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- Autor, Jim Reed
- Título del autor, Reportero de salud, BBC
Hay un dicho que Robert F. Kennedy Jr. aprecia mucho. Lo usó el día de su confirmación como secretario de Salud de Estados Unidos. “Una persona sana tiene mil sueños, una persona enferma solo uno”, dijo desde el Despacho Oval. “El 60% de nuestra población solo tiene un sueño: mejorar”.
El funcionario de salud pública más poderoso de Estados Unidos se ha propuesto combatir lo que él describe como una epidemia de enfermedades crónicas en el país, un término general que abarca desde la obesidad y la diabetes hasta las enfermedades cardíacas.
Su diagnóstico de que Estados Unidos está experimentando una epidemia de mala salud es una opinión compartida por muchos expertos en salud del país.
Pero Kennedy también tiene un historial de promover teorías conspirativas infundadas sobre la salud, desde la sugerencia de que la covid-19 afectó a ciertos grupos étnicos y eximió a otros hasta la idea de que las sustancias químicas del agua del grifo podrían estar haciendo a transgénero a algunos niños.

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Tras asumir el cargo, recortó miles de empleos en el Departamento de Salud y Servicios Humanos y eliminó programas completos en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
“Por un lado, es sumamente emocionante que un funcionario federal se ocupe de las enfermedades crónicas”, afirma Marion Nestle, profesora jubilada de salud pública de la Universidad de Nueva York. “Por otro, el desmantelamiento del aparato federal de salud pública no puede contribuir en absoluto con esa agenda”.
Kennedy es denigrado por sectores de la comunidad médica y científica. El doctor Amesh Adalja, médico especialista en enfermedades infecciosas e investigador principal de la Universidad Johns Hopkins, me lo describió como un “nihilista malvado”.
Pero incluso algunos de sus críticos aceptan que está aportando impulso y ambición a áreas de la salud que han sido descuidadas.
¿Es posible que el hombre que atrae tantas críticas —y, en algunos sectores, odio— realmente pueda empezar a volver a Estados Unidos más sano?
Niños estadounidenses “nadando en una sopa tóxica”
Hay una industria en la que Kennedy tenía puesta la mira mucho antes de unirse a la administración Trump: las multinacionales alimentarias, según ha dicho, han envenenado a los niños estadounidenses con aditivos artificiales que ya han sido prohibidos en otros países.
“Ahora mismo tenemos una generación de niños que nadan en una sopa tóxica”, afirmó en Fox News el año pasado.
Su primer objetivo fueron los colorantes alimentarios, con la promesa de eliminar gradualmente el uso de tintes derivados del petróleo para finales de 2026.
Productos químicos, con nombres como “Verde n° 3” y “Rojo n° 40”, han sido vinculados a la hiperactividad y los problemas de comportamiento en niños, así como al cáncer en algunos estudios con animales.
“Lo que está sucediendo en esta administración es realmente interesante”, afirma Vani Hari, bloguera gastronómica y antigua demócrata, quien ahora es una voz influyente en el movimiento “Make America Healthy Again” (MAHA) (Hagamos a Estados Unidos Sano Otra Vez).
“MAHA se centra en cómo lograr que la gente deje de consumir alimentos procesados, y una forma de lograrlo es regular los productos químicos que utilizan las empresas”, dice.
Hay indicios de que esta presión podría estar dando sus frutos.
El gigante alimentario PepsiCo, por ejemplo, anunció en una reciente actualización comercial que las papas fritas Lays y los Tostitos “dejarán de contener colorantes artificiales para finales de este año”.
Kennedy llegó a un acuerdo voluntario con la industria alimentaria, pero solo se produjo después de que estados como California y Virginia Occidental ya habían comenzado a implementar sus propias leyes.
“En el caso de los colorantes alimentarios, las empresas tendrán que actuar porque (de cualquier forma) los estados los están prohibiendo y no querrán tener que formular productos separados para cada estado”, afirma la profesora Nestle, autora y crítica veterana de la industria.
Más recientemente, Kennedy manifestó su apoyo a un proyecto de ley alimentario radical en Texas que podría abordar los aditivos en algunos productos, desde dulces hasta cereales y bebidas gaseosas.

