El enfrentamiento entre Japón y EE. UU. en el Pacífico que decidió la guerra: de la Batalla del Mar del Coral a la del Golfo de Leyte

El ataque a Pearl Harbor supuso un duro golpe para los norteamericanos, pero no resultaría definitivo. Estados Unidos puso en marcha enseguida, como se vio, su potente maquinaria de guerra para frenar el expansionismo nipón, aunque los resultados no serían inmediatos.

En diciembre de 1941, los japoneses habían lanzado la invasión de Filipinas, entonces bajo administración norteamericana dirigida por el carismático general Douglas MacArthur. Las tropas defensoras acabaron sitiadas en la isla de Corregidor, situada en la bahía de la capital, Manila. Washington dio por perdida Filipinas y prefirió enviar tropas, aviones y pertrechos a Australia, que corría el peligro de ser también invadida.

Aunque MacArthur quería seguir combatiendo, se le ordenó salir de la isla en una lancha torpedera dejando atrás a los hombres que valerosamente habían luchado junto a él, y que aún lograrían resistir en Corregidor hasta el 6 de mayo de 1942, antes de caer prisioneros. Ese mismo mes, las tropas niponas arrebataron Birmania a los británicos.

Soldados japones cruzan un puente birmano
En mayo del 42, los nipones se la arrebataron a los británicos. Sobre estas líneas, tanques y soldados japoneses cruzan un semiderruido puente birmano el 18 de junio de ese mismo año. Foto: Getty.

Choque en el Mar del Coral

El sol rojo, símbolo del Imperio japonés, se extendía por el mapa como una mancha de aceite que nadie parecía capaz de detener. En tan solo dieciséis semanas se había creado un imperio colonial de casi cinco millones de kilómetros cuadrados, integrado por unos doscientos millones de habitantes, en una fulminante expansión sin precedentes en la historia. La respuesta norteamericana había llegado el 18 de abril de 1942 con el célebre raid sobre Tokio efectuado por los bombarderos del coronel James Doolittle, pero esa meritoria acción apenas tuvo carácter testimonial.

La primera vez que los japoneses comprobaron que tenían delante un enemigo temible fue en la batalla del Mar del Coral, el 7 y el 8 de mayo de 1942. La flota nipona quiso poner a prueba allí, en la ruta que llevaba a Australia, la determinación estadounidense. Fue la primera batalla de la historia en la que combatieron directamente portaaviones en ambos bandos, así como la primera en la que las unidades navales nunca se vieron ni estuvieron al alcance de su armamento artillero.

El portaaviones japonés Shoho alcanzado por un torpedo americano
Del 7 al 8 de mayo de 1942 se libró en el Mar del Coral la primera batalla de portaaviones de la historia, en la que tanto EE. UU. como Japón perdieron uno (arriba, el japonés, el Shoho, en llamas tras ser alcanzado por un torpedo americano). Foto: ASC.

Cada bando perdió un portaaviones, entre otros barcos. Aunque el balance numérico de la batalla resultaría favorable a la flota nipona, desde el punto de vista estratégico ese estrecho margen de ventaja suponía en realidad el primer revés para Japón, que hasta ese momento había contado sus intervenciones en la guerra por victorias claras y contundentes.

Midway: el giro decisivo

El Imperio japonés se enfrentó entonces a una disyuntiva: o consolidar el extenso territorio conquistado en tan poco tiempo, permaneciendo a la defensiva, o propinar a Estados Unidos el golpe decisivo que lo expulsase para siempre del escenario del Pacífico.

Ante las escasas opciones japonesas en una larga guerra de desgaste, la única solución era plantear la batalla definitiva por el control del Pacífico en un momento en que la flota nipona aún era superior. El lugar elegido para ese choque sería Midway, un pequeño y solitario archipiélago situado al nordeste de Hawái.

Bombarderos patrullan sobre Midway
La batalla de Midway, entre el 4 y el 7 de junio de 1942, pudo inclinar definitivamente la balanza en favor de Japón pero acabó en una decisiva victoria aliada. En la foto, un escuadrón de bombarderos US Douglas SBD-3 Dauntless patrulla sobre Midway unos días antes. Foto: Getty.

Isoroku Yamamoto, el ‘cerebro’ que había planeado el ataque a Pearl Harbor, sabía que los norteamericanos echarían toda la carne en el asador en la defensa de esas islas, por lo que enviarían allí los tres portaaviones del Pacífico. Yamamoto contaba con seis portaaviones y la ventaja de poder preparar anticipadamente la trampa en la que los norteamericanos debían caer. El minucioso plan puede ser calificado de genial, ya que tendía una serie de celadas en las que la flota enemiga debía verse atrapada sin remedio.

