Durante muchas décadas, los geólogos han mirado hacia el noreste de Estados Unidos y han visto una región aparentemente tranquila. Las Montañas Apalaches, aunque erosionadas y domesticadas por millones de años, se mantenían en pie como un vestigio respetable de un pasado tectónico tumultuoso. Pero bajo esa calma superficial, algo inesperado está ocurriendo: una gigantesca masa de roca ardiente, oculta a 200 kilómetros de profundidad, está moviéndose lentamente hacia el oeste. Y podría estar reescribiendo lo que creíamos saber sobre la historia geológica de América del Norte.
Este fenómeno, bautizado como la Anomalía del Norte de los Apalaches (NAA, por sus siglas en inglés), ha sido descrito con detalle en un estudio publicado recientemente en la prestigiosa revista Geology por un equipo internacional liderado por Thomas M. Gernon. La investigación, fruto de años de simulaciones geodinámicas, modelos tectónicos y tomografías sísmicas, apunta a una conclusión sorprendente: esta anomalía térmica no está donde está por casualidad. De hecho, su origen se remonta a un evento tectónico muy concreto: la ruptura entre Groenlandia y América del Norte hace unos 80 millones de años.
Un ascensor térmico bajo tierra
El NAA no es una cámara de magma ni un volcán dormido. Es una masa de roca extremadamente caliente que se encuentra dentro de la astenosfera, la capa semisólida del manto terrestre. Su tamaño es colosal: entre 350 y 400 kilómetros de diámetro, con temperaturas mucho más altas que las de la roca que la rodea. Y lo más desconcertante es que se mueve. A un ritmo lento pero constante —unos 20 kilómetros por millón de años—, se ha desplazado unos 1.800 kilómetros desde su punto de nacimiento cerca del mar de Labrador hasta instalarse bajo el estado de New Hampshire. Si sigue su rumbo, dentro de 15 millones de años podría encontrarse bajo la ciudad de Nueva York.
Este movimiento no es fruto del azar. Según el modelo propuesto por los autores del paper, el NAA es consecuencia de un fenómeno conocido como inestabilidad de Rayleigh-Taylor, un proceso físico por el cual el material denso tiende a hundirse y el más caliente y menos denso asciende. Imaginemos un globo de lava dentro de una lámpara de lava, ascendiendo lentamente por efecto del calor. Algo similar estaría ocurriendo bajo la corteza terrestre, donde el calor generado en el límite de placas riftadas hace millones de años sigue ejerciendo su influencia.

Una explicación para lo inexplicable
Hasta ahora, la presencia de una anomalía térmica en una región tan estable como el noreste de Estados Unidos era un enigma. Esta zona no ha sido tectónicamente activa desde la separación de América del Norte y África hace 180 millones de años. Entonces, ¿por qué aparece aquí un foco de calor tan intenso? La nueva hipótesis conecta este fenómeno con un evento más reciente: la apertura del océano Atlántico Norte cuando América del Norte se separó de Groenlandia. En ese momento, el borde del continente fue perturbado por una serie de “goteos” térmicos que se desplazaron hacia el interior a lo largo de millones de años, como una onda que recorre una cuerda.
Este mecanismo no solo explicaría la posición actual del NAA, sino también otros fenómenos asociados, como la elevación topográfica de los Apalaches en épocas más recientes. Las montañas, que deberían haber sido aplanadas por la erosión, han experimentado una especie de “resurrección” geológica. El calor ascendente bajo su base habría reducido la densidad del manto inferior, provocando un empuje isostático hacia arriba. Es decir, como si el continente hubiese soltado lastre y flotara un poco más.
La sombra de un hermano en Groenlandia
Lo más fascinante es que el NAA podría no estar solo. Al otro lado del Atlántico Norte, bajo Groenlandia, los investigadores han identificado una anomalía sísmica similar, como si fuera el reflejo especular del NAA. Ambas estructuras habrían nacido del mismo proceso tectónico, en lados opuestos del antiguo rift. Y mientras la anomalía americana viaja hacia el oeste, su gemela groenlandesa podría estar influyendo en el derretimiento del hielo desde abajo, aportando calor al lecho de la gigantesca capa de hielo.
Esto plantea una posibilidad inquietante: que muchas de las estructuras geológicas “muertas” que damos por estabilizadas aún estén vivas, moviéndose lentamente por debajo, alterando la geografía de forma imperceptible a escala humana. Lo que hoy parece un terreno inerte podría estar siendo modelado por procesos iniciados hace decenas de millones de años.
El equipo también sugiere que el NAA podría haber dejado un rastro de “hermanos menores” en su recorrido hacia el suroeste. Algunas de estas huellas coinciden con anomalías sísmicas observadas en los Apalaches Centrales, que podrían haber sido los primeros pulsos de esta onda térmica en movimiento. Sin embargo, el paso del tiempo y el reequilibrio térmico habrían borrado muchas de estas señales. Solo con nuevas campañas de sísmica profunda se podrán desenterrar esos rastros.

No es el fin del mundo, pero sí del paradigma
Es importante subrayar que este gigantesco “blob caliente” no representa un peligro inmediato. No hay indicios de que vaya a provocar terremotos o erupciones volcánicas. Sus efectos son sutiles, casi poéticos: elevar montañas, reconfigurar el subsuelo, moldear la litosfera sin levantar sospechas en la superficie. Pero a largo plazo, su existencia cambia nuestra comprensión de cómo se comportan los continentes.
La idea tradicional de que las zonas continentales estables son estructuras fósiles e inalterables está siendo desmontada por hallazgos como este. La tectónica de placas no se detiene simplemente porque las placas dejen de moverse en la superficie. Bajo tierra, el legado de viejos rompimientos sigue activo, como brasas bajo las cenizas.
Este descubrimiento no es solo relevante para los Apalaches o para América del Norte. Abre la puerta a buscar anomalías similares en otras partes del planeta: África, Australia, Sudamérica. Donde hubo separación continental, puede haber dejado una estela térmica como la del NAA. Detectarlas será un desafío técnico, pero también una aventura intelectual: comprender cómo los ecos del pasado siguen esculpiendo el presente.
Y quizá algún día podamos ver estos colosos ocultos con tanta claridad como vemos hoy las montañas que ayudaron a levantar.
Cortesía de Muy Interesante
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