Hablar de DOOM es tocar a uno de los pilares de la industria de los videojuegos. Es mucho más que un shooter en primera persona: es un fenómeno cultural que ha influenciado a generaciones completas. Desde su debut en 1993, la franquicia ha sabido mantenerse vigente con entregas que, pese al paso de los años, no han perdido su esencia brutal, acelerada y satisfactoria.
Hoy, con DOOM: The Dark Ages, la saga da un paso inesperado pero poderoso: una precuela que nos traslada a una era medieval fantástica sin perder lo que la hace única. El reto era gigantesco, pero el resultado demuestra cómo es envejecer con estilo. Y lo hace con una fuerza arrolladora en el mismo infierno.
Una precuela con mucho que decir
The Dark Ages se posiciona como el capítulo más “antiguo” en la línea de tiempo. Es el punto de partida que da contexto a todo lo que hemos visto en las últimas dos entregas modernas. Y por primera vez en la historia de la saga, la narrativa cobra un peso importante. No es solo un pretexto para masacrar demonios, sino un viaje que busca darle más dimensión al personaje principal.
Las cinemáticas son simplemente espectaculares, con una carga visual y emocional que no habíamos visto antes en la franquicia. Pero lo mejor es que, al ser una precuela, no necesitas haber jugado los títulos anteriores para disfrutarlo. Al contrario, después de terminar esta entrega, te va a dar ganas de regresar a los otros juegos con una nueva perspectiva sobre todo lo que viviste.
La campaña está dividida en 22 niveles, lo que nos da una estructura sólida y muy clara. Dependiendo de tus habilidades, puedes terminar el juego en unas 18 horas, aunque es probable que en la primera vuelta no descubras todo. Hay zonas ocultas, mejoras escondidas y caminos alternativos que invitan a la exploración cuidadosa.

No se trata de un mundo abierto, pero combina perfectamente secciones lineales con áreas más abiertas. A veces, incluso podrías perderte por no encontrar un acceso evidente, pero si eres de los que revisan cada rincón, serás recompensado con recursos valiosos para tu progreso.
Brutalidad con estrategia
La base sigue siendo un FPS veloz y agresivo, con su icónica escopeta como emblema de la carnicería. Pero el gran giro lo da el nuevo escudo con sierra integrada, una herramienta que redefine la manera de enfrentar los combates. No solo sirve para defenderse o hacer parrys: si lo lanzamos, podemos aturdir a los enemigos, causar daño a distancia e incluso activar habilidades especiales si lo potenciamos con runas. Es una locura.

El escudo no rompe la esencia del juego, sino que la refuerza. Es un segundo elemento ofensivo disfrazado de defensa, y obliga a pensar de manera más estratégica. Su curva de aprendizaje es rápida, pero dominarlo requiere tiempo y precisión. Saber cuándo bloquear, cuándo lanzar o cuándo hacer un remate con él puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Además, tenemos un arsenal variado: armas cuerpo a cuerpo con remates violentos, rifles de largo alcance, explosivos y más. Cada enemigo demanda una estrategia distinta, así que constantemente estás cambiando de arma y ajustando tu estilo. Las oleadas ahora son más grandes, más caóticas y con enemigos de distintos tamaños y habilidades, atacando desde todas las direcciones. El combate es un frenesí absoluto que exige reflejos, puntería y mucha táctica.

Violencia hasta por las alturas
Uno de los grandes momentos llega cuando controlamos a un mecha. Al principio parece un espectáculo visual, pero en la práctica es más un respiro que un reto. Es divertido, imponente, pero algo limitado comparado con lo que vivimos con el Slayer.

Eso cambia radicalmente con el dragón. Su movilidad, velocidad y dinámica de parrys lo convierten en un segmento mucho más interesante y desafiante. Son momentos que rompen el ritmo sin cortar la intensidad, y que demuestran que DOOM todavía tiene espacio para experimentar sin perder el enfoque.
Uno de los aspectos que más sorprende en DOOM: The Dark Ages es su nivel de personalización en cuanto a la dificultad. No se trata solo de elegir entre fácil, medio o difícil; el juego permite ajustar parámetros específicos que impactan directamente la experiencia. Desde la agresividad de los enemigos, el daño recibido, hasta el ritmo de aparición de recursos, cada jugador puede moldear su partida según sus habilidades o preferencias.

Esta flexibilidad no solo mejora la accesibilidad, también representa un estándar que otros títulos deberían considerar. DOOM no pierde su identidad al ofrecer estas opciones, al contrario, demuestra que un juego desafiante puede y debe adaptarse sin comprometer su esencia.
En lo técnico, The Dark Ages es uno de los nuevos referentes de la generación. Su rendimiento es impecable: no hay bajones de frames ni tiempos de carga prolongados, incluso cuando la pantalla está saturada de enemigos, efectos, explosiones y disparos. Todo se mueve con una fluidez envidiable, lo cual es clave en un juego tan frenético. Aunque es una realidad que la versión de Xbox Series S tiene una sorprendente velocidad de 60 cuadros, pero se sacrificaron muchos elementos visuales para lograrlo.

La dirección artística mantiene una estética gótica brutal, combinando castillos, demonios y tecnología en un estilo visual digno de portada de disco de heavy metal. Respecto a la banda sonora, cargada de riffs intensos y percusión explosiva, es el acompañamiento perfecto para cada batalla. Y como plus, tenemos un excelente doblaje latino.
Un viaje único por el infierno
Más allá de discutir si puede ser el Juego del Año, DOOM: The Dark Ages demuestra que hay pocas franquicias capaces de reinventarse con esta fuerza. Es una entrega que complace tanto a nuevos jugadores como a fans veteranos. Respeta sus raíces, pero se atreve a innovar en lo justo y necesario para sentirse fresco.
Estamos ante un título que entiende perfectamente qué lo hace especial y lo lleva al límite. Cada nivel, cada enemigo, cada arma, está diseñado para ofrecer la experiencia más brutal y satisfactoria posible. Es una sinfonía de caos, precisión y diseño bien calculado.

Pero DOOM: The Dark Ages tampoco intenta descubrir el hilo negro del género. No tiene por qué hacerlo. Toma elementos conocidos, estructuras vistas en otros FPS que —irónicamente— le deben muchísimo a DOOM. Esta franquicia fue la maestra, y ahora toma prestado lo que muchos aprendieron de ella para mejorarlo, refinarlo y devolverlo con una fuerza inigualable.
La evolución del FPS moderno no se entiende sin DOOM, y este título funciona como una especie de recordatorio de su legado. Es como si dijeran: “ahora dejen que les mostremos cómo se hace”.
Lo más increíble es que, incluso con todo eso, nadie esperaba un regreso tan contundente. En una industria donde muchas sagas envejecen, se diluyen o pierden su identidad, DOOM hace justo lo contrario: regresa más feroz, más estilizado y más sólido que nunca.

Posiblemente estamos ante la mejor saga del género en los últimos años. No por nostalgia ni por nombre, sino porque ha sabido adaptarse sin miedo, arriesgar cuando debía hacerlo y mantenerse fiel a lo que representa: acción pura, jugabilidad afilada y un universo tan violento como fascinante.
DOOM: The Dark Ages no es solo el regreso de un ícono. Es la confirmación de que esta saga no va a morir porque decidió evolucionar. Y cuando una franquicia se atreve a hacerlo con esta calidad, lo mínimo que podemos hacer es rendirnos ante su brutal grandeza.
Cortesía de Xataka
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