Pero los japoneses no pudieron prever que los criptógrafos norteamericanos conseguirían deducir el punto que iba a ser atacado. Fue entonces cuando los estadounidenses colocaron la trampa en la que el cazador acabaría cazado. El almirante Chester Nimitz fue el encargado de tejer alrededor de esas islas una tela de araña, sabiendo que la ingenua presa no tardaría en caer.

Chester William Nimitz
Chester William Nimitz (1885- 1966) fue el gran artífice del éxito en Midway y tuvo muchos roces con MacArthur. Este es su retrato en la National Portrait Gallery. Foto: ASC.

Cuando los japoneses atacaron Midway, el 4 de junio de 1942, los portaaviones norteamericanos lanzaron sus aparatos contra la flota nipona, tomándola por sorpresa. La indecisión de los japoneses, dudando entre seguir con sus ataques a tierra o dirigirse hacia los buques enemigos, acabó siendo su perdición. Yamamoto había fracasado en el duelo decisivo; la derrota de Japón ya no era más que cuestión de tiempo.

Desembarco en Guadalcanal

Pero por entonces, aunque su poderío naval hubiera quedado neutralizado en Midway, la posición estratégica de Japón era aún muy sólida. Se había creado una inmensa barrera que comenzaba en Birmania, seguía por Sumatra, Java y Nueva Guinea y luego se prolongaba por un cinturón de islas del Pacífico hasta llegar a las lejanas Aleutianas. En estas remotas e inhóspitas islas los japoneses habían establecido incluso unas bases con las que amenazaban la cercana Alaska, aunque la climatología adversa del archipiélago pronto les convencería de la imposibilidad de crear allí un frente estable.

Atacar esa fortaleza que cerraba el Pacífico casi por completo, de norte a sur, se presentaba para los norteamericanos como un objetivo aparentemente inabordable. Pero había un enclave en el que era necesario intervenir ya para evitar que los japoneses se lanzasen contra Australia. Ese punto, en manos niponas, era el archipiélago de las Salomón, al este de Nueva Guinea.

Soldados de EE. UU. en Guadalcanal
El 7 de agosto de 1942, diez mil soldados de EE UU tocaron tierra en Guadalcanal (islas Salomón). Tuvieron que luchar hasta el 9 de febrero de 1943 y perder 1.600 hombres para hacerse con ella. Aquí, en un descanso. Foto: Getty.

El 7 de agosto de 1942, 10.000 soldados norteamericanos desembarcaron en Guadalcanal, la isla más oriental de las Salomón, en la que los japoneses estaban construyendo un aeródromo. Allí, los marines se sorprendieron al enfrentarse a un enemigo que se ocultaba en la selva y lanzaba ataques suicidas en medio de la noche. Los norteamericanos no conseguirían apoderarse de la isla hasta febrero de 1943, tras perder nada menos que 1.600 hombres. De este modo, Guadalcanal supuso el freno definitivo a la expansión imperial, pero avanzó las terribles características que presentaría la lucha sin cuartel en las islas del Pacífico.

Un doble avance norteamericano

Con los japoneses ahora a la defensiva, el mando estadounidense debía decidir la estrategia de avance hacia Japón. La primera opción, situar el centro de la acción en el continente asiático, se descartó por la débil posición de salida y la dificultad de coordinar el esfuerzo de guerra en un frente tan complejo, además de la escasa fiabilidad demostrada por las fuerzas chinas nacionalistas de Chiang Kai-shek.

Las otras dos opciones estaban rodeadas de ambiciones y rivalidades personales. MacArthur y el Ejército de tierra apostaban por avanzar desde el sur, partiendo de Nueva Guinea para llegar a Filipinas. En cambio, la Marina, con el almirante Nimitz al frente, defendía un ataque a través del centro del Pacífico, basándose en el poderío de sus portaaviones. Lo más lógico parecía ser apostar por el avance directo por el Pacífico, pero Washington tomó la decisión salomónica de contentar a todos y combinar ambas líneas de avance, lo que obligaba a dividir los recursos, además de plantear una serie de campañas terrestres, como la de Filipinas, sin una utilidad estratégica clara.

MacArthur saludando desde un jeep
El general MacArthur saludando desde un jeep. Foto: Getty.

Para emprender el camino a Tokio, había que acabar con la amenaza de las bases aéreas que había en unas minúsculas islas del archipiélago de las Marshall y de las Gilbert, como Betio, Tarawa o Kwajalein. Eran atolones sin aparente interés militar, pero que, una vez construido allí un pequeño aeródromo, pasaban a convertirse en auténticos portaaviones insumergibles.

