El desorden doméstico no es solo visual: la ciencia explica cómo impacta tu salud mental y qué hacer para romper el ciclo

En su libro Del kaos a la calma, la organizadora profesional Sara Domínguez plantea una idea poderosa: el desorden que nos rodea no es un simple problema estético, sino el reflejo de un estado interior. Lo que parece una montaña de ropa sin doblar, una cocina siempre abarrotada o un salón lleno de papeles va mucho más allá de lo visible: afecta a nuestro bienestar, nuestra capacidad de concentrarnos y hasta a la forma en que nos relacionamos con los demás.

Esa intuición, que tantas personas reconocen en su vida cotidiana, empieza a encontrar cada vez más respaldo científico. Hoy sabemos que vivir en un entorno caótico además de incomodar, también condiciona nuestras emociones, eleva los niveles de estrés y erosiona la sensación de satisfacción con la vida. Lo que debería ser refugio y descanso termina transformándose en una fuente silenciosa de tensión.

Más allá del malestar inmediato, el desorden cotidiano actúa como un recordatorio constante de lo pendiente y lo inacabado. Esa sensación de “tareas sin cerrar” mantiene al cerebro en estado de alerta, impidiendo desconectar del todo y afectando incluso la forma en que gestionamos el tiempo y la productividad diaria.

Un enemigo silencioso en el hogar

El concepto de household chaos ha ganado espacio en la investigación psicológica en los últimos años. Bajo esa etiqueta se incluyen factores como la acumulación de objetos, el ruido constante, la falta de rutinas y la sensación de que nunca se logra poner orden.

Un estudio —pulicado en Journal of Environmental Psychology en 2025— con más de 500 participantes, reveló que el desorden en casa se asocia con niveles más altos de afecto negativo (irritabilidad, frustración, tristeza) y con menor bienestar psicológico.

La clave no estaba solo en el volumen de objetos, sino en cómo ese entorno afecta la percepción de belleza y armonía del hogar. Cuando la casa deja de resultar agradable o acogedora, nuestra mente lo nota y responde con malestar.

Pero no se trata únicamente de percepción. Otra investigación experimental, en la que se recrearon hogares caóticos y ordenados, mostró que la diferencia se refleja incluso en el cuerpo: en entornos saturados, las personas registraban niveles más altos de marcadores fisiológicos de estrés, como la enzima salival alfa-amilasa. El desorden activa, aunque sea de manera sutil, la misma maquinaria biológica que responde a situaciones de amenaza.

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La clave no está en tener una casa perfecta, sino en entender qué revela tu desorden y cómo romper el ciclo. Fuente: Pixabay.

El efecto acumulativo del desorden

No estamos hablando de un día malo ni de una pila de platos olvidados. Los estudios apuntan a que los efectos del caos doméstico, aunque pequeños en cada momento, se acumulan con el tiempo. La exposición constante a un ambiente que percibimos como caótico o poco habitable va desgastando la capacidad de relajarnos, afecta a la calidad del sueño y alimenta un ciclo de estrés y desmotivación.

Incluso puede darse un círculo vicioso: cuando el bienestar decae, cuesta más mantener el orden, lo que a su vez aumenta el malestar. Una espiral difícil de romper que muchas personas describen como “vivir atrapadas en su propia casa”.

Además, la saturación de estímulos visuales que genera el desorden reduce la claridad mental y dificulta la toma de decisiones. Esa sensación de “no sé por dónde empezar” es, en parte, un bloqueo cognitivo provocado por el exceso de información que recibe el cerebro en un entorno caótico.

Con el tiempo, este desgaste puede traducirse en procrastinación, irritabilidad y una menor capacidad para concentrarse en lo verdaderamente importante.

Más allá de la estética: identidad y emociones

La ciencia también empieza a explorar la dimensión simbólica del desorden. No todos perciben igual la misma habitación abarrotada, porque la tolerancia al caos está mediada por expectativas personales, reglas internas y significados emocionales. Para algunos, los objetos acumulados representan recuerdos o parte de su identidad; para otros, son una carga que les impide avanzar.

En este sentido, hablar de “clutter” (acumulación de cosas) no es solo hablar de espacio ocupado, sino de cómo nos relacionamos con nuestras pertenencias. La casa, como extensión del yo, refleja quiénes somos y quiénes aspiramos a ser. Cuando esa imagen se ve distorsionada por el caos, también lo hace nuestra sensación de control y de bienestar.

Los psicólogos subrayan que esta relación con los objetos puede convertirse en un campo de batalla interno: lo que para la mente consciente es “algo que debería tirar”, para la mente emocional puede ser un símbolo de seguridad, de memoria o de estatus. De ahí que ordenar no sea solo una cuestión de tiempo y esfuerzo físico, sino un proceso cargado de dilemas personales que toca fibras sensibles.

