El día que París cayó: cómo la invasión de Francia llevó a Hitler hasta la Torre Eiffel

Francia y el Reino Unido no eran contrincantes menores como Polonia, Checoslovaquia o los países escandinavos. El ejército francés estaba considerado el mejor de Europa y uno de los mejores del mundo, tanto en número de efectivos como en preparación, aunque sus oficiales eran de la vieja guardia y todavía pensaban en el modo de hacer la guerra vigente en 1914.

La Blitzkrieg con la que Hitler pretendía conquistar Francia era un mecanismo que debía funcionar como un reloj: el punto de máximo esfuerzo (Schwerpunkt), en el que los carros blindados y la Luftwaffe concentrarían toda su presión, debía ser complementado con una modernización del sistema de mando (Auftragstaktik) consistente en que cada oficial tuviese una orden concreta que se pudiera ejecutar ágilmente, sin necesidad de aprobaciones piramidales.

Alemania, a la espera

Entretanto, Maurice Gamelin, comandante en jefe del ejército francés y un buen estratega en la Gran Guerra, no supo ver la evolución de la industria militar y cometió el error de preparar otra contienda de trincheras. Así, entre septiembre del 39 y el verano del 40, los franceses, en lugar de tomar la iniciativa del ataque, se dedicaron a llenar de víveres y munición los búnkeres de la Línea Maginot. Esta inacción de los aliados sería llamada Guerra de Broma. Sin embargo, los alemanes denominaron a dicha espera Sitzkrieg (Guerra de Asiento). Realmente, Hitler no estaba para bromas.

El Reichstag sabía que ni los políticos británicos ni los franceses estaban por la labor de incrementar la tensión bélica, como habían demostrado en España, los Sudetes, Polonia o el Sarre. Su política de no intervención o apaciguamiento había dejado vía libre para que Mussolini, Japón y los nazis avanzaran posiciones ninguneando a la recién creada Sociedad de Naciones.

Fotograma del film alemán Victoria en el oeste
Eben-Emael era un fuerte fronterizo belga que parecía inexpugnable, pero fue tomado fácilmente por los nazis (fotograma del film alemán Victoria en el oeste, 1941). Foto: Getty.

Por si acaso, en 1928, el Parlamento francés aprobó por abrumadora mayoría el plan de André Maginot de crear una línea de fortificaciones en la frontera del este, pensando también en la posibilidad de una invasión por la política imperial de Mussolini: desde la frontera italiana de los Alpes y desde Suiza hasta Bélgica, aunque dejando libre la frontera belga, que mantenía su propio sistema de defensa con bastiones como el fuerte Eben-Emael (que sería, empero, fácilmente tomado por los paracaidistas alemanes, los Fallschirmjäger, en los primeros días de la invasión). Bélgica, además, estaba protegida por los británicos desde su independencia en 1830.

Por desgracia para los aliados, los búnkeres de la Maginot –108 fuertes, con fortines de apoyo separados entre sí por unos 15 km, que costaron a las arcas del Estado francés entre cinco y seis mil millones de francos– apenas dispararon un solo tiro (o eso dirían los americanos cuando se adentraron en ellos en 1944 y hallaron la munición intacta). De Gaulle fue uno de los militares que dieron la voz de alarma –sin éxito– al observar cómo se despilfarraba tal cantidad de dinero en unas defensas anticuadas mientras los nazis renovaban todo su material y estrategia.

Galerías de la Línea Maginot
Con 108 fuertes a 15 km de distancia entre sí y una multitud de pequeños fortines, la Línea Maginot (en la imagen, cruce de galerías de la fortificación) no evitó la derrota de Francia al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1940. Foto: AGE.

Un ejemplo notable fueron los carros blindados: mientras que los aliados los veían como un apoyo ocasional y disperso de la infantería, los alemanes crearon diez divisiones de Panzers que funcionaban independientemente como fuerzas de choque y avance rápido.

“Cuidado con la gripe”

Los franceses pensaban que se repetiría el Plan Schlieffen –el ejército alemán entrando por Bélgica hasta la capital francesa– diseñado por Alfred von Schlieffen y que en la I Guerra Mundial realmente nunca fue llevado a cabo, ya que Von Schlieffen murió en 1913 y su sucesor, Von Moltke, lo modificó coyunturalmente con los desastrosos resultados conocidos. De hecho, el Estado Mayor alemán había aprobado la misma estrategia, pero entonces se produjo el Incidente Mechelen: el 10 de enero de 1940, un Messerschmitt Bf 108 realizó un aterrizaje de emergencia en suelo belga con dos oficiales alemanes; uno de ellos portaba los planes de la invasión que, en principio, iba a tener lugar el 17 de enero.

Alfred von Schlieffen
El conde y militar alemán Alfred von Schlieffen. Foto: ASC.