La lucha por esas islas sería especialmente sangrienta: el 20 de noviembre de 1943, 18.600 marines desembarcaron en Tarawa, de los que perecerían 1.115; en Betio murió otro millar. Ese alto coste obligó a replantear la estrategia, tomando solamente las islas más importantes y pasando por alto el resto. Además, Nimitz buscaría atraer a los japoneses a una batalla decisiva en la que pusieran en juego lo que quedaba de su flota, así como su fuerza aérea.

La lucha por Filipinas

A principios de 1944, Japón decidió tomar la iniciativa. En marzo, lanzó una ofensiva contra las tropas británicas que guardaban la frontera de la India y que tenían previsto avanzar sobre Birmania. Las batallas de Imphal y Kohima, que se prolongarían hasta principios de julio, frenaron el avance nipón; el intento de amenazar la India había fracasado. En China sí se logró que las tropas nacionalistas retrocediesen, alejando así el emplazamiento de las bases aéreas norteamericanas, que comenzaban a tener al territorio japonés en su radio de acción.

Pero el choque decisivo debía dirimirse en el Pacífico. Con Filipinas amenazada, los japoneses aceptaron el envite de Nimitz y concentraron sus fuerzas para el choque final en sus aguas, incluyendo nueve portaaviones y seis acorazados. Los japoneses presentaron una flota muy avanzada tecnológicamente, pero con tripulaciones inexpertas y que sufría una escasez crónica de combustible. La batalla del Mar de Filipinas, librada el 19 y el 20 de junio de 1944, se saldó con victoria de los norteamericanos, al perder los japoneses tres portaaviones y más de doscientos aeroplanos. Aun así, una excesiva prudencia estadounidense impidió aniquilar a la flota imperial, por lo que un buen número de buques lograron escapar.

Mientras tanto, los marines seguían estando obligados a capturar islas a un alto precio. Nombres como los de Guam, Saipán o Tinián se añadieron a esa larga lista de desembarcos anfibios que finalizaban con un trágico balance de entre mil y dos mil muertos en las filas del ejército estadounidense. No obstante, el aeródromo de Tinián poseía un valor incalculable: desde allí, los bombarderos B-29 tenían ya a su alcance el territorio nipón.

 La Batalla del Golfo de Leyte

Los militares japoneses, ajenos a las evidencias de que la guerra estaba perdida, aún confiaban en poder asestar un golpe decisivo a la Marina estadounidense. Los restos de la flota derrotada en el Mar de Filipinas servirían para armar una nueva escuadra, que se enfrentó a los norteamericanos del 23 al 26 de octubre de 1944 en el golfo de Leyte, también en las Filipinas, en donde cuatro días antes habían desembarcado las tropas de MacArthur.

Batalla del Golfo de Leyte
La flota nipona sale de Brunéi el 22 de octubre de 1944 rumbo al golfo de Leyte. Foto: ASC.

La batalla no resultó fácil para los norteamericanos, al tener que apoyar la campaña terrestre mientras se enfrentaban a los japoneses también en el mar. Inexplicables errores de coordinación, además, acabaron por crear una inesperada confusión entre los propios almirantes, pero al final se impuso la lógica y consiguieron hundir los cuatro portaaviones con que contaba la flota nipona, además de tres acorazados.

Los japoneses, con el general Tomoyuki Yamashita al frente, pondrían muchos obstáculos a MacArthur en lo que él esperaba que fuera un paseo triunfal. Atascado en las montañas, requirió de varios asaltos anfibios para apoderarse de la isla de Leyte. Luego, la batalla de Manila duró un mes y en ella murieron miles de civiles a causa de las bombas norteamericanas, pero MacArthur permaneció insensible al sufrimiento de sus antiguos administrados, obsesionado con tomar la ciudad.

General nipón Tomoyuki Yamashita
El Tigre de Malasia, así apodaron al general nipón Tomoyuki Yamashita (1885-1946) por su valor y ferocidad durante la campaña malaya y la caída de Singapur y Filipinas. Fue la bestia negra de MacArthur. Foto: Getty.

Tras salvajes combates urbanos, el general la dio por liberada el 27 de febrero de 1945, pero prefirió no celebrarlo ante la dantesca visión de los cadáveres que se amontonaban en sus destruidas calles.

En Birmania, entretanto, los británicos reunieron en enero de 1945 más de 250.000 hombres para expulsar a los japoneses hacia la frontera tailandesa. Tras continuos choques que caían del lado aliado, las tropas niponas se escabullían y organizaban una nueva línea de defensa. La capital, Rangún, no sería capturada hasta mayo.

La estrategia del doble avance había dado sus frutos y el territorio japonés ya estaba sometido a asedio, pero la guerra no estaba ni mucho menos ganada para los norteamericanos. Todavía iba a correr mucha sangre estadounidense, y muchos civiles nipones iban a perder la vida, antes de que Japón aceptara rendirse.

Cortesía de Muy Interesante



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