El dolor como conocimiento: del sacrificio mexica al ruido moderno

En México, el dolor nunca ha sido un residuo ni un accidente. El cuerpo carga memoria. En ese recuerdo se sostiene la pregunta por el sentido. El sufrimiento abre conciencia. Lo humano busca el dolor cuando quiere tocar lo esencial, cuando necesita atravesar un límite que la propia conciencia no permite reconocer.

Para los mexicas, el dolor era tránsito. El sacrificio era participación total. Era la forma más elevada de inteligencia ritual: una tecnología simbólica que regulaba la reciprocidad entre mundos. La sangre ascendía. El dolor era un puente. Una forma de ordenar la relación entre el cielo, la tierra y el tiempo.

En ese esquema, el cuerpo era indispensable. No había escapatoria en lo abstracto ni sustituciones digitales. La conciencia se ejercía en carne viva. El sentido dependía del cuerpo. Las escarificaciones y las perforaciones en lengua, nariz, orejas y genitales eran parte del autosacrificio: el cuerpo era instrumento.

Occidente no olvidó el sufrimiento: lo volvió imagen, erotismo, control. De Artaud a Sade, el dolor se transformó en escena. El sacrificio antiguo buscaba equilibrio; la modernidad busca espectáculo. La herida dejó de ser portal y pasó a ser mercancía.

El ruido del mundo

Y luego está lo cotidiano. Lo inmediato.

Y entonces lo entiendo: la modernidad es eso. Un aparato que se levanta y hace ruido. No soporta el vacío. El ruido es respiración mecánica, pánico amplificado. El perro ladra no por amenaza, sino para definir su terreno. Así funciona el tiempo moderno: ladra para existir. Y contagia su miedo al que no está en esa frecuencia.

El dolor, pese a todo, sigue siendo conocimiento. Un dolor cada vez más consciente, más inteligente, no autodestructivo, que no nos implosione.

Por ejemplo la comida mexicana, el chile aporta esa liberación de oxitocina después del dolor de la picazón, rodeando todo con aromas, sabores y colores que transportan los sentidos.

Esa es nuestra felicidad, ese lugar de placer después de un tránsito, porque todos buscamos ese lugar seguro que se abre hacia adentro.

Y encontrarlo significa desmontar aquello que es solo ruido en el interior.

A través del dolor de la vida, nos decimos esa verdad.

X: @CandianiNalleli

Cortesía de El Economista



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