El día en que Roma intentó salvar Pompeya y Herculano: el emperador Tito envió ayuda para asistir a las víctimas y reconstruir lo que quedó tras la erupción del Vesubio

Cuando el Vesubio estalló en el verano del año 79 d.C., sepultando Pompeya, Herculano y otras ciudades costeras bajo una nube abrasadora de piedra pómez y ceniza, Roma no se quedó de brazos cruzados. Al frente del Imperio se encontraba Tito, recién coronado emperador tras la muerte de su padre Vespasiano. Lo que hizo a continuación no fue un gesto protocolario, sino una de las primeras respuestas humanitarias documentadas en la historia imperial: una operación para asistir a las víctimas y reconstrucción sin precedentes para socorrer a los supervivientes de la tragedia.

Una tragedia que paralizó el Imperio

La erupción del Vesubio fue repentina, violenta y mortífera. Columnas de ceniza alcanzaron el cielo durante horas, para luego ceder paso a flujos piroclásticos que arrasaron con todo. En Herculano, el calor abrasó cuerpos enteros en segundos. En Pompeya, la ceniza sepultó calles y habitantes sin darles tiempo a huir. La magnitud del desastre llegó rápidamente a Roma.

Tito, que apenas llevaba meses en el trono, actuó con una celeridad sorprendente. Envió emisarios, nombró una comisión de senadores con rango consular y movilizó recursos imperiales para socorrer a las poblaciones afectadas. No fue solo un gesto de gobernante piadoso; fue una operación logística y política cuidadosamente orquestada. Aquella región, la Campania, era una joya del imperio: centro agrícola, turístico y residencial de la aristocracia romana.

Tito no se limitó a mandar ayuda

Las fuentes antiguas coinciden en subrayar el compromiso personal del emperador. Tito no se limitó a permanecer en el Palatino tras la erupción del Vesubio sin hacer nada. Desde Roma, ordenó y coordinó los esfuerzos de socorro para las zonas afectadas, destinando recursos del tesoro imperial para ayudar a los damnificados y reconstruir las ciudades devastadas. Fuentes como Suetonio y Dión Casio destacan que mostró una gran dedicación, enviando oficiales a Campania para asistir a la población. Su objetivo era claro: aliviar el sufrimiento y restaurar la estabilidad en la región golpeada por el desastre.

Muchos esperaban de Tito un reinado problemático, por su fama previa como militar implacable y por su relación con la reina oriental Berenice, que escandalizaba a los romanos. Pero su reacción ante el Vesubio cambió la percepción pública. Según las fuentes, de hecho, distribuyó bienes del tesoro imperial y se negó a lucrarse con las propiedades sin herederos de los muertos: las destinó a la reconstrucción de las ciudades.

Las calles de Pompeya conservan el silencio de una ciudad que desapareció en pocas horas
Las calles de Pompeya conservan el silencio de una ciudad que desapareció en pocas horas. Foto: Istock / Christian Pérez

El operativo incluyó senadores nombrados por sorteo —aunque Suetonio menciona ex-cónsules designados por Tito, lo que sugiere una selección intencional—, encargados de coordinar tareas en la región de Campania. Estos enviados tenían autoridad para gestionar recursos, reorganizar la administración local y planificar la reconstrucción de monumentos públicos. Algunas de las obras financiadas entonces quedaron inscritas en piedra, como la restauración de templos en Nola o teatros en Nuceria.

La logística no era sencilla. El paisaje había cambiado por completo. Las rutas estaban inservibles y los cadáveres, muchos de ellos insepultos, generaban un ambiente insalubre. Se organizaron equipos para retirar escombros, rescatar supervivientes atrapados y recuperar objetos de valor de entre las ruinas. En Herculano, se sabe que se intentó acceder a los niveles inferiores de las viviendas, posiblemente con la esperanza de hallar a personas con vida.

El sacrificio de Plinio el Viejo

Uno de los episodios más recordados de aquellos días fue la muerte de Plinio el Viejo. Al frente de la flota romana en Miseno, y al enterarse de la erupción, partió con sus naves hacia la bahía de Nápoles no con fines militares, sino para ayudar a la población. Quiso estudiar el fenómeno, sí, pero también rescatar a quienes huían por mar. Murió en la costa, probablemente asfixiado por gases tóxicos.

Su sobrino, Plinio el Joven, relató años después en dos cartas a Tácito los detalles de la tragedia. Son el primer testimonio escrito de una erupción volcánica de esa magnitud y de los intentos organizados de rescate, lo que convierte a Tito y su entorno en pioneros de la gestión de catástrofes naturales.

Los cuerpos de las víctimas aún permanecen petrificados bajo la ceniza, testigos del horror que vivió la ciudad
Los cuerpos de las víctimas aún permanecen petrificados bajo la ceniza, testigos del horror que vivió la ciudad. Foto: Istock / Christian Pérez

Más allá de los monumentos: una política de consuelo

La memoria de Tito ha estado siempre asociada a su breve pero popular mandato. Completó el Coliseo, inauguró los baños públicos de Roma y reorganizó las finanzas del Imperio. Pero pocos episodios definen mejor su carácter que la respuesta al desastre del Vesubio. Para muchos ciudadanos, su generosidad personal y la ausencia de castigos políticos en su mandato contrastaban con el clima de represión de sus predecesores.

Las fuentes subrayan su afán por consolar a los ciudadanos y no solo reconstruir ciudades. Se sabe que otorgó beneficios fiscales, envió alimentos y reorganizó el reparto de tierras para acoger a desplazados. Las pérdidas fueron inasumibles para muchas familias, pero la intervención imperial mitigó el abandono que tantos temían.

Aunque la memoria de Tito fue ensombrecida por su sucesor, su hermano Domiciano, y su imagen fue manipulada en la propaganda posterior, las inscripciones halladas en ciudades cercanas —como Nola, Salerno o Sorrento— recuerdan su ayuda y sus donaciones. Son placas sencillas, muchas veces fragmentadas, pero contienen el eco de una Roma capaz de movilizar su aparato político y militar en favor de sus ciudadanos, incluso en tiempos de crisis.

La historia de Pompeya suele contarse como una tragedia inmóvil, congelada en el tiempo. Pero también fue un episodio de acción, respuesta y humanidad. Y en el centro de esa respuesta estuvo un emperador que, contra todo pronóstico, supo gobernar con compasión. Al menos durante un tiempo.

Cortesía de Muy Interesante



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