Descubre al Yurei y la sombra de los antepasados en la cultura japonesa

En 2011, el periodista británico Richard Lloyd Parry trabajaba como corresponsal en Japón cuando el país fue golpeado por el tsunami que acabó con la vida de más de veinte mil personas. En su visita a las zonas devastadas, Parry quedó sorprendido por todas las historias que oyó acerca de los espíritus de los muertos que se manifestaban ante sus familias.

La gente hablaba de figuras fantasmales que aparecían en sus dormitorios y luego se esfumaban dejando un rastro de pies mojados. Las estaciones de bomberos recibían llamadas para que acudieran a casas que habían dejado de existir. Sacerdotes budistas llevaron a cabo exorcismos y rituales para pacificar a los espectros y pedirles que abandonaran su resentimiento y se convirtieran en espíritus protectores.

Parry plasmó aquella experiencia en su libro de 2017 Ghosts of the Tsunami, donde dejó patente que la creencia en los yureis no ha quedado relegada a los tiempos antiguos. Pero ¿qué son los yureis?

Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura  japonesa.
Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura japonesa. Imagen: Gemini.

Los fantasmas que habitan Japón

Culto a los antepasados

Según establece Zack Davisson, escritor y especialista en el país del sol naciente, en su libro Yurei: The Japanese Ghost, definirlos como fantasmas japoneses es quedarse muy corto. De hecho, no se puede entender su esencia sin comprender antes la relación del pueblo nipón con los muertos. Básicamente, este entiende que cada ser humano lleva un dios en su interior, que solo queda liberado tras su muerte, cuando escapa del confinamiento del cuerpo. Sin embargo, sigue necesitando a sus parientes vivos para que le provean de alojamiento, alimentos y bebida.

Esta obligación de atender a los difuntos está muy relacionada con el concepto de giri –el deber–, característico del pensamiento japonés, pero también tiene un componente práctico: tratarlos bien trae beneficios y buena suerte. Si se descuidan las atenciones hacia ellos, pueden transformarse en vengativos yureis. De hecho, se sabe que algunas familias caían en la pobreza con tal de tener recursos suficientes para honrar a sus antecesores como se merecían.

En el imaginario popular no existían las catástrofes naturales, como los incendios, las inundaciones o las epidemias: todas eran debidas a las acciones de los yureis.

Misión espectral

Si las personas que han dejado este mundo siguen necesitando las atenciones de los vivos, es lógico que muchos yureis sean espíritus que han muerto en soledad, sin seres queridos que se ocupen de ellos. Otros pueden ser personas que han sufrido una muerte violenta o que han fallecido dejando obligaciones pendientes. Porque, a diferencia de sus contrapartidas occidentales, los yureis no suelen ser eternos: nacen con un propósito determinado y desaparecen cuando se ve cumplido. En ocasiones, es algo casi nimio.

Una de los miles de historias de yurei cuenta cómo una dama de la nobleza se despertó en plena noche y vio a una joven golpeando el cristal de la ventana. La muchacha entró en el dormitorio, dijo simplemente “gracias” y desapareció. La mujer no sabía quién era, pero pudo identificarla como una de sus muchas sirvientas, que había muerto sin agradecerle las atenciones que de ella había recibido.

El monje japonés Jien escribió en 1220 que un yurei es tan poderoso como la fuerza de su propósito. Por eso, algunos, como la citada sirvienta, tienen una existencia breve, pero los que están impulsados por emociones intensas, como el amor, el rencor o la venganza, son mucho más temibles. Lo demuestra la historia de un hombre que prometió a su mujer moribunda que nunca se casaría de nuevo; cuando faltó a su promesa, su esposa muerta apareció en forma de yurei y le arrancó la cabeza a su prometida.

Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura  japonesa.
Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura japonesa. Imagen: Gemini.

Espíritus vengativos: la leyenda de los yureis

Celosos y Vengativos

Hubo un tiempo en el que estos espectros llegaron incluso a propiciar el cambio de ubicación de la capital. Cuando un nuevo emperador ascendía al Trono del Crisantemo, trasladaba el palacio y la corte para protegerse contra el yurei del difunto soberano, que podía sentirse celoso por haber sido reemplazado. Si bien siempre han estado ahí, el estallido de popularidad de los yureis llegó durante el periodo Edo (1602-1868), cuando comenzaron a difundirse los primeros libros con sus relatos, las obras de teatro basadas en ellos y las pinturas que los representaban.