En una peripecia digna de una novela de espías –con intento de suicidio del mayor Reinberger, el que portaba los documentos–, los planes cayeron en manos de los aliados, aunque estos hicieron creer a los alemanes que se habían quemado en el accidente. Pero el rey Leopoldo III de Bélgica le envió a la gran duquesa Carlota de Luxemburgo un mensaje que decía: “Cuidado con la gripe” (la gripe era la invasión nazi), y eso hizo sospechar a los alemanes, que decidieron esperar.

10 de mayo de 1940

Desde septiembre del 39, los aliados habían aprovechado para llevar a los niños a lugares seguros o instalar baterías antiaéreas en las grandes ciudades, ante la inminencia del ataque. Los ingleses enviaron al norte de Francia a su Fuerza Expedicionaria (BEF), formada por más de 100.000 soldados de infantería; un cuerpo de tierra creado en contra de las ideas renovadoras de buena parte de la prensa y la clase política británicas, que creían más en la modernización de la maquinaria bélica que en esta medida (con razón, como luego se vería). En primavera, la BEF se asentó cerca de la frontera belga, sumándose a las 100 divisiones francesas.

Al fin, el 10 de mayo comenzó la invasión del Frente Occidental, justo el día en que Winston Churchill fue nombrado primer ministro en sustitución del pasivo Chamberlain, que se había creído las promesas de paz de Hitler. Roosevelt diría de Churchill: “Tiene cien ideas en un solo día; cuatro son buenas y las otras noventa y seis son sumamente peligrosas”.

El mariscal Von Manstein había diseñado un plan, el Fall Gelb –Plan Amarillo–, para que Von Rundstedt atravesase el bosque impenetrable de las Ardenas con el grueso de las divisiones Panzer al mando de Guderian y Rommel (el llamado Heeresgruppe A o Grupo de Ejércitos A). Mientras, el Grupo B (antes llamado Grupo de Ejércitos del Norte), con unos 300.000 hombres al mando de Von Bock, se adentraría en los Países Bajos y Bélgica apoyando las sospechas aliadas sobre el Plan Schlieffen y provocando el movimiento de tropas entre los ríos Mossa y Dyle. ¿Quién iba a imaginar que los alemanes estarían tan locos como para cruzar un tupido bosque con sus blindados?

Rotterdam tras el bombardeo alemán en mayo de 1940
Róterdam sufrió un devastador bombardeo alemán el 14 de mayo de 1940 (en la foto), que llevó al gobierno a rendirse a las pretensiones invasoras de Hitler. Foto: ASC.

La Línea Maginot fue así evitada, para sorpresa de Gamelin, y la XIX División Panzer de Guderian llegó rauda y veloz a Sedán el 12 de mayo, en un frenético avance diario (construyendo puentes con los zapadores y conquistando ciudad tras ciudad). Holanda se rindió después del terrorífico bombardeo de Róterdam el 14 de mayo. Paul Reynaud, el primer ministro francés, intentó que las colonias continuasen la guerra por su cuenta, pero confirmó telefónicamente a Churchill que todo estaba perdido.

Tres días después, el coronel De Gaulle intentó en vano romper la delgada línea alemana en Crécy. La idea era buena, pero la engorrosa jerarquía francesa desorganizó el ataque y Guderian siguió su avance impertérrito, incluso sin el apoyo de la infantería –la Wehrmacht–, que le iba a la zaga a pie o a caballo, incapaz de seguir el ritmo de los blindados. Entretanto Rommel dirigía la “División Fantasma” –la 7ª de Panzers–, que en determinados días desaparecía hasta del mapa del Estado Mayor nazi (se dice que ni Hitler sabía exactamente dónde se encontraba).

Tanques Matilda II cargados en un barco
Los carros de combate blindados británicos Matilda II jugaron un importante papel en la Batalla de Francia (en la imagen, siendo cargados en un barco de material militar). Foto: Alamy.

Cuando Alemania tomó Noyelles, en la costa noroeste, el frente aliado se rompió en dos y debió replegarse. Se produjo otro desesperado ataque británico en Arrás el 21 de mayo, con lentos pero intraspasables carros de combate Matilda II que fueron rechazados gracias a la brillante idea de Rommel de utilizar los cañones antiaéreos Flak 18 de 88 mm como antitanques. La BEF y el Primer Ejército francés quedaron entonces atrapados entre Boulogne y Calais (que cayeron el 25 y el 27 de mayo) y se refugiaron en Dunkerque.

No había hecho falta atacar la Línea Maginot para conquistar todo el norte de Francia. A la desesperada, Churchill decidió que Calais luchase hasta la muerte con unos 2.000 soldados para dar tiempo a un plan alocado, pero que resultaría uno de los más decisivos de la contienda.

Soldados británicos repelen fuego aéreo en la playa
Churchill ordenó a 2.000 soldados contener a los alemanes en Calais a toda costa para dar margen a la fuga de Dunkerque (arriba, dos soldados británicos repelen fuego aéreo en la playa). Foto: Getty.

