
El 27 de septiembre, Día Mundial del Turismo, México recuerda por qué se ha consolidado como un referente obligado en el mapa gastronómico internacional. La cocina mexicana no es un accesorio del viaje, es el viaje en sí: un recorrido donde los sabores se vuelven pasaporte, donde cada platillo lleva consigo historia, territorio e identidad.
En los últimos años, mientras el turismo global se diversifica hacia experiencias auténticas, México se ha colocado en primera fila gracias a una riqueza culinaria que no se agota en un solo rostro ni en un solo destino. De norte a sur, los visitantes encuentran un país que se narra en moles, tacos, ceviches, mezcales y vinos; un país que ha hecho de la comida su mayor carta de presentación.
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Oaxaca: la catedral de los moles
Ningún visitante olvida su primer mole en Oaxaca. Oscuro, brillante, especiado hasta el suspiro, es mucho más que una salsa: es un universo de ingredientes que pueden superar la veintena, con cacao, chiles, especias y semillas que se mezclan en un ritual transmitido de generación en generación. La ciudad, reconocida en 2024 como Mejor Destino Gastronómico de México, es hoy epicentro de un turismo que busca tanto las tlayudas en los mercados como los mezcales artesanales en palenques rurales. En Oaxaca, comer es adentrarse en un territorio que vibra entre la tradición indígena y la creatividad contemporánea.
Ciudad de México: capital de contrastes
La Ciudad de México es un planeta en miniatura. Aquí conviven más de 50 mil establecimientos: desde puestos callejeros que despachan tacos al pastor —ese ícono urbano que se ha vuelto emblema global— hasta templos culinarios como Pujol, Quintonil o Rosetta, reconocidos entre los mejores restaurantes del mundo. El turista que recorre la capital puede desayunar en un mercado con barbacoa y pancita, comer en una fonda de colonia y terminar la noche con un menú de degustación de alta cocina. Este mosaico convierte a la capital en una experiencia irrepetible: una ciudad donde cada bocado cuenta una historia.
Foto principal: El restaurante liderado por el chef Enrique Olvera se colocó en el 3er lugar en los Latin America’s 50 Best Restaurants.
Yucatán y Quintana Roo: la herencia maya en la mesa
En la península, la cocina es también arqueología. La cochinita pibil, enterrada bajo tierra en pib para su cocción lenta, es tanto un plato como una ceremonia. La sopa de lima, fresca y cítrica, acompaña las tardes de calor tropical. Hoy, esa tradición convive con resorts de clase mundial donde chefs reconocidos reinterpretan los sabores mayas y los colocan en mesas con estrellas Michelin. En Cancún, Playa del Carmen y Tulum, el turismo gastronómico se mezcla con la naturaleza y el lujo, y convierte cada comida en parte de la experiencia de destino.
Baja California: la fusión que conquistó al mundo
El norte de México no se entiende sin la revolución culinaria de Baja California. Allí, los tacos de pescado de Ensenada se han convertido en una marca internacional, mientras la cocina Baja-Med fusiona ingredientes del Pacífico con técnicas mediterráneas. El Valle de Guadalupe, con sus vinos premiados, atrae a miles de enoturistas que descubren en sus viñedos un territorio en expansión. No es casual que Ensenada haya sido reconocida por la UNESCO como Ciudad Creativa de la Gastronomía: aquí la tradición se convirtió en laboratorio, y el laboratorio en un imán para viajeros.
Otros estados que alimentan la identidad
El mapa gastronómico de México está lleno de estaciones de peregrinaje.
Puebla: con su temporada de chiles en nogada, donde el platillo barroco resume historia y estética.
Michoacán: cuna de la cocina purépecha, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, donde las cocineras tradicionales siguen siendo guardianas de técnicas ancestrales.
Jalisco: tierra del tequila y la birria, donde cada bebida y cada caldo se transforman en fiesta.
Sinaloa: con sus aguachiles frescos y picantes que se han vuelto protagonistas de las costas mexicanas.
Aguachile verde con puro camaroncito
Veracruz: que en su cocina afrocaribeña mezcla sabores del golfo, del mestizaje y de los ritmos que llegaron por mar.
Cada estado aporta un capítulo a este relato que, en su conjunto, convierte a México en un mosaico vivo de sabores.
Platos y rostros que cuentan historias
Si algo distingue al turismo gastronómico mexicano es su capacidad de contar historias. El taco al pastor es una narrativa urbana de migraciones libanesas que encontraron en el trompo de carne adobada un nuevo hogar. El mole es la síntesis de las rutas del cacao y las especias, de la alquimia conventual y la imaginación indígena. La cochinita pibil es resistencia cultural, un legado maya que se mantiene intacto pese al paso de los siglos.
En la vitrina internacional, nombres como Enrique Olvera, Jorge Vallejo o Elena Reygadas llevan la bandera mexicana a los listados más influyentes de la alta cocina. Pero el corazón de este turismo late también en las cocineras tradicionales que, desde Oaxaca, Puebla o Michoacán, siguen alimentando a viajeros con recetas que no necesitan de estrellas para brillar. Son ellas quienes recuerdan que la gastronomía mexicana no solo se degusta, también se hereda.
La narrativa cultural del paladar
Hoy más que nunca, la comida mexicana es motor de viaje. No es casual que los visitantes internacionales incluyan experiencias culinarias como parte esencial de su itinerario. Las rutas del tequila y el mezcal, las ferias gastronómicas regionales, los festivales de mole o de chile en nogada, son ejemplos de cómo el turismo se organiza en torno a la cocina.
En este Día Mundial del Turismo, México reafirma que su banquete es global: un país donde se viaja con el paladar, donde cada plato es puerta de entrada a una cultura.
Cortesía de El Economista
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