … no nos fijemos en detalles). Ese mes la presidenta alcanzó una aprobación de 70.1 %; no ha hecho sino elevarla y generalmente los medios se quedan con ese dato. Inició su sexenio con 61.5%, o sea: puritita sustancia intravenosa para la comandanta en jefe de las Fuerzas Armadas.

¿Se necesitan más datos para diseñar las políticas públicas nacionales? Como todo en la vida (seguramente digo esto por mi edad), asirse a la aprobación tiene un efecto luminoso y también uno penumbroso. El luminoso podría estar en que semejante capital político se empleara para empujar cambios profundos; desde una reforma fiscal que llevamos décadas posponiendo, al quiebre del control político tradicional, corporativo, clientelar que no ha variado sino de nombres, sino de siglas; en donde solíamos decir Echeverría o Salinas (en tiempos históricamente recientes) hoy decimos López Obrador; lo que mentábamos Fidel Velázquez o a La Quina, hoy equivale a Pedro Haces; antes movíamos las cortinas del poder y aparecían ciertos empresarios, con las manos llenas de contratos, de concesiones, hoy las sacudimos -ya no cubren los ventanales de Los Pinos, los de Palacio Nacional- y son casi los mismos, y el poder que detentan, idéntico. Del mismo modo con los medios de comunicación, varía el logotipo de la empresa, no las formas… y quintacolumnistas florecen por doquier. Perdón por el cliché (será por la edad): gatopardismo en su más nítido alcance: la cosa, el meollo es mantener todo igual; con un incentivo extra, la frase de López Obrador es rotunda: la gente está feliz.

Aunque lo anterior lo podríamos matizar con cifras del estudio citado: el “desacuerdo” es de 29.8; una tercera parte no es poco y en democracia no hay porcentaje despreciable. (Nota: tendríamos que decir además de “desacuerdo”, siguiendo la lógica de Mitofsky, desaprobación, la gráfica no lo hace). Por tipo de ocupación, quienes en menos cantidad la aprueban, 46.4%, son las y los empresarios. En Jalisco es aprobada por 60.7, tres puntos más que en Ciudad de México, vaya curiosidad (en Sinaloa es en donde menos la aprueban, 50.8, será porque allá son sensibles y se mortifican por tener en su territorio una guerra imparable entre criminales). Altamente aprobada, sí, aunque la principal preocupación para 59.8% es la seguridad; aunque la percepción de la situación económica para 39.1 es que está igual -en economía esa igualdad tiene visos negativos- y para 27.2 está peor; aunque la percepción de 81.5 sea que la corrupción es de regular a mucha; aunque para 44.4% los servicios de salud están peor y para 26.8 están igual (y como ese responder “igual” tiene que ver con el sexenio anterior, que dios nos ampare, porque los servicios de salud no lo harán).

Pero qué importa, podríamos parafrasear a Góngora: ándeme yo aprobada, que lo demás se vaya a la fregada. Pero no es tan así, por esas peculiaridades de la condición humana. Si el aprecio, la aprobación pues, es casi incondicional (porque ya quedó expuesto que la gente, el pueblo expresándose a través del estudio de Mitofsky, tiene claro que su vida no es como la narran en la mañanera), el obscuro objeto del deseo de quien detenta el poder son aquellas, aquellos que nomás no la quieren, no para conseguir su aprobación, sino para denostarlos por osar ser críticas, críticos de su gobierno. El viernes anterior, tal vez luego de darse una dosis de “la sustancia”, Claudia Sheinbaum exclamó: “Vamos a presentar pronto el Café del Bienestar, para que se sigan retorciendo.” Qué necesidad tiene alguien tan apreciado por sus gobernados de desear el mal a otros de sus gobernados (mujeres y hombres) que se resisten a tomar los espejitos que trae consigo el “segundo piso de la cuarta transformación” a cambio de entregar a las estadísticas su aprobación sin reparos; para éstos y éstas la mandataria científica y ambientalista desea que se retuerzan. Seguramente, con su buen manejo de la estadística, se dice a sí misma: al cabo son nomás 30%, décimas más, décimas menos.

El peligro para el 100% es que las políticas públicas, por esa condición humana ya mencionada, se tornen aún más perversas: para qué aplicar las que contenten a los de por sí contentos, es más retador poner en juego unas Montessori: personalizadas hacia los malquerientes, no para convencerlos de las bondades de su gobierno, sino para que se retuerzan. Lo bueno de esta política pública es que su indicador de éxito es simple, así complejo de medir: cantidad de ciudadanas, de ciudadanos retorcidos, en las urbes, el campo y en todo lugar. Lo malo es que para que la presidente la siga considerando beneficiosa depende de dos factores: que “la sustancia” no agote su magia y que la democracia del “humanismo mexicano” (lleno de retorcidos) llegue al destino al que hoy se enrumba: ser una entelequia.

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OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Informador



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