La epopeya de Dunkerque

A este plan de evacuación angustioso y épico se le llamó Operación Dinamo y se desarrolló entre el 27 de mayo y el 4 de junio. Los alemanes habían detenido sus tanques a 20 km de Dunkerque, donde estaban atrapados ante el mar más de 200.000 británicos y 100.000 franceses y belgas, sin armamento pesado y aterrorizados. Hitler decidió no atacar, provocando el enfado de Rommel y Guderian; este incluso dimitió y se enfrentó al Führer (el historiador John Lukacs escribiría años más tarde: “Hitler privó a Guderian de ganar la Segunda Guerra Mundial en una sola mañana”).

Así, siete divisiones francesas pudieron defender el dilatado frente de 80 km mientras Lord Gort daba la orden a Bertram Ramsey, oficial de la Marina, de evacuar a los soldados en secreto con 40 destructores (de los que casi una decena fueron hundidos) y un centenar de barcos mercantes. Cuando el 31 de mayo la opinión pública inglesa conoció la noticia, decenas de embarcaciones privadas cruzaron el Canal de La Mancha para rescatar a su vez a cientos de hombres (aunque hay quien afirma que esa idea partió de Churchill).

¿Fue un error de Hitler? Hay varias teorías: que no quiso aniquilar a la BEF con un bombardeo total y un ataque de Guderian para posibilitar la búsqueda de una alianza con los británicos frente a la URSS, pacto que el mismo Churchill estaba ya sopesando; que los nazis temían que sus tanques se quedaran aislados, sin gasolina o munición en pleno ataque y prefirieron esperar, con la mala suerte de que luego la lluvia embarró el avance de los Panzers; que Hitler se creyó la promesa del engreído Göring, mariscal del aire, de que se haría dueño del Canal con la Luftwaffe.

Barco de pesca con efectivos británicos rescatados en Brest
Concluida la Operación Dinamo o evacuación de las tropas de Dunkerque, se inició la Operación Ariel para seguir sacando del continente a soldados rezagados (aquí, un barco de pesca con efectivos británicos rescatados en Brest). Foto: Getty.

El caso es que, a pesar de la pérdida de casi una decena de destructores y de muchos barcos menores, de todo el material pesado (cañones, carros Matilda, etc.), de miles de hombres muertos o hechos prisioneros…, más de 300.000 soldados fueron salvados, entre ellos miles de oficiales. Sin ese ejército, los aliados no hubieran podido organizarse en muchos meses, quizá años, y seguramente habrían perdido la guerra o firmado el pacto antisoviético anhelado por los nazis.

Hitler en París

Pese a este éxito, ahora Francia estaba sola y sin sus cuerpos de élite; para colmo, Italia le declaró la guerra el 10 de junio. Aunque el avance de los 300.000 soldados transalpinos fue tosco y poco efectivo, poco a poco se fueron instalando en Niza, los Alpes Marítimos o Saboya. Finalmente, los nazis tomaron París el 14 de junio; el gobierno francés había huido antes a Burdeos. Los ingleses no estaban dispuestos a enviar más hombres ni más aviones, en previsión de las escasas posibilidades de defensa de sus propias islas, y el 25 de junio, después de una ofensiva de Guderian contra la Línea Maginot, se firmó la rendición en Compiégne (el mismo lugar donde Alemania se rindiera en la I Guerra Mundial).

Adolf Hitler frente a la Torre Eiffel en junio de 1940
De izda. a dcha., Albert Speer, Adolf Hitler y Arno Breker ante la Torre Eiffel, en junio de 1940 (fotografía coloreada). Foto: Getty.

Hitler se fotografió con sus hombres de confianza junto a la Torre Eiffel y Pétain, “el héroe de Verdún”, aceptó vergonzantemente comandar el colaboracionista gobierno títere de Vichy en el sur. Comenzaba así la ocupación de dos tercios de Francia, que duraría más de cuatro años. Pétain como Jefe de Estado y Laval como presidente del Consejo de Ministros cambiaron la denominación de República Francesa por la de Estado Francés y organizaron un sistema filofascista.

De Gaulle, mientras tanto, refugiado en Gran Bretaña, aprovechó la oportunidad que le dio Churchill en la BBC para proclamar la Francia Libre, que calaría en la formación de la Resistencia francesa en el interior, en la que participaron muchos exiliados republicanos españoles. Desde Londres, De Gaulle dijo: “Pase lo que pase, la llama de la Resistencia no debe apagarse y no se apagará”. Pero por ahora Francia había caído.

Desfile de la Francia Libre en Inglaterra
De Gaulle desde el exilio en Londres y la Resistencia en el interior siguieron luchando contra los nazis tras la ocupación de Francia. En la imagen, desfile de Francia Libre en Inglaterra, hacia 1942. Foto: Getty.

Cortesía de Muy Interesante



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