El encanto “natural” de la “Princesa Mononoke”


Recientemente volvió a cartelera “La Princesa Mononoke”, el clásico de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli cuyo estreno original data de 1997. Aunque ya la había visto en más de una ocasión, nunca la había visto en el cine… hasta ahora. ¡Qué experiencia! Mientras que otras películas empiezan a sentirse “viejas” con el paso de apenas unos años, “Mononoke” se acerca a la treintena sintiéndose como nueva: su acabado visual, su potencia narrativa, su entereza argumental, su ritmo y su discurso poseen más fulgor que muchos estrenos contemporáneos.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Ashitaka es un joven que sobrevive al ataque de una extraña criatura. Sin embargo, la batalla le deja una marca, una maldición. Es así que el chico inicia un periplo para encontrar una cura que le salve la vida, sin imaginar que terminará en medio de un conflicto entre el mundo de los humanos (comandado por la dama Eboshi) y el mundo de la naturaleza, que tiene a la Princesa Mononoke como su más decidida guerrera.

Que Miyazaki es uno de los grandes artistas de nuestra era y uno de los baluartes de la animación es incontrovertible. El creador de clásicos del tamaño de “Totoro”, “Porco Rosso” y “El viaje de Chihiro” no ha hecho más que regalarnos una obra maestra tras otra.

“La Princesa Mononoke” no sólo es la última joya fílmica de gran escala realizada puramente en ‘cels’ (las láminas de celuloide que se usaban en la animación 2D tradicional), lo que le confiere además valor histórico y artesanal desde el punto de vista técnico; también es un relato que mantiene intacta su pertinencia y su capacidad de invitarnos a pensar en la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno.

En “Mononoke” encontramos una guerra entre el mundo humano y el mundo natural. ¿Paradójico? Sí. Porque los seres humanos somos parte del mundo natural y, sin embargo, en nuestra arrogancia nos hemos empeñado en separarnos de ese universo. Nos imaginamos no como habitantes del mundo natural, sino como sus dueños; nos regocijamos al sentirnos como sus verdugos.

En la trama, la civilización se ha desentendido de la naturaleza. De hecho, el objetivo último -la prueba total del progreso humano- es la destrucción del mundo natural, su erradicación. ¿Qué más dan los árboles o los lobos o los jabalíes cuando tenemos hierro, concreto y desarrollo? Ante tales muestras de violencia y desprecio, ¿qué hace el mundo natural? ¿Cómo reacciona ante los embates del mundo “civilizado”? Pues se defiende como puede, con la furia indomable de la creación. El filme de Hayao, en ese sentido, sigue siendo una radiografía de la actualidad.

Al modo de Miyazaki, “La Princesa Mononoke” no sólo es una película entretenidísima y magnética, de acción trepidante y personajes entrañables, también es poesía total. Poesía que rebosa humanidad. De nueva cuenta, la fábula no termina con la destrucción del otro que es mi enemigo, sino cuando se crea comunidad, coexistencia, decoro y dignidad para todos; cuando asumo mis responsabilidades, con el abrazo de lo humano y lo natural como parte de un todo. Es bellísimo.

Al cierre de esta columna me enteraba de que “La Princesa Mononoke” estará todavía una semana más en cines selectos; en casi todos los casos, sólo con horarios matutinos, para que lo tomes en cuenta. Si ya la viste, no dejes de darte la oportunidad de verla otra vez, pero en pantalla grande. Si aún no ves este clasicazo incontestable, aprovecha. Deja que tus pupilas y tu corazón se llenen con la desbordante compasión, furor y poesía de este relato que ya es un dolmen sagrado del cine mundial.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Informador



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