Los humanos modernos han logrado habitar casi todos los rincones del planeta, desde los desiertos más áridos hasta las tundras más gélidas. Pero ¿cómo se adaptaron nuestros ancestros al frío extremo de Eurasia? Un nuevo estudio genético ha arrojado luz sobre este misterio y revela que ciertos genes heredados de neandertales y denisovanos desempeñaron un papel clave en la resistencia al frío.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Tokio ha analizado ADN antiguo de poblaciones eurasiáticas para reconstruir la historia genética de sus adaptaciones climáticas. En un artículo publicado en el Journal of Physiological Anthropology, los científicos confirman que la migración de Homo sapiens a Eurasia estuvo acompañada de modificaciones genéticas que facilitaron la supervivencia en temperaturas extremas. Esto refuerza la teoría de que la selección natural favoreció variantes genéticas que optimizaron el metabolismo, la producción de calor y la regulación de grasa corporal.
Las rutas de la expansión humana en Eurasia
Los científicos han debatido durante décadas cómo los humanos modernos poblaron Eurasia. Existen dos modelos principales: el de la Evolución Multirregional, que sugiere que los Homo sapiens evolucionaron en diferentes partes del mundo a partir de poblaciones locales de Homo erectus, y el modelo “Out of Africa”, que propone que todos los humanos modernos descienden de un grupo que salió de África hace unos 60.000 años.
El estudio confirma que la migración humana hacia el este de Eurasia se produjo principalmente por la ruta sur, pasando por el subcontinente indio y el sudeste asiático. La evidencia genética no respalda una migración masiva por la ruta norte, que cruzaría Siberia y el norte de China. No obstante, los habitantes de regiones más septentrionales, como los pueblos indígenas de Siberia y Norteamérica, sí muestran un cierto grado de ascendencia genética derivada de la ruta norte.

ADN antiguo y adaptación al frío: el papel de los neandertales y denisovanos
Los neandertales y los denisovanos, especies de homínidos que coexistieron con los Homo sapiens, ya estaban adaptados a los climas fríos de Eurasia mucho antes de la llegada de nuestros ancestros. Cuando los humanos modernos migraron fuera de África, se cruzaron con estas especies arcaicas, incorporando en su genoma genes clave para la supervivencia en bajas temperaturas.
Uno de los descubrimientos más relevantes del estudio es la influencia del gen TBX15/WARS2, heredado de los denisovanos. Este gen juega un papel crucial en la distribución de grasa corporal y la producción de calor a través de la grasa parda, un tipo de tejido adiposo especializado en la termogénesis. También se destaca la contribución del gen UCP1, que regula la producción de calor en el cuerpo y está presente en altas frecuencias entre los pueblos indígenas del Ártico, como los inuit.
Los neandertales también aportaron variantes genéticas útiles para la adaptación al frío. Entre ellas, ciertos genes del sistema inmunológico que optimizaron la respuesta a infecciones en climas fríos y genes relacionados con la pigmentación y la regulación del ritmo circadiano, facilitando la adaptación a regiones con poca luz solar.

Uno de los aspectos más fascinantes del estudio es cómo las adaptaciones genéticas al frío han influido en el metabolismo de las poblaciones humanas. Los investigadores han identificado que las poblaciones de Asia Oriental y el Ártico tienen una mayor tasa metabólica basal, lo que significa que queman más calorías en reposo. Esto podría explicar por qué tienen una menor predisposición a la obesidad en comparación con otras poblaciones.
Sin embargo, estas mismas adaptaciones pueden haber generado riesgos metabólicos en el mundo moderno. Un ejemplo es el gen SLC16A11, heredado de los neandertales, que originalmente favorecía la acumulación de grasa para sobrevivir en entornos hostiles, pero hoy en día se asocia con un mayor riesgo de diabetes tipo 2, especialmente en poblaciones latinoamericanas.

El gen EPAS1 y la adaptación a la altitud
Otro hallazgo significativo del estudio es la influencia del gen EPAS1, clave en la adaptación a grandes altitudes. Esta variante genética, heredada de los denisovanos, está presente en poblaciones tibetanas y les permite tolerar bajos niveles de oxígeno sin desarrollar problemas de salud como el mal de altura.
El gen EPAS1 reduce la producción de hemoglobina, evitando el engrosamiento de la sangre, un problema común en poblaciones que viven en grandes altitudes. Este mecanismo es tan efectivo que los tibetanos pueden vivir y reproducirse en altitudes donde la mayoría de las personas experimentarían graves problemas de salud.
Referencias
- Abood, S., & Oota, H. (2025). Human dispersal into East Eurasia: ancient genome insights and the need for research on physiological adaptations. Journal of Physiological Anthropology, 44(5). DOI: 10.1186/s40101-024-00382-3.
Cortesía de Muy Interesante
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