Durante siglos no tuvieron un aspecto definido, pero eso cambió en 1750, cuando Maruyama Okyo, uno de los artistas más reputados de Japón, pintó el retrato de su amada Oyuki, con el aspecto con que se le había aparecido en uno de sus sueños: una mujer de rostro blanquecino, con cabellos negros, largos y descuidados, que vestía una túnica blanca, y sin pies. La pintura fue celebrada e imitada en miles de reproducciones, lo que estableció el aspecto definitivo de un yurei.

Las tres damas muertas

Las yureis más populares –conocidas como San O-Yurei– son, sin duda, Oiwa, Otsuyu y Okiku, tres mujeres cuyas historias, muy diferentes, han conocido numerosas adaptaciones literarias, teatrales y cinematográficas. Eso sí, el relato original siempre se adorna con todo tipo de detalles truculentos.

La venganza de Oiwa

La primera era hija del samurái Matazaemon Tamiya, y estaba casada con otro, llamado Iemon, que había sido adoptado por los Tamiya. Pero Iemon maltrató tanto a Oiwa que esta salió corriendo del hogar familiar y nadie la volvió a ver –otras versiones dicen que Iemon la envenenó–.

A partir de ese momento, su familia padeció desgracia tras desgracia y su suerte solo cambió cuando convirtieron su casa en un altar en memoria de Oiwa. Con su rostro deformado, esta representa la venganza, y todavía hoy se dice que si alguien quiere llevar su historia a la ficción o interpretar su personaje haría bien en visitar su tumba –está perfectamente ubicada– y honrarla adecuadamente si no quiere convertirse en blanco de toda serie de desdichas.

Otsuyu, la unión de ambos mundos

Otsuyu, por su parte, sedujo a un hombre llamado Shinojo Ogiwara que se enamoró de ella cuando la vio pasear por las calles con una linterna de peonía. Hicieron el amor muchas noches, sin que Ogiwara se diera cuenta de que Otsuku era una yurei y que, donde él veía a una mujer bellísima, otros veían un esqueleto comido por la podredumbre.

Cuando por fin lo descubrió decidió alejarse, pero su amor era demasiado fuerte y terminó suicidándose para poder estar eternamente a su lado.

Okiku y el deber

En cuanto a Okiku, es una yurei impulsada por el deber. Su historia narra que tenía a su cuidado diez platos de valor inapreciable pertenecientes a una noble familia. Cuando uno de ellos se rompió, Okiku se sintió responsable y se suicidó arrojándose a un pozo. La noche siguiente, una voz de mujer llegó desde el fondo del mismo a todos los rincones de la mansión: “Uno, dos, tres…”. Okiku contaba lentamente los platos, esperando recuperar el que faltaba.

Esta leyenda es tan popular en Japón que hay casi cincuenta versiones distintas de la misma y muchos pozos repartidos por todo el país en los que, según unos y otros, reposa para siempre el cuerpo de Okiku.

Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura japonesa.
Descubre a los Yurei y la sombra de los antepasados​en la cultura japonesa. Imagen: Gemini

La luz de los difuntos

Celebrado en diversas fechas del verano según la zona del país, el festival de Obon es uno de los más importantes de Japón. Dura tres días, aquellos en los que las fronteras entre nuestro mundo y el de los espíritus son más tenues y millones de yureis aprovechan para cruzarlas y reunirse con sus seres queridos.

Sus familias los reciben reservándoles el mejor lugar en la mesa, con manjares preparados expresamente para ellos. Se iluminan todos los altares, para que la luz los ayude a encontrar el camino. Y cuando les llega el momento de regresar, pequeños barcos llenos de luces y comida son lanzados al mar y a las aguas de ríos y lagos para que los acompañen en el camino de vuelta. Hisako Matsubara plasmó este ritual de forma conmovedora en el principio de su novela Samurái (1982).

Cortesía de Muy Interesante



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