Einstein leyó de niño este libro de divulgación científica y fue clave en su camino hacia la teoría de la relatividad

Albert Einstein no se convirtió en genio de la noche a la mañana. Antes de formular ecuaciones, antes de pensar en la curvatura del espacio o en la equivalencia entre masa y energía, fue un niño curioso, lector y profundamente imaginativo. Entre los libros que más lo marcaron, uno en particular destaca por su influencia decisiva: una colección de divulgación científica escrita por Aaron Bernstein, titulada Naturwissenschaftliche Volksbücher (Libros populares de ciencia natural).

Este libro no era un tratado técnico ni una obra filosófica. Era una serie de ensayos y relatos accesibles al gran público, donde Bernstein empleaba un lenguaje ameno para explicar fenómenos científicos de su tiempo. Pero más allá del contenido factual, lo que atrapó a Einstein fue su tono onírico, especulativo, casi literario.

El viaje fantástico por el espacio

Uno de los capítulos más citados por los biógrafos de Einstein se titula “Eine Phantasie-Reise im Weltall” (Un viaje de fantasía por el espacio). Aparece al comienzo del libro y es un ejemplo perfecto de cómo se puede mezclar imaginación y ciencia de manera divulgativa.

Bernstein propone un viaje al espacio exterior sin caballos, trenes ni barcos, sino utilizando “los aparatos eléctricos más modernos” —una frase que, en el contexto de mediados del siglo XIX, mostraba una imaginación desbordante y visionaria. En este relato, el lector se prepara para un viaje donde la física es tan importante como la fantasía, y donde se invita al pensamiento libre: ¿cómo sería desplazarse más allá de la atmósfera? ¿Cómo funcionaría el tiempo y el movimiento si uno se alejara de la Tierra a gran velocidad?

Einstein leyó ese pasaje cuando tenía aproximadamente 12 años. Y fue entonces cuando formuló, por primera vez, una de sus preguntas más famosas:
“¿Qué vería un niño que viajara montado sobre un rayo de luz?”. Esa escena no sólo es mítica en la historia de la ciencia: es el germen de la relatividad especial.

Albert Einstein a los 14 años. Fuente: Wikipedia

El contexto en el que Bernstein escribió

Aaron Bernstein (1812–1884) era un escritor y periodista judío alemán con una enorme pasión por la divulgación. Publicó su serie de Volksbücher entre 1853 y 1856. En ella abordaba temas como la electricidad, el sistema solar, la gravedad, la óptica, la meteorología y mucho más, con un estilo accesible, narrativo y pedagógico.

En el capítulo “Die Abreise” (La partida), Bernstein no se limita a proponer un viaje mental, sino que organiza el trayecto como si fuera una expedición real. Nos pide preparar un hatillo con pensamientos, un pasaporte con estaciones y una bolsa de provisiones repleta de imaginación. Esta estructura metafórica no es gratuita: pretende mostrar que el viaje al conocimiento necesita preparación intelectual y entusiasmo. Es una forma poética de inculcar el método científico y la observación crítica.

Además, en otras secciones del libro (como las que tratan sobre la electricidad, los fenómenos celestes o el telescopio), Bernstein invita al lector a hacerse preguntas, no a memorizar respuestas. Y ese era precisamente el tipo de enseñanza que fascinaba a Einstein: la que abría caminos de duda, no de certeza.

Aaron Bernstein. Fuente: Wikipedia

Lo que Einstein aprendió no fue solo ciencia

El pequeño Einstein no tomó del libro fórmulas ni conceptos precisos, sino algo mucho más importante: una manera de mirar el mundo. Aprendió que la ciencia no es un conjunto de datos fríos, sino una forma de pensar, de especular y de construir hipótesis.

Décadas después, cuando Einstein comenzó a desarrollar la teoría de la relatividad especial, partió de aquel viejo experimento mental: ¿qué ocurre si uno viaja junto a un rayo de luz? ¿Vería el campo eléctrico vibrar como en reposo? ¿Qué pasaría con el tiempo en ese sistema de referencia? Estas preguntas, aparentemente absurdas, le llevaron a cuestionar los postulados de Newton y a concebir un universo donde el tiempo no es absoluto, sino relativo al observador.

Y todo ello, en parte, gracias a un libro de divulgación que no pretendía otra cosa que hacer pensar a los jóvenes.

Un niño cabalga un rayo de luz a través del espacio, una metáfora visual del experimento mental que marcó a Einstein desde niño: imaginar lo imposible como forma de pensar la ciencia. Fuente: ChatGPT / E. F.

El valor de la buena divulgación

La historia de Bernstein y Einstein demuestra que la divulgación científica puede tener un impacto mucho mayor del que imaginamos. A veces se desdeña como un género menor, pero ejemplos como este muestran que una metáfora bien planteada, un texto estimulante o una pregunta provocadora pueden encender la chispa que transforma la historia del pensamiento humano.

Bernstein no fue un científico de laboratorio, sino un escritor con sensibilidad científica. Pero su estilo claro, imaginativo y visual llegó más lejos que muchos tratados académicos: llegó a la mente del niño que cambiaría para siempre la física.

Hoy, en una época donde los algoritmos premian lo breve y lo espectacular, este caso nos recuerda que la buena divulgación no es solo la que entretiene, sino la que deja huella. La que invita al lector a cerrar el libro con más preguntas que respuestas. Como hizo Bernstein. Como hizo Einstein.

Referencias

Cortesía de Muy Interesante



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