En el corazón del valle del Boyne, donde la niebla acaricia las piedras milenarias de Newgrange, un hallazgo insólito agitó hace unos años el mundo de la arqueología: un fragmento craneal reveló que su propietario había nacido de una relación incestuosa.
La noticia corrió como la pólvora. La prensa hablaba de reyes divinos, de dinastías neolíticas comparables a los faraones de Egipto o los soberanos del Imperio Inca. Algunos titulares llegaron a sugerir que, en la Irlanda de hace 5.500 años, gobernaban “dioses humanos” nacidos entre hermanos. Pero la ciencia, como suele ocurrir, es más cauta. Y más compleja.
Un reciente estudio publicado en la revista Antiquity y liderado por un equipo de la University College Dublin, junto a investigadores de universidades de Noruega, Reino Unido y Australia, ha puesto en duda esa narrativa espectacular. Lo que realmente ocurrió en Newgrange, según estos expertos, no fue un cuento de tronos y sangre azul, sino algo mucho más humano y ambiguo.
Solo un caso, muchas preguntas
Todo comenzó con NG10, el nombre técnico de un fragmento de hueso temporal hallado en la cámara funeraria de Newgrange. El análisis genético reveló un caso excepcional de incesto de primer grado —entre hermanos o entre padre e hija—, una rareza biológica que disparó las interpretaciones.
Dicho hallazgo, según explicó la arqueóloga Jessica Smyth en el comunicado de prensa oficial, “no encaja bien con lo que sabemos sobre la sociedad de la época”. Y es que, más allá de NG10, no se han identificado otros casos de incesto en la Irlanda o Gran Bretaña neolíticas.
No solo eso: el conjunto de datos genéticos disponibles apunta justo en la dirección contraria. “Las poblaciones de ambas islas evitaban activamente la endogamia”, aclaran los autores. Lo de NG10, por tanto, parece ser una anomalía, no una norma. Y basar en esa anomalía toda una narrativa de élites incestuosas es, como dicen en el artículo, “una base muy débil para reconstruir una estructura social”.
No había reyes en Newgrange
Pero si no eran reyes… ¿quiénes eran las personas enterradas en Newgrange?
La idea de que este monumento megalítico servía como mausoleo exclusivo para una dinastía poderosa se ha tambaleado con esta nueva revisión. Aunque el monumento —más antiguo que Stonehenge y las pirámides de Giza— fue sin duda un lugar especial, la interpretación de los investigadores es más matizada: la inclusión en una tumba de pasaje no implicaba necesariamente un estatus político o hereditario.
De hecho, el análisis de los restos óseos excavados en los años 60 muestra que apenas se conservan fragmentos de cinco individuos. Y ni siquiera se sabe si fueron enterrados allí originalmente o si los huesos llegaron tras pasar por un complejo ritual de manipulación post mortem, que incluía cremación y circulación comunitaria.
“Antes de acabar en un monumento megalítico, los cuerpos eran fragmentados, a veces incinerados, y sus restos circulaban por las comunidades”, señala Smyth. En otras palabras, lo que se depositaba en Newgrange no era el cuerpo de un rey intacto, sino partes simbólicas de personas cuya identidad quizás se construía más en el ritual que en la sangre.

La trampa de mirar a Egipto
Uno de los errores más frecuentes en arqueología es aplicar modelos conocidos a contextos completamente diferentes. Así ocurrió con la interpretación del incesto en Newgrange, que fue comparado con las prácticas de las dinastías egipcias o las élites incaicas.
Pero el equipo liderado por Smyth y Neil Carlin alerta del riesgo de esas comparaciones rápidas.
“El uso de analogías etnográficas inadecuadas ha distorsionado la interpretación”, critican. Y recuerdan que el incesto, aunque documentado en culturas jerárquicas, también se da —incluso hoy— en contextos no elitistas, sin que eso implique legitimidad política ni divinidad.
Lo que sí revelan los datos genéticos es algo más complejo: muchos de los enterrados en tumbas de pasaje en Irlanda estaban emparentados, pero a grados muy lejanos: primos lejanos, tatarabuelos comunes…. Este patrón, lejos de demostrar una dinastía, sugiere otra cosa: vínculos sociales construidos, no heredados. Redes de parentesco simbólico más que linajes de poder.
Un mundo sin castas, pero con diferencias
Esto no significa que todas las personas de la Irlanda del Neolítico fueran iguales. La inclusión en un monumento como Newgrange seguía siendo excepcional. Pero el criterio para esa selección sigue siendo un misterio.
“No sabemos por qué se elegía a unas personas y no a otras. Lo que sí sabemos es que el entierro en estos lugares no reflejaba necesariamente una estructura de poder estable”, explican los autores.
Tampoco hay pruebas de acumulación de riquezas, ni de arquitectura doméstica diferenciada, ni de distribución desigual de alimentos. Los análisis de isótopos y ADN indican dietas similares, sin privilegios especiales. Y la vivienda de estas comunidades —frágil, simbólicamente neutra— contrasta con la monumentalidad de los túmulos.
Quizás, sugieren los autores, la verdadera función de Newgrange fue la de reforzar la identidad comunal. Un espacio donde se tejían memorias, alianzas y narrativas compartidas. No la tumba de un rey, sino el corazón ritual de una comunidad que hablaba con sus muertos para entender su presente.

Reescribiendo el relato
La publicación de este estudio no solo desmonta una interpretación mediática. También invita a repensar cómo construimos relatos sobre el pasado. Los autores lo dicen con claridad: “No tiene sentido seguir enfocándonos exclusivamente en formas de gobierno individual estables cuando no hay pruebas suficientes para sostener esas afirmaciones”.
Porque al hacerlo, no solo proyectamos nuestras ideas sobre jerarquías en sociedades que funcionaban de forma distinta. También perpetuamos mitos dañinos, como la noción de que solo los hombres poderosos importaban, y que la historia solo avanza cuando hay tronos, coronas y linajes.
Newgrange no necesita un rey para seguir fascinándonos. Lo que guarda bajo su colina, más allá del oro o el poder, son las huellas fragmentadas de una humanidad rica, diversa y ritual.
Referencias
- Smyth J, Carlin N, Hofmann D, et al. The ‘king’ of Newgrange? A critical analysis of a Neolithic petrous fragment from the passage tomb chamber. Antiquity. 2025;99(405):672-688. doi:10.15184/aqy.2025.63
Cortesía de Muy Interesante
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