Al mismo tiempo, el desorden puede reforzar narrativas negativas sobre uno mismo: la idea de ser desorganizado, incapaz o poco disciplinado. Esa autopercepción, alimentada por el entorno, termina moldeando la identidad. Por eso, abordar el caos del hogar no se limita a despejar estanterías, sino que implica trabajar la manera en que nos vemos y nos hablamos a nosotros mismos.

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Tu casa es un espejo de tu mente: cuando el entorno se llena de caos, también lo hace tu bienestar. Fuente: Pixabay.

Estrés invisible en la crianza

El impacto del caos doméstico es todavía más evidente en situaciones de alta demanda emocional, como el cuidado de niños pequeños. En un experimento con jóvenes adultas encargadas de atender a un bebé simulador —publicado en Comprehensive psychoneuroendocrinology— quienes lo hacían en un entorno caótico presentaban niveles significativamente más altos de estrés fisiológico, aunque no siempre lo expresaran en sus emociones conscientes.

Este hallazgo es especialmente relevante para las familias: un ambiente desordenado incomoda a los adultos y puede afectar la calidad de la interacción con los hijos. El estrés acumulado reduce la sensibilidad y la capacidad de respuesta de los cuidadores, lo que a largo plazo puede impactar en el desarrollo infantil.

Cómo romper el ciclo del caos en casa

La buena noticia es que no se trata de resignarse. La evidencia y la experiencia práctica apuntan a varias estrategias efectivas para recuperar el control:

  • Identificar el origen emocional del desorden. Muchas veces el caos no es solo falta de tiempo: puede ser cansancio acumulado, dificultades para tomar decisiones o incluso la necesidad de aferrarse a objetos por motivos afectivos. Reconocer estas raíces es el primer paso para abordarlas.
  • Revalorizar la belleza del hogar. Más allá de la limpieza o la funcionalidad, introducir elementos que hagan el espacio agradable —luz natural, colores suaves, decoración mínima— puede mejorar el bienestar, porque devuelve la sensación de armonía.
  • Pequeños hábitos sostenibles. No hace falta una mudanza radical ni un fin de semana maratónico de orden. Incorporar rutinas simples —como dedicar diez minutos diarios a despejar una zona— genera un cambio acumulativo más poderoso que un esfuerzo esporádico.
  • Romper la idea de perfección. El orden no debe vivirse como una exigencia inalcanzable ni como una vara de culpa. Se trata de crear espacios funcionales y amables, no de competir con revistas de decoración.
  • Compartir la carga. En hogares familiares, el desorden suele recaer simbólicamente en una persona, muchas veces la mujer. Repartir tareas y responsabilidades es clave para evitar que el caos sea también una fuente de desigualdad y resentimiento.

El libro que convierte el orden en calma

En este punto, la propuesta de Del kaos a la calma cobra pleno sentido. En sus páginas, Sara Domínguez va más allá de los métodos clásicos de doblar camisetas o apilar cajas. Su enfoque combina herramientas prácticas —como los no negociables— con una reflexión más profunda: el caos no es el enemigo, sino el síntoma de que necesitamos reconectar con nosotros mismos.

La autora, que ha acompañado a decenas de mujeres en este proceso, ofrece una guía cercana y honesta para transformar tanto los espacios como la relación que tenemos con ellos. El valor de su libro está en integrar el orden físico con la gestión emocional y el equilibrio mental. Del kaos a la calma no promete casas perfectas ni vitrinas de revista, sino algo más valioso: un hogar que sostenga, inspire y devuelva la paz.

Además, el libro se presenta como un recurso práctico para quienes sienten que ya lo han intentado todo sin éxito. Al poner el foco en la raíz emocional y no solo en la superficie, abre la puerta a cambios duraderos y sostenibles, que no dependen de modas pasajeras ni de métodos imposibles de mantener en la rutina diaria.

Si quieres saber más, no te pierdas en exclusiva el primer capítulo de este libro.

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Del kaos a la calma. Una guía práctica para recuperar el control de tu casa y tu bienestar.

Referencias

  • Domínguez, S. (2023). Del kaos a la calma: Una guía práctica para recuperar el control de tu casa y tu bienestar. Hestia.
  • Quinn, F. (2025). Home clutter and mental well-being: Exploring moderators and the mediating role of home beauty. Journal of Environmental Psychology, 102672. doi: 10.1016/j.jenvp.2025.102672
  • Bodrij, F. F., Andeweg, S. M., Prevoo, M. J. L., Rippe, R. C. A., & Alink, L. R. A. (2021). The causal effect of household chaos on stress and caregiving: An experimental study. Comprehensive psychoneuroendocrinology8, 100090. doi: 10.1016/j.cpnec.2021.100090

Cortesía de Muy Interesante



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