En una lejana galaxia situada a más de 140 años luz de nosotros, en el corazón de la brillante la constelación de Pegaso, un pequeño planeta rocoso está librando su último combate contra una muerte ardiente. Su historia acaba de ser descubierta por un equipo de astrónomos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la NASA, quienes ahora relatan cómo este mundo, con una masa similar a la de nuestro Mercurio, se está desintegrando a un ritmo frenético y, de paso, está dejando tras de sí una estela de polvo de casi 10 millones de kilómetros. “Los escombros generados por este proceso equivalen a expulsar la masa del Everest cada 30,5 horas“, afirman los especialistas en un análisis publicado este martes en la revista ‘The Astrophysical Journal’.
La historia de este descubrimiento es un tanto inusual y, en cierto modo, fruto del azar. Según relatan los autores de este hallazgo, todo empezó cuando durante unos análisis rutinario de datos se detectó una curva de luz atípica sobre el un tránsito de un planeta frente a su estrella. Donde normalmente se esperaría una caída breve y regular del brillo estelar, los astrónomos empezaron a observaron una depresión prolongada e irregular. Desde un principio detectaron que se trataba de algo extraño, casi como si el planeta arrastrara algo consigo. “es como ver el aliento final de un mundo“, explica Avi Shporer, investigador del MIT, colaborador de la misión TESS y uno de los científicos que ha liderado este hallazgo.
Los análisis indican que se trata de un mundo rocoso, parecido a nuestro Mercurio, expuesto a temperaturas extremas de más de 1.600 grados
Al examinarse más de cerca, la señal reveló la presencia de un planeta diminuto que orbita su estrella cada 30,5 horas, unas 20 veces más cerca que Mercurio del Sol, a temperaturas extremas que superan los 1.600 grados. Los expertos afirman que, bajo estas condiciones infernales, lo más probable es que la superficie de este mundo se esté fundiendo y evaporando. Asimismo, se cree que los minerales que se están desprendiendo del planeta por la radiación estelar se enfrían al alejarse, formando una cola parecida a la de un cometa. Aunque en este caso se trataría de restos de roca pulverizada y no de hielo. “Probablemente estamos viendo minerales evaporados de la superficie planetaria que al escapar forman una cola muy distintiva”, aclara Marc Hon, primer autor del estudio e investigador postdoctoral en el Instituto Kavli de Astrofísica.
Fenómeno fugaz
Los astrónomos afirman que la historia de este planeta no es solo visualmente sobrecogedora sino que, además, tienen una clara trascendencia científica. Se trata del cuarto planeta en desintegración detectado fuera del Sistema Solar y el que, hasta ahora, presenta tanto la cola más extensa como la señal de tránsito más profunda conocida por nuestra especie. Además, su estrella es la más brillante y cercana a nosotros de todos los casos similares detectados hasta ahora, por lo que esta región del cosmos se convierte en un candidato ideal para futuras observaciones con el Telescopio Espacial James Webb.
“Este tipo de fenómenos son raros, fugaces y difíciles de detectar. Pero nos hablan de los extremos de la vida planetaria y de las fuerzas que esculpen el universo”
Los expertos afirman que este hallazgo también proporciona una ventana única para observar el proceso de destrucción de un planeta. “Estamos presenciando un proceso autodestructivo. Cuanto más pierde, menos gravedad tiene, y eso acelera aún más su desaparición”, afirma Shporer. Los primeros análisis indican que, dado la elevada pérdida de material que está experimentando este mundo, de seguir así el planeta podría desaparecer por completo “en apenas uno o dos millones de años”. “Este tipo de fenómenos son raros, fugaces y difíciles de detectar. Pero nos hablan de los extremos de la vida planetaria y de las fuerzas que esculpen el universo”, afirman los astrónomos.
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Cortesía de El Periodico
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