Descubren que un neandertal dejó su huella dactilar en esta piedra en España, quizás mientras pintaba un rostro hace 43.000 años (es la más antigua de Europa)

En el verano de 2022, mientras el equipo de arqueólogos trabajaba en una excavación rutinaria en el abrigo de San Lázaro, a las afueras de Segovia, nada hacía pensar que estaban a punto de desenterrar uno de los objetos más enigmáticos atribuidos al comportamiento simbólico de los neandertales. Un simple guijarro, apenas más grande que una mano, yacía enterrado desde hacía más de 43.000 años. Pero su forma, su pigmentación y, sobre todo, una huella dactilar impresa en ocre, convertirían este objeto en una pieza única en el registro arqueológico europeo.

El hallazgo ha sido publicado recientemente en la revista Archaeological and Anthropological Sciences, acompañado de un estudio multidisciplinar liderado por investigadores españoles, incluyendo expertos en prehistoria, geología y forenses de la Policía Nacional, captando la atención de medios internacionales y promete avivar el debate sobre la capacidad simbólica del Homo neanderthalensis.

Un guijarro, una forma y una sospecha

El objeto en cuestión es un canto rodado de granito rico en cuarzo, recogido a orillas del cercano río Eresma y llevado intencionadamente al abrigo por un neandertal. A simple vista, tiene tres pequeñas depresiones naturales en una de sus caras, similares a cavidades. Justo en el centro de esta disposición, un punto de ocre rojo llama la atención. La composición química del pigmento indica que se trata de una mezcla de óxidos de hierro y arcillas, y su presencia en el yacimiento es insólita: no hay rastro de ocre en la estratigrafía del abrigo ni en sus inmediaciones.

Lo que convierte a este guijarro en un objeto excepcional no es solo el punto de ocre, sino lo que ese punto contiene: una huella dactilar humana. No es parcial ni ambigua. Se trata de la huella completa más antigua que se conoce en Europa y, lo que es aún más extraordinario, parece haber sido dejada deliberadamente, no por accidente ni como parte de una actividad funcional. Los análisis forenses, realizados por especialistas en dermatoglifos, han determinado que la huella pertenece probablemente a un varón adulto. La impresión tiene una orientación y ubicación demasiado precisa como para considerarla aleatoria.

La piedra, antes y después de ser desenterrada por completo, muestra una forma que recuerda vagamente a un rostro
El guijarro, antes y después de ser desenterrada por completo, muestra una forma que recuerda vagamente a un rostro. Fuente: Álvarez-Alonso et al./Archaeological and Anthropological Sciences (2025)

¿Un rostro en piedra?

El equipo de investigación no tardó en plantearse una posibilidad tan fascinante como polémica: ¿y si no se trata solo de una marca pigmentada, sino de un gesto artístico intencionado? Al observar la disposición del punto rojo respecto a las tres cavidades, surge una figura reconocible: dos ojos, una boca y, en el centro, la nariz. En otras palabras, un rostro.

El fenómeno que podría explicar esta interpretación se conoce como pareidolia, una reacción cognitiva en la que el cerebro tiende a identificar patrones familiares –como caras– en objetos inanimados. No es raro que veamos rostros en nubes, árboles o manchas. Pero la pregunta que plantea este estudio es si los neandertales también tenían esta capacidad. ¿Pudo un neandertal ver un rostro en esa piedra y decidir resaltarlo con un toque de color?

Las medidas exactas entre las cavidades y el punto rojo muestran una simetría sorprendente. Un análisis estadístico demostró que la probabilidad de que esa disposición se diera al azar es mínima. Además, el punto no está mal colocado ni descentrado: está justo donde se colocaría una nariz en una cara esquemática.

A diferencia de otros guijarros hallados en el mismo nivel estratigráfico, este no muestra señales de uso como herramienta. No hay marcas de percusión, abrasión ni fracturas. No fue un martillo, ni una base para triturar. No participó en la fabricación de utensilios ni en el procesamiento de alimentos. Todo apunta a que fue recogido y llevado hasta el abrigo por su forma, no por su utilidad.

El contexto arqueológico es igualmente revelador. El guijarro se encontró en un nivel fechado por radiocarbono en unos 43.000 años antes del presente, asociado exclusivamente a ocupaciones neandertales. No hay presencia de Homo sapiens en ese horizonte cronológico, lo que refuerza la hipótesis de que fue manipulado por neandertales en los últimos compases de su existencia en el centro de la península ibérica.

¿Un arte neandertal?

El debate sobre si los neandertales eran capaces de producir arte ha sido uno de los más intensos en la arqueología del Paleolítico. Desde que en 2018 se dataran pinturas rupestres en cuevas españolas con más de 65.000 años de antigüedad, muchos investigadores han abierto la puerta a considerar que nuestros primos evolutivos tenían una capacidad simbólica comparable a la nuestra. Pero mientras las pinturas rupestres tienen múltiples ejemplos para apoyar esta idea, el guijarro de San Lázaro es un objeto único. No se ha encontrado otro igual. No hay series ni paralelos. Solo una piedra marcada con un punto rojo y una huella.

La gran pregunta que subyace es si ese punto en forma de nariz fue el resultado de una intención artística. Si aceptamos que un neandertal vio un rostro en esa piedra y decidió intervenir para resaltarlo, estaríamos ante una de las expresiones artísticas más antiguas de Europa, y, sin duda, la más sencilla. Pero también sería una evidencia de un pensamiento abstracto y simbólico que durante mucho tiempo se consideró exclusivo del Homo sapiens.

Lo fascinante del descubrimiento no está solo en el objeto, sino en lo que dice sobre su creador. Un ser humano de hace más de 40.000 años, de una especie que convivió con nosotros durante milenios y cuya desaparición aún genera preguntas, vio algo en una piedra que le pareció especial. Lo suficiente como para cargar con ella, marcarla, dejar su huella y quizá, crear un rostro.

Lejos de ser una anécdota arqueológica, este guijarro plantea una hipótesis profunda sobre la mente neandertal. ¿Podían imaginar? ¿Podían simbolizar? ¿Podían proyectar significado en el mundo que les rodeaba? La respuesta no está del todo clara, pero esta piedra nos obliga a replantear nuestras certezas.

Porque tal vez, cuando ese neandertal presionó su dedo teñido de rojo sobre la superficie del guijarro, no estaba haciendo arte como lo entendemos hoy. Pero sí estaba dejando una marca, un gesto, una intención. Y eso, en términos humanos, ya es mucho.

Referencias

  • Álvarez-Alonso, D., de Andrés-Herrero, M., Díez-Herrero, A. et al. More than a fingerprint on a pebble: A pigment-marked object from San Lázaro rock-shelter in the context of Neanderthal symbolic behavior. Archaeol Anthropol Sci 17, 131 (2025). doi:10.1007/s12520-025-02243-1

Cortesía de Muy Interesante



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