La aparición de series televisivas como CSI: Crime Scene Investigation, Criminal Minds o Forensics: The Real CSI han popularizado la idea de que los crímenes pueden resolverse gracias al análisis científico de la escena del delito. Pero la fascinación contemporánea por la ciencia forense tiene raíces mucho más profundas. La historia de la medicina legal y el análisis de evidencias comenzó mucho antes de las luces de los laboratorios de ficción: en tribunales victorianos, en polvorientas bibliotecas científicas y en salas de disección donde los médicos luchaban por validar su autoridad como peritos. Exploramos cómo se construyó la legitimidad científica en el ámbito judicial y por qué ese proceso sentó las bases para la moderna ciencia forense.
El nacimiento del perito forense: medicina y justicia en el siglo XIX
A lo largo del siglo XIX y cada vez con mayor frecuencia, los tribunales británicos comenzaron a incorporar a médicos como testigos expertos en los procesos. Sin embargo, su aceptación como testimonios fiables no fue inmediata ni automática. Los médicos tuvieron que poner en práctica su conocimiento especializado para convencer a jueces y jurados de su credibilidad.
Los peritos debían demostrar no solo que poseían una formación científica adecuada, sino también que podían aplicarla a los hechos del caso. No bastaba con ser médico: había que saber interpretar una escena del crimen, analizar una herida, reconstruir la causa de una muerte. En este contexto, la medicina legal se convirtió en una ciencia “performativa”, es decir, una disciplina cuya eficacia dependía en parte de su puesta en escena en el estrado.
Uno de los mayores desafíos para estos médicos derivaba de la resistencia del sistema judicial a aceptar como testimonios válidos aquellos que procedían de conocimientos que no fueran de dominio común. En la Inglaterra victoriana, los jueces desconfiaban de los tecnicismos científicos y preferían las pruebas tangibles, comprensibles para un jurado lego. Por este motivo, los peritos médicos tuvieron que desarrollar estrategias discursivas que permitieran traducir el lenguaje técnico a una narrativa clara y persuasiva, capaz de competir con el testimonio de los testigos oculares.

La ciencia forense como espectáculo y legitimación
El contexto social también favoreció el ascenso de la medicina forense. En una época marcada por el auge del racionalismo y el positivismo científico, el conocimiento experto comenzó a asociarse con las ideas de autoridad, objetividad y verdad. Presentar pruebas científicas en un juicio se convirtió no solo en una estrategia legal, sino también en una herramienta que peritía reforzar la legitimidad del sistema judicial.
De hecho, algunos médicos alcanzaron gran notoriedad como peritos forenses, como el doctor Thomas Stevenson, célebre por su participación en numerosos juicios por envenenamiento. Stevenson y sus colegas establecieron algunos de los procedimientos que hoy consideramos fundamentales, como la identificación de sustancias tóxicas en vísceras humanas, la datación aproximada del momento de la muerte y el análisis químico de las manchas de sangre.
No obstante, este desarrollo no estuvo exento de controversias. La historia de la ciencia forense está llena de casos en los que la autoridad del experto fue cuestionada, impugnada o incluso desacreditada. La actuación de los médicos en los tribunales, además de ayudar a resolver crímenes, también permitió consolidar la ciencia forense como un saber legítimo y confiable, aunque siempre en tensión con el mundo legal.

La importancia del polvo: el caso Edmond Locard
Si la medicina forense victoriana construyó sus cimientos en el estrado judicial, sería en el laboratorio donde se consolidaría el análisis moderno de la escena del crimen. Uno de los pioneros de este enfoque fue Edmond Locard, médico y criminólogo francés que fundó en 1910 el primer laboratorio de policía científica en Lyon.
Locard se recuerda por haber formulado el principio de intercambio, según el cual “todo contacto deja un rastro”. Esta idea revolucionaria permitió establecer que cualquier interacción entre el criminal y la escena del crimen implicaba una transferencia de material, ya fuesen fibras, cabello, tierra, sangre o polvo. Incluso las partículas más pequeñas podían revelar información crucial.
En un período en que las tecnologías de detección todavía resultaban rudimentarias, Locard demostró que incluso el polvo podía convertirse en una firma única del crimen. Al analizar los componentes microscópicos del polvo hallado en la ropa o el calzado de un sospechoso, era posible identificar el lugar donde había estado esa persona.
El enfoque microscópico permitió a la ciencia forense superar el modelo testimonial y entrar de lleno en el terreno del análisis físico-químico. Locard mostró que la verdad no dependía ya del testimonio humano, sino del lenguaje oculto de las cosas. Sus investigaciones con polvo urbano, fibras textiles y restos orgánicos sentaron las bases de disciplinas como la microtraza y la palinología forense.

El legado forense, entre la ciencia y la ficción
El desarrollo de la ciencia forense a lo largo de los siglos XX y XXI ha sido vertiginoso. De las observaciones rudimentarias realizadas por los médicos a lo largo del siglo XIX se ha pasado a complejos laboratorios capaces de identificar a una persona por una sola célula epitelial o reconstruir el recorrido de una bala mediante simulaciones computarizadas.
Sin embargo, este crecimiento también ha generado nuevas preguntas. ¿Dónde termina la ciencia y comienza la ficción? ¿Hasta qué punto las técnicas mostradas en series como CSI se correspondencon la realidad? Los estudios sobre el llamado CSI effect —el fenómeno por el cual los jurados esperan pruebas científicas concluyentes como las vistas en televisión— han mostrado que la popularización de la ciencia forense ha transformado incluso las expectativas del sistema judicial.
A pesar de los riesgos de sobrerrepresentación, el auge mediático de la ciencia forense ha contribuido a valorizar una disciplina que, durante mucho tiempo, luchó por hacerse un lugar en los tribunales y en la opinión pública. Hoy, la figura del perito forense goza de un prestigio que habría sido impensable para los médicos del siglo XIX.

CSI: de testigos a intérpretes de lo invisible
El recorrido histórico de la ciencia forense revela un proceso complejo, marcado por la tensión entre el saber especializado, la credibilidad social y la representación legal. Desde los médicos victorianos que debían convencer a un jurado a través de su actuación científica hasta los laboratorios contemporáneos capaces de analizar rastros invisibles, la ciencia forense ha evolucionado en paralelo al desarrollo de la justicia moderna.
El crimen ya no se resuelve solo por lo que dicen los testigos, sino por lo que esconden los objetos. La huella, la fibra, el polvo: elementos otrora despreciados se han convertido en piezas clave para reconstruir los hechos. En ese sentido, CSI no inventó la ciencia forense, pero ayudó a mostrar su poder: el de leer la historia de un crimen en aquello que parecía insignificante.
Referencias
- Burney, Ian. 2013. “Our Environment in Miniature: Dust and the Early Twentieth-Century Forensic Imagination”. Representations, 121. 1: 31–59. DOI: https://doi.org/10.1525/rep.2013.121.1.31.
- Couzens, Kelly-Ann. 2019. “‘Upon My Word, I Do Not See the Use of Medical Evidence Here’: Persuasion, Authority and Medical Expertise in the Edinburgh High Court of Justiciary”. History, 104.359: 42–62. URL: https://www.jstor.org/stable/26625092.
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: