A lo largo de la historia europea, han sido muchos los grupos humanos que padecieron una discriminación sistemática, pero pocos casos resultan tan enigmáticos y persistentes como el de los agotes. Presentes desde la Edad Media en el norte de España y el suroeste de Francia, los agotes —también conocidos como cagots en la terminología francesa— constituyen un ejemplo paradigmático de exclusión social construida a partir de mitos, temores infundados y rígidas estructuras sociales. Exploramos su origen, las causas de su marginación y el prolongado proceso de discriminación que sufrieron durante siglos.
Los agotes: un pueblo despreciado
Las rimeras evidencias de los agotes datan, posiblemente, del siglo X, aunque su presencia documentada se vuelve más visible a partir del siglo XIII. Se establecieron de forma mayoritaria en la región de los Pirineos occidentales, en territorios como Bearne, Navarra, Aquitania y parte del Toulousain. A pesar de compartir lengua y religión con sus vecinos, se les segregó en pequeñas comunidades pobres que recurrieron a la endogamia para poder sobrevivir. Todos estos factores reforzaron su aislamiento.
Su marginación se construyó a través de una serie de prejuicios de profunda raigambre que los vinculaban, sin base alguno con la lepra y, más adelante, con supuestas “impurezas” sociales y raciales. Durante el siglo XVI, los agotes representaban alrededor del 2% de la población local.

Discriminación legal y social
La exclusión de los agotes se institucionalizó mediante múltiples disposiciones legales. Desde 1288, diversas ordenanzas locales y regionales prohibieron su interacción con el resto de la población. Así, se les negó el acceso a las tabernas, los molinos, las fuentes públicas y las actividades comerciales relacionadas con alimentos. Tampoco podían portar armas, a excepción de las herramientas de trabajo, ni casarse con personas ajenas a su comunidad. En los espacios religiosos, debían ocupar áreas separadas, tanto en vida como después de la muerte.
Un episodio emblemático de esta segregación ocurrió en 1721 en Biarritz, cuando el carpintero Miguel Legaret y su hijo fueron agredidos por sentarse en la parte “reservada” de la iglesia. Aunque el Parlamento de Burdeos falló en 1723 a favor de los Legaret y prohibió insultos como “agots” o “descendientes de Giezy”, la población se resistió con violencia a cumplir la sentencia, lo que demuestra hasta qué punto estaba arraigada la hostilidad hacia los agotes.

¿Quiénes eran realmente los agotes?
Teorías sobres sus orígenes
El origen de los agotes sigue siendo uno de los grandes misterios históricos del norte de España y del suroeste francés. Aunque compartían idioma, religión y rasgos somáticos con sus vecinos, durante siglos se consideraron un grupo separado e inferior.
Se han planteado diversas hipótesis sobre sus orígenes. Una de las teorías más extendidas en época medieval y moderna fue su presunta descendencia de los godos. Se decía que los agotes eran “descendientes de la raza de Giezy”, una corrupción popular del nombre Gétie o Giezy, que se vinculaba erróneamente a los visigodos. Según esta interpretación, los agotes habrían sido los restos de poblaciones godas vencidas y marginadas tras la invasión musulmana de la península ibérica en el siglo VIII. Sin embargo, no existe evidencia histórica sólida que respalde esta conexión directa.
La etimología del término
La propia etimología de los términos “agote” y “cagot” es compleja y controvertida. El término “cagot” surgió en Francia en el siglo XVI, con probabilidad derivado del latín vulgar, con influencias de expresiones peyorativas como cacot (que designaba a los leprosos) y cagous (falsos mendigos). “Agote”, usado en Navarra y el País Vasco, podría compartir este origen, aunque algunos filólogos han sugerido también un vínculo con la palabra “godo” debido a la tradición popular mencionada.
No obstante, el análisis histórico y lingüístico más riguroso sugiere que tales derivaciones respondieron más a intentos posteriores de justificar su exclusión social que a una genealogía real. En muchos documentos legales y judiciales del suroeste francés e ibérico, los nombres “agote”, “cagot”, “capot” o “gahet” se utilizan como sinónimos, lo que parece indicar un proceso de etiquetado social más que una identidad étnica propia.
En realidad, los agotes eran campesinos pobres, carpinteros y jornaleros, cuya condición marginal habría surgido de factores económicos y sociales más que de un origen étnico diferenciado. Su exclusión se reforzó a través de mitos sobre su supuesta “impureza”, derivados del miedo a enfermedades como la lepra y de otros prejuicios bien arraigados en el medievo.

Mitos, leyendas y prejuicios
A lo largo de los siglos, se forjaron numerosos mitos en torno a los agotes. Se decía que carecían de lóbulos en las orejas, que tenían un olor nauseabundo y que poseían una marca en forma de pie de pato. Tales creencias infundadas alimentaron su exclusión y consolidaron su estatus como un “otro” indeseable dentro de sus propias sociedades.
En el siglo XVI, el escritor François de Belleforest afirmaba que en Béarn y Bigorra se temía a los capots (otro de los nombres de los agotes) como a leprosos. La literatura popular, los cantares tradicionales y los relatos humorísticos también perpetuaron imágenes de los agotes como seres torpes, peligrosos o malditos.
Las profesiones “contaminadas”
Una característica central de los agotes fue su asociación casi exclusiva con ciertos oficios. El trabajo de la madera, en particular la carpintería, se convirtió en su principal ocupación. Esta elección derivó de los reglamentos locales, que les prohibían actividades como el comercio de alimentos o el trabajo con ganado, considerados de mayor riesgo de “contaminación” social.
Paradójicamente, a pesar de la discriminación, se apreciaba a los agotes por su habilidad artesanal. Documentos del siglo XV y XVI procedentes de lugares como Montaner o Burdeos registran los contratos de carpinteros agotes para importantes obras públicas. No obstante, continuaron recibiendo un trato diferenciado que, entre otras cosas, incluía la obligación de trabajar por precios regulados o impuestos por las autoridades locales.

El largo camino hacia la emancipación
El proceso de integración de los agotes resultó lento y conflictivo. En algunas localidades, se empezó a admitirlos en los concejos municipales a partir del siglo XVI, aunque muchas restricciones legales y sociales persistieron hasta bien entrado el siglo XVIII.
Un hito importante fue el dictamen de 1723 del Parlamento de Burdeos, que, aunque contestado por la población, prohibía oficialmente toda forma de discriminación contra ellos. Aun así, la eliminación de las barreras sociales fue un proceso gradual, acompañado de la desaparición progresiva del término “agote” en los documentos oficiales.
Los agotes, un chivo expiatorio
La historia de los agotes permite reflexionar sobre el funcionamiento de los mecanismos de exclusión social. Su discriminación no se basó en diferencias tangibles, sino en construcciones sociales de alteridad, alimentadas por el miedo y la necesidad de establecer jerarquías internas en tiempos de crisis. Los agotes representan un caso paradigmático de cómo una comunidad puede convertirse en chivo expiatorio marginado durante siglos sin una justificación.
Referencias
- Aguirre Delclaux, María del Carmen. 1977. Los agotes. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid.
- Cursente, Benoît. 2018. Cagots. Histoire d‘une segregation. Cairn Éditions.
- Hawkins, Daniel. 2014. ‘Chimeras’ that degrade humanity: the cagots and discrimination. Tesis del King’s College London.
- Loubès, Gilbert. 2023. L’Énigme des cagots. Sud Ouest.
Cortesía de Muy Interesante
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