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Es posible que pronto los paquetes tengan que llevar una etiqueta de alto contraste que indique: “ADVERTENCIA: Este producto contiene un ingrediente no recomendado para el consumo humano por las autoridades competentes de Australia, Canadá, la Unión Europea o Reino Unido”.
La Asociación de Marcas de Consumo, que representa a algunos de los mayores fabricantes de alimentos, se opone a esta medida, alegando que los ingredientes utilizados en el suministro de alimentos de Estados Unidos son seguros y han sido rigurosamente estudiados.
Es difícil imaginar que un estado como Texas pueda aprobar una regulación de este tipo sin el respaldo político de Kennedy y el presidente Trump.
¿Está RFK “cayendo en la desinformación”?
“No puede cambiarlo todo en poco tiempo, pero creo que el problema de los colorantes alimentarios pronto será historia”, afirma Hari, quien testificó ante el Senado sobre este tema el año pasado.
Sin embargo, a otros les preocupa que la avalancha de anuncios sobre aditivos esté minimizando un problema mucho más amplio.
“Si bien algunas de estas acciones individuales son importantes, son insignificantes en el contexto más amplio de las enfermedades crónicas”, argumenta Nicola Hawley, profesora de epidemiología en la Escuela de Salud Pública de Yale.
“Se prioriza la elección personal y el acceso a alimentos naturales, pero eso ignora por completo las grandes barreras sistemáticas y estructurales (para una alimentación sana), como la pobreza y la publicidad agresiva de comida chatarra dirigida a los niños”.
El gobierno estadounidense, por ejemplo, sigue subvencionando fuertemente cultivos como el maíz y la soya, ingredientes clave de los alimentos procesados.
Kennedy está actualizando las directrices dietéticas nacionales de EE.UU., un documento importante que define todo, desde las comidas escolares hasta los programas de asistencia para personas mayores.
Se espera una reducción de los azúcares añadidos y una transición a alimentos integrales de origen local.
Además, instó a los estados a prohibir que millones de estadounidenses utilicen los cupones de alimentos, una prestación social, para comprar comida chatarra o bebidas azucaradas.
También ha respaldado a los funcionarios locales que quieren dejar de añadir flúor al agua potable, describiéndolo como una “neurotoxina peligrosa”.
El flúor se utiliza en algunos países, incluyendo algunas partes de EE.UU., para prevenir la caries dental, y aunque aún se debate sobre sus posibles efectos para la salud, los Servicios Nacionales de Salud (NHS) de Reino Unido afirman que una revisión de los riesgos no ha encontrado “evidencia convincente” que sustente ninguna preocupación.
Otras investigaciones sobre el flúor han descubierto que el mineral solo tiene efectos perjudiciales para la salud en niveles extremadamente altos.
La profesora Hawley también argumenta que existe una tensión entre el “mensaje importante” de Kennedy sobre la alimentación y las enfermedades crónicas y lo que ella considera una falta de políticas respaldadas por evidencia científica sólida.
“Con él tienes este desafío de que se deja llevar por la información errónea sobre el vínculo entre los aditivos y las enfermedades crónicas, o los factores de riesgo ambientales”, argumenta. “Y eso realmente socava la ciencia”.
“No es antivacunas, es anticorrupción”
Esta tensión es aún más evidente cuando se trata de otra de las grandes preocupaciones de Kennedy.
Las vacunas siguen figurando en el sitio web de los CDC como uno de los grandes logros de salud pública del siglo pasado, junto con la planificación familiar y el control del tabaco.
Éstas previenen innumerables casos de enfermedades y discapacidades cada año y salvan millones de vidas, según la Asociación Médica Estadounidense.
Sin embargo, Kennedy es el escéptico de las vacunas más conocido del país. El grupo activista que dirigió durante ocho años, Defensa de la Salud Infantil, cuestionó repetidamente la seguridad y la eficacia de la vacunación.
En 2019, describió al médico británico Andrew Wakefield, caído en desgracia, como la “persona más injustamente difamada de la historia moderna” y declaró ante una multitud en Washington que “cualquier sociedad justa” estaría erigiendo estatuas en su honor.
