
Desde su campaña electoral de 2024, Donald Trump dejó claro su regreso al escepticismo climático más radical: reactivó el lema “perfora, bebe, perfora”, minimizó el calentamiento global con frases como “hace mucho frío aquí fuera hoy” y prometió revertir toda política vinculada con la transición energética.
La reelección del republicano no solo frenó la política climática de Estados Unidos: alteró el tablero internacional. Ya en 2024, expertos advertían que una segunda presidencia de Trump recortaría drásticamente las reducciones de emisiones necesarias para evitar que el planeta supere umbrales peligrosos.
Un análisis de Carbon Brief proyecta que, de aquí a 2030, Estados Unidos emitirá 4,000 millones de toneladas métricas adicionales de CO2, equivalentes a lo que contaminan juntos la Unión Europea y Japón en un año. La politóloga Leah Stokes lo resumió así: “El resultado de la elección estadounidense tendrá ramificaciones en todo el planeta”.
Y esas ramificaciones están a la vista en Belém. Delegados reconocen, aunque extraoficialmente, que la ausencia de Washington limita la presión sobre otros grandes emisores para comprometerse con metas más ambiciosas. China avanza sin contrapesos, India modera su discurso y la propia Unión Europea admite que su capacidad de negociación se complica sin el respaldo del que solía ser su aliado transatlántico.
Salida del Acuerdo de París y desmantelamiento interno
Aunque el proceso formal para que Estados Unidos abandone el Acuerdo de París concluye hasta 2026, la administración Trump comenzó a desmontar la estructura climática estadounidense desde el primer día de su segundo mandato.
Entre sus principales objetivos:
- Eliminar la Ley de Reducción de la Inflación, el paquete climático insignia de Joe Biden, que destinó cientos de miles de millones a energías limpias.
- Acabar con los incentivos a vehículos eléctricos, al denunciar un inexistente “mandato de autos eléctricos”.
- Reactivar permisos de exportación de gas natural licuado (GNL), suspendidos durante la administración anterior.
- Derribar las regulaciones de la EPA para limitar emisiones de centrales eléctricas.
Biden: “Condena a nuestras futuras generaciones a un mundo más peligroso”
Antes de dejar la Casa Blanca, Joe Biden se presentó como el contrapeso directo del negacionismo climático. En septiembre de 2024, durante el Global Business Forum, advirtió que la postura de Trump “condena a nuestras futuras generaciones a un mundo más peligroso” y acusó al republicano de haber hecho “retroceder al mundo” en su primer mandato.
Biden insistió en que Estados Unidos había recuperado el liderazgo climático global tras reincorporarse al Acuerdo de París en 2021, promover incentivos históricos para la energía verde y crear casi 16 millones de empleos asociados a la transición. El riesgo ahora, dijo, es perder ese progreso y dinamitar la credibilidad internacional del país.
El impacto en la COP30: un vacío político y un reacomodo del poder
El vacío estadounidense incendió el debate en Belém. Mientras el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva intenta alinear a los países en torno a una hoja de ruta para abandonar gradualmente los combustibles fósiles, la posición de Trump actúa como freno implícito: sin Estados Unidos, es difícil empujar un compromiso global de eliminación de fósiles, y países como Rusia lo usan para justificar posturas más duras.
El senador demócrata Sheldon Whitehouse, el único legislador federal estadounidense presente en Belém, lanzó una advertencia desde la cumbre:
“Habrá daños económicos duraderos para Estados Unidos por no poder seguir el ritmo de China en la carrera por triunfar en el futuro de la energía limpia”.
Whitehouse insistió en que Trump no representa al pueblo estadounidense y acusó a la Casa Blanca de actuar bajo la “corrupción de los combustibles fósiles”. También recordó que el presidente recibió cientos de millones de dólares de petroleras durante su campaña.
Estas declaraciones resonaron particularmente en una COP30 marcada por el ascenso climático de China: pabellones abarrotados, exhibiciones tecnológicas de baterías, energía solar y vehículos híbridos, y un papel diplomático reforzado ante la retirada estadounidense del proceso climático.
En Belém, la ciencia, la diplomacia y la protesta convergen para subrayar una paradoja: mientras la brecha entre metas climáticas y acción real se agranda, la principal potencia histórica del mundo no solo se ausenta, sino que impulsa políticas en sentido contrario.
Con información de AFP/ Reuters
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Cortesía de El Economista
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