El día que los cacahuates se acabaron en la sala de juntas

Hace unos años, perdimos uno de nuestros clientes más grandes. Una cuenta histórica y estable; de esas que no solo representan números, sino estabilidad, reputación y arraigo. 

FERIA DE SAN FRANCISCO

Como pasa en muchas organizaciones, se activó el modo automático: juntas de crisis, reportes diarios, tensión en el aire y, por supuesto, la palabra que más circula cuando nadie quiere hacerse responsable: “reestructura”.

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No era la primera vez que escuchaba esa palabra, pero sí fue la primera vez que sentí que algo se rompía de verdad, porque en una de esas juntas, justo cuando el ambiente pedía inteligencia, empatía y sensatez, el director general dijo toda la solemnidad posible: “a partir de hoy, se acaban los cacahuates en la sala de juntas”. Así, como si eliminar los cacahuates fuera un acto heroico y símbolo de que estábamos “haciendo sacrificios”.

Veinte minutos antes, ese mismo director había defendido su membresía en un club de golf de lujo, argumentando que ahí hacía “networking de alto nivel”.

Spoiler: nunca llegó un solo cliente de ahí. Pero la membresía se quedó.

Ese día entendí algo que sigo viendo en muchas organizaciones durante mis consultorías: no todos los recortes son estratégicos. Algunos son solamente teatrales porque se recorta lo visible, pero lo que realmente consume recursos —los privilegios normalizados, los gastos que nadie se atreve a cuestionar y las ineficiencias protegidas por la jerarquía— eso rara vez se toca.

Lo más preocupante es que, en ese tipo de contextos, se recorta primero a las personas que sostienen la operación. ¡Puro músculo!

¿Tocar la grasa de arriba? ¡Ni pensarlo! Eso incomoda y pone nervioso al poder, porque lo único sagrado es el ego de quien decide.

Después de esa reunión los despidos llegaron en cascada. El equipo, que hasta entonces aún tenía algo de voz, dejó de preguntar porque entendió que su opinión ya no tenía peso en ese tipo de mesas.

Los cacahuates efectivamente desaparecieron, como gesto simbólico de austeridad, pero todo lo demás —el chofer del director, las comidas “estratégicas” y los gastos innecesarios— se mantuvo intocable.

Sobra decir que en los meses siguientes, los indicadores comenzaron a mejorar lo justo para sostener el discurso de que las decisiones habían sido acertadas.

Por eso, cuando trabajo con directivos que quieren convertirse en líderes de verdad, les insisto en lo mismo: piensa y planifica como directivo, con estrategia y visión, pero actúa como líder de impacto, enfocado en las personas, y ejecuta como emprendedor, como si el dinero fuera tuyo. Porque si no lo haces, lo único a lo que sobrevivirá es esta crisis… hasta que llegue la siguiente.

¿Qué habría hecho un líder de impacto? No empezar por los de abajo y comenzar por sí mismo; no esconderse en un gesto simbólico (los cacahuates) cuando hay que tomar decisiones difíciles.

En 2023, Zoom anunció el despido del 15% de su plantilla. Su CEO, Eric Yuan, no solo dio la cara: redujo su sueldo en un 98% y eliminó sus bonos. ¿Cuánto dinero representó eso en términos contables? No mucho. Pero en términos de liderazgo, fue todo. Por eso, mi recomendación es clara: incomódate.

  • Revisa primero lo que te incomoda a ti, no lo que le conviene a la estructura. 
  • Cuestiona los beneficios que heredaste sin justificación. Y si no puedes liderar con el ejemplo, no esperes que otros te sigan por el PowerPoint. 
  • Un líder incómodo no empieza cortando cacahuates. Empieza donde duele más: en el espejo.

Si hay algo que esta experiencia me dejó es que cuando el ego se vuelve más intocable que las personas, lo que se pierde no es solo dinero. Lo que se pierde es el liderazgo.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Economista



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