El resultado de las elecciones del 9 de febrero en Ecuador entre el actual presidente Daniel Noboa, con un 44,23 por ciento, y la principal candidata opositora, Luisa González, con el 43,87 por ciento, plantea varias líneas interpretativas: esa diferencia menor a medio punto entre ambos contendientes expresa mucho sobre la realidad del país andino y, en cierta forma, sobre la de buena parte de América latina.
El actual mandato de Daniel Noboa expresa el retorno de una plutocracia sin mediaciones políticas, típico del Ecuador en el siglo XIX, cuando el poder era ejercido de manera directa por empresarios y hacendados que hacían prevalecer su propia voluntad, sin necesidad de colocar al frente del gobierno dirigentes responsables de encubrir intereses de clase (o, más aún, de sectores privilegiados), y de legitimar administraciones con una clara y definitiva orientación antipopular.
Noboa, perteneciente a la familia más rica del Ecuador, que desde mediados del siglo pasado construyó un verdadero imperio a partir de la exportación del banano, asumió las riendas del país aprovechando la crisis interna provocada tanto por la frustrada experiencia de gobierno de Guillermo Lasso, eterno candidato de la derecha y representante de los intereses bancarios, como por la debacle del Partido Social Cristiano, corrido del poder en 2023 en su principal bastión, Guayaquil, debido a la fatal combinación de corrupción y pésima gestión durante la pandemia.
El presidente Noboa expresa por tanto el develamiento de una derecha, tanto en su vertiente conservadora como neoliberal que, sin mayor apego a los valores republicanos, tantas veces declamados, o a una democracia sin mayor asidero real, se ha visto comprometido en un gobierno generador de toda forma de violencia e inseguridad, pobreza e inestabilidad. La precariedad como forma de vida y en su máxima expresión…
Desde el plano internacional, también hay que destacar que se trató de la primera elección realizada en un país latinoamericano desde que Donald Trump inició su segundo mandato presidencial hace casi tres semanas.
Los resultados alcanzados por la izquierda pueden ser leídos como un rechazo hacia el alineamiento que el gobierno de Noboa pretende imponer hacia la Casa Blanca, tanto en términos ideológicos como económicos. Sin embargo, también existiría el repudio frente a la inacción demostrada respecto a la eventual deportación de los ciudadanos ecuatorianos que subsisten en los márgenes de la ilegalidad y de la precariedad en territorio estadounidense, en una medida que además afectará la economía doméstica de las familias que sobreviven gracias a las remesas enviadas desde el exterior.
En conclusión, el único mérito que se le podría endosar a Noboa es el de abroquelar el voto de la derecha ya desde la primera vuelta, restando cualquier disidencia que pudiera afectar sus posibilidades electorales en la elección definitiva contra González.
Un premio bastante pobre, a tono con un gobierno empobrecedor, pero que justamente ha procurado gobernar el Ecuador y construir poder en beneficio de un sector social determinado, históricamente privilegiado, y en detrimento de cualquier proyecto inclusivo de nación.
Frente a esta realidad, y pensando en el balotaje, el principal desafío de Luisa González como candidata del movimiento de la Revolución Ciudadana consiste en recrear un horizonte social alternativo, con capacidad para conjugar una utopía transformadora, que apunte al mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, a partir de una base sólida de políticas públicas y de un Estado presente, hoy tan defenestrado por la derecha neofascista.
Sin duda, la coyuntura y la relación de fuerzas evidenciada en la elección del 9 de febrero es propicia para un triunfo del correísmo y de la izquierda en el próximo turno electoral del domingo 13 de abril. Pero no hay que confiarse: la derecha agazapada siempre muestra capacidad de recuperarse y de dar sorpresas con un zarpazo inesperado.
Cortesía de Página 12
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