Wakefield fue dado de baja del registro médico de Reino Unido en 2010 después de que su investigación vinculara falsamente la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) con el autismo, lo que provocó un aumento repentino de los casos de sarampión en Inglaterra y otros países.
Durante el último año, Kennedy ha insistido repetidamente en que no es “antivacunas” y que “no le quitará las vacunas a nadie”.
Ante un brote mortal de sarampión en niños no vacunados en el oeste de Texas, Kennedy publicó que la triple vírica (SPR) era “la forma más eficaz de prevenir la propagación de la enfermedad”.
En otros comentarios, sin embargo, describió la vacunación como una “elección personal” y enfatizó tratamientos alternativos como los suplementos de vitamina A.
Un importante acuerdo con la farmacéutica Moderna para desarrollar una vacuna contra la gripe aviar en humanos fue cancelado, y fueron implementadas nuevas normas que podrían implicar que algunas vacunas requieran pruebas adicionales antes de que sean actualizadas cada invierno.
En mayo, Kennedy publicó un video en redes sociales en el que afirmaba que el gobierno ya no respaldaría las vacunas de covid para niños sanos y mujeres embarazadas.
Sin embargo, algunos médicos señalan que reducir la elegibilidad simplemente equipararía a Estados Unidos con otros países, incluido Reino Unido, donde las vacunas de refuerzo gratuitas contra la covid se limitan a los mayores de 75 años o a personas con sistemas inmunitarios debilitados.
“En realidad, simplemente se están alineando con los demás, lo cual no es en absoluto escandaloso”, afirma el profesor Adam Finn, médico pediatra y uno de los principales expertos en vacunas de Reino Unido.

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En junio, Kennedy despidió repentinamente a los 17 miembros del influyente comité de expertos que asesora a los CDC sobre la elegibilidad de las vacunas.
Acusó al panel de estar “plagado de persistentes conflictos de intereses” y de aprobar nuevas vacunas sin un escrutinio adecuado.
Un nuevo comité, mucho más pequeño, seleccionado personalmente por la administración, tiene ahora la facultad de modificar, o incluso descartar, recomendaciones cruciales para inmunizar a los estadounidenses contra ciertas enfermedades, así como de modificar el programa de vacunación infantil.
“Esto pone de relieve cuánto estamos retrocediendo”, afirma el doctor Amesh Adalja, médico especialista en enfermedades infecciosas e investigador principal de la Universidad Johns Hopkins.
“Creo que el panel se volverá cada vez más irrelevante si RFK Jr. logra configurarlo como él quiere”.
El nuevo panel tomó su primera decisión a fines de junio: votó a favor de dejar de recomendar un pequeño número de vacunas contra la gripe que aún contienen timerosal, un conservante sobre el cual Kennedy escribió un libro en 2015.
Sus críticos afirman que ha llegado a Estados Unidos una nueva era en la política de vacunas. Pero sus partidarios dicen que ningún tema, incluida la seguridad de las vacunas, debe considerarse vedado.
“Todo debe estar abierto a debate y Bobby Kennedy no es antivacunas, es anticorrupción”, argumenta Tony Lyons, cofundador del comité de acción política que apoyó su campaña presidencial independiente.
“Se trata de ser pro-ciencia, pro-capitalismo y creer que se tiene la obligación con el público de investigar a fondo cualquier producto que se administre a 40 millones de niños”.
El rompecabezas del autismo
Semanas después de que Kennedy asumiera el cargo, se supo que los CDC iniciarían un proyecto de investigación sobre la relación entre las vacunas y el autismo.
Desde el ahora desacreditado artículo de Wakefield en The Lancet en 1998, que vinculaba el autismo con la vacuna triple vírica administrada a niños, numerosos estudios internacionales han analizado este tema en detalle sin encontrar ningún vínculo acreditado.
“Ya no hay nada que debatir; la ciencia lo ha resuelto”, afirma Eric Fombonne, investigador del autismo y profesor emérito de la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón.
Sin embargo, Kennedy contrató a David Geier, un conocido escéptico de las vacunas, para que vuelva a analizar los datos.
Hoy en día, el autismo es considerado ampliamente como un trastorno de un espectro que es de por vida.
