Al conde Drácula se lo ha reversionado de mil maneras distintas. Lo más usual es hacer hincapié en el mito del vampirismo, el castillo en Transilvania, la sangre, las estacas, el ajo y los colmillos. También al protagonista de la novela de Bram Stoker se lo tomó con humor, pero pocas veces se lo exploró principalmente desde el punto de vista romántico como hace Luc Besson en esta Drácula que estrena este jueves.
Cómo Drácula puede esperar cuatrocientos años para volver a ver al amor de su vida, reencarnada en otra joven doncella.
Porque de príncipe guerreo peleando a favor de la Iglesia católica, que no le teme a estar en medio de una batalla donde mata en nombre de Dios, y perder a su amada, que muere trágicamente, a enemistarse con Dios y asesinar al religioso que lo encomendó a aquel combate hay un trecho brevísimo.
Tanto como lo que le toma a Besson presentar al protagonista y envolverlo en una locura romántica que saltará siglos, mordeduras y vampiros.
El director de El perfecto asesino, Nikita y El quinto elemento no le teme ni le escapa a los momentos fantásticos que le ofrece el texto original, pero se permite cambiar y adaptar situaciones y personajes, y hasta el destino de Drácula, que en vez de viajar desde Rumania en barco a Londres lo hace a la París de la Belle Epoque, que se prepara para los festejos del centenario de la Revolución Francesa.
Allí ya será perseguido, en vez de por Van Helsing, el tipo que luchaba contra lo sobrenatural, por un cura (¡¿?!), que interpretado por Christoph Waltz uno podía pensar que iba a ser un exceso histriónico. Pero no. No es como Stansfield, el personaje de Gary Oldman (que fue el Drácula también romántico y más sexual de Francis Ford Coppola) en El perfecto asesino.
Tampoco Caleb Landry Jones, con quien Besson trabajó en la alocada Dogman (2023), en la que encarnaba a un hombre obsesionado por el amor a los perros, es una caricatura del vampiro.
Este Drácula, si se lo quiere ver de esa manera, no es el villano de la película, sino un pobre hombre que sigue vagando en busca del amor perdido. Y cuando cree ver en una mujer (Zoë Bleu, que algún día dejaremos de conocerla como la hija de Rosanna Arquette) a Elisabeta, quien fuera el amor de su vida, no va a ponerse ningún límite para conquistarla.
La película tiene una producción impecable, que se nota en cada toma, cada candelabro, cada corsé y cada gota de sangre. Besson y su compañía EuropaCorp no escatimaron esfuerzos económicos en pos de lograr un espectáculo fastuoso, para nada humilde ni modesto.
Caleb Landry Jones tiene todo el peso de la historia sobre sus hombros y la verdad es que la lleva adelante sin poner demasiadas caritas ni tampoco burlarse del mito.
Habrá que ver si el público desea ver otra nueva versión de Drácula. Esta no está nada, pero nada mal.
Reino Unido / Francia, 2025. Título original: “Dracula: A Love Tale”. 129’, SAM 16. De: Luc Besson. Con: Caleb Landry Jones, Christoph Waltz, Zoë Bleu, Matilda De Angelis. Salas: Cinemark Palermo, Hoyts Abasto y Unicenter, Cinépolis Recoleta, Showcase Belgrano, Norcenter.
Cortesía de Clarín
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