La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en 1945, y aunque no lo hizo con las bombas atómicas que cayeron sobre Japón, estas sí marcaron un punto de inflexión en el conflicto. La paz posterior fue breve, ya que Estados Unidos y la Unión Soviética pronto iniciaron la Guerra Fría, un enfrentamiento marcado por su intensa competencia en los campos espacial, tecnológico y militar.
Durante esa época, Estados Unidos intentó crear un arma capaz de derribar formaciones enteras de bombarderos enemigos desde el aire. Su nombre era Diamondback, un misil con aterradora capacidad nuclear y sistema de seguimiento avanzado. Estaba pensado para cazar objetivos en pleno vuelo con una precisión asombrosa. No obstante, este misil nunca pasó del diseño.
Del Sidewinder al Diamondback
El Diamondback nació como una evolución del Sidewinder, el célebre misil aire-aire estadounidense que comenzó a desarrollarse poco después de la Segunda Guerra Mundial. Inspirado en tecnología alemana recuperada tras el conflicto (como el prototipo Blohm & Voss BV 143), el Sidewinder era capaz de seguir objetivos mediante rastreo infrarrojo. Su éxito fue tal que se mantuvo vigente durante décadas, e incluso inspiró desarrollos en otras potencias.
Pero en 1956, en pleno auge de la carrera armamentista y con decenas de miles de armas nucleares ya desplegadas por Estados Unidos y la URSS, el país norteamericano quiso ir más allá. En la estación de pruebas de armamento naval en California (Naval Ordnance Test Station), se diseñó un misil que combinara la capacidad de seguimiento del Sidewinder con una ojiva nuclear. Así nació el Diamondback.
Con una cabeza de “solo” 0.75 kilotones, el Diamondback no era el arma más potente de su tipo, pero su uso específico hacía de este misil algo sumamente peligroso. Fue concebido para eliminar formaciones completas de bombarderos enemigos. Bastaba con que un solo misil detonara cerca de un grupo para pulverizarlos a todos.
Bocetos del Diamondback.
Un misil adelantado a su tiempo
Las especificaciones del Diamondback eran tan avanzadas que hoy podrían parecer propias de la ciencia ficción de mediados del siglo XX. Estaba diseñado para alcanzar velocidades superiores a Mach 3, gracias a un sistema de doble propulsión con combustible líquido. Su techo operativo llegaba hasta los 24,000 metros y su alcance era notablemente mayor al del Sidewinder.
El misil no se conformaba con una guía infrarroja. Incorporaba también un sistema de radar pasivo, que le permitía identificar objetivos desde cualquier ángulo, incluso de frente, algo impensable para los misiles aire-aire de la época, que requerían estar detrás del objetivo para detectar el calor de sus motores.
Pero tanta ambición también tenía un precio: el desarrollo tecnológico necesario para llevarlo a la práctica era extremadamente costoso. A pesar del entusiasmo inicial, la Marina de Estados Unidos canceló el proyecto apenas un año después de su concepción. No se construyeron prototipos ni hubo pruebas reales. El Diamondback quedó en el limbo de las ideas prometedoras que llegaron demasiado pronto.

Imagen del vídeo de China Lake Alumni
Un legado nuclear
Aunque el Diamondback no fue fabricado, su concepto no cayó en saco roto. En 1957, Estados Unidos desarrolló el AIR-2 Genie, un misil aire-aire con cabeza nuclear de 1.5 kilotones. El Genie fue desplegado durante casi tres décadas, pero no contaba con sistema de guiado. Su función era más simple: volar en línea recta y detonar cerca del objetivo.
Curiosamente, la idea de un misil guiado con una pequeña carga nuclear sí se retomó años después en el AIM-26A Falcon, que aunque menos potente y veloz que el Diamondback, sí llevaba sistema de rastreo. La visión detrás del Diamondback no desapareció, sino que se fragmentó en otros desarrollos más factibles.
Hoy, el Sidewinder sigue siendo parte del arsenal de varias naciones, con múltiples mejoras en velocidad, precisión y sistemas de guía. Su diseño sirvió de inspiración para misiles soviéticos como el K-13 o el PL-2 chino. El Diamondback, en cambio, quedó como una muestra del vértigo tecnológico que marcó la Guerra Fría, y un ejemplo de que, en plena tensión nuclear, incluso las ideas más descabelladas parecían razonables.
Cortesía de Xataka
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