Puede incluir a personas con grandes necesidades de apoyo que no hablan, y a personas con una inteligencia superior a la media que podrían tener dificultades con la interacción social o la comunicación.
La mayoría de los investigadores creen que el aumento de casos a lo largo de las décadas se debe a una mayor definición de los niños con autismo, así como a una mayor concienciación, comprensión y detección.
Pero en abril, Kennedy descartó esa idea, describiendo el autismo como “prevenible”. Culpó a un misterioso factor ambiental del aumento de niños de ocho años diagnosticados.
“Esto proviene de una toxina ambiental… (en) nuestro aire, nuestra agua, nuestros medicamentos, nuestros alimentos”, dijo.

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Se comprometió a llevar a cabo para septiembre un esfuerzo de investigación masivo para encontrar la causa y “eliminar esas exposiciones”.
El doctor Fombonne lo niega rotundamente. “Es absurdo y demuestra una completa falta de comprensión”, afirma. “Sabemos desde hace muchos años que el autismo tiene un fuerte componente genético”.
En el mismo discurso, Kennedy afirmó que muchos niños autistas nunca “pagarán impuestos, nunca tendrán un trabajo. Nunca jugarán al béisbol. Nunca escribirán un poema. Nunca tendrán una cita. Muchos de ellos nunca usarán el baño sin ayuda”.
Muchos en la comunidad autista están indignados. “Lo que vemos aquí es una retórica basada en el miedo y una narrativa engañosa que causa daño y perpetúa el estigma”, afirma Kristyn Roth, de la Sociedad Estadounidense de Autismo.
Pero algunos padres de niños autistas se muestran más comprensivos.
Emily May, escritora y madre de un niño con autismo, escribió en The New York Times que se encontró “asintiendo con la cabeza mientras el señor Kennedy hablaba sobre la lúgubre realidad del autismo profundo”.
“Sus comentarios reflejan la realidad y el dolor de un subgrupo de padres de niños con autismo que se sienten excluidos de gran parte de la conversación”, escribió.
Desde entonces, el gobierno moderó su promesa de encontrar las causas del autismo para septiembre, pero sigue prometiendo resultados detallados de su investigación para marzo de 2026.
¿Un mensajero imperfecto?
Robert Kennedy solo lleva en el cargo unos meses. Pero ya está planteando importantes preguntas, en particular sobre enfermedades crónicas, que nunca antes un secretario de Salud había planteado de la misma manera.
Por primera vez este asunto tiene tanto la atención política como el apoyo bipartidista en Estados Unidos.
Es evidente que no teme enfrentarse a lo que él percibe como intereses creados en las industrias alimentaria y farmacéutica, y sigue contando con el firme apoyo del presidente Trump.
Tony Lyons, quien ha publicado libros de Kennedy, lo considera “excepcionalmente calificado” para el cargo más influyente en la salud pública estadounidense.
“Es un luchador contra la corrupción. Ha visto lo que todo este tipo de empresas hacen, no solo las farmacéuticas sino también las alimentarias, y quiere que hagan un mejor trabajo”, afirma.
La trayectoria de Robert Kennedy como abogado ambientalista, enfrentándose a las grandes compañías y al establishment, claramente ha moldeado las opiniones que mantiene actualmente.
Pero Jerold Mande, exasesor federal en política alimentaria durante tres administraciones, teme que las propias opiniones y sesgos de Kennedy hagan que algunas de las soluciones que propone estén predeterminadas y no respaldadas por evidencia.
Mande, quien es actualmente profesor de nutrición en Harvard, describe a Kennedy como un mensajero imperfecto y afirma tener “enormes preocupaciones” sobre el enfoque de la administración en aspectos de salud pública, desde el control del tabaco hasta la vacunación, donde “no cabe duda que lo que está haciendo va a causar enormes daños”.
“En general, soy optimista… pero aún es necesario encontrar las respuestas correctas, y esas respuestas solo se pueden encontrar a través de la ciencia”, afirma el profesor Mande.
“Ahora tenemos una oportunidad y él la está facilitando al hacerla una prioridad. Pero es la forma en que se use esa oportunidad lo que determinará si es un éxito o no. Y ahí es donde aún no se ha emitido un veredicto”.

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Cortesía de BBC Noticias
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