Detrás de los muros silenciosos de la antigua Pompeya, sepultada por el Vesubio en el año 79 d.C., han vuelto a surgir imágenes de otro tiempo. En esta ocasión, lo que ha salido a la luz es un salón de banquetes cubierto por un impresionante ciclo pictórico dedicado a Dionisio, el dios del vino, el éxtasis y la transgresión. El hallazgo, en la llamada Casa del Tiaso —localizada en la Regio IX de Pompeya—, está siendo considerado como uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de las últimas décadas, no solo por la calidad artística de los frescos, sino por el contenido simbólico que ofrecen. El conjunto fue analizado en detalle por el equipo del Parque Arqueológico de Pompeya y publicado en el E-Journal degli Scavi di Pompei, que se convierte así en la fuente principal para entender el contexto y significado de este hallazgo singular.
Un hermoso salón pintado como un templo
Los frescos, que cubren tres de las cuatro paredes de un amplio salón con salida al jardín, conforman una rara megalografía, término que designa escenas murales con figuras de tamaño casi real. Solo existen dos ejemplos de este tipo en toda Pompeya: el célebre ciclo de la Villa de los Misterios y, ahora, este nuevo conjunto. En él, se representa una procesión ritual encabezada por Dionisio, acompañado por sus seguidores: bacantes danzantes, satirillos músicos y una mujer mortal que parece ser conducida hacia una iniciación secreta.
Lo sorprendente no es solo la escala, sino el estilo. Pintados según los cánones del Segundo Estilo pompeyano, los personajes aparecen sobre pedestales, como si fueran estatuas, pero sus colores vivos, sus gestos dinámicos y el detalle en los ropajes los devuelven a la vida. No hay aquí una simple decoración, ya que cada figura está cargada de simbolismo religioso y emocional. Los frescos muestran una tensión entre lo sagrado y lo festivo, entre lo salvaje y lo civilizado, en un espacio que fue, además, utilizado para banquetes y celebraciones privadas. El culto a Dionisio, con sus ritos secretos y promesas de renacimiento espiritual, se hace visible justo donde la sociedad romana se reunía para comer, beber y representar su estatus.

Misterios, vino y sacrificios
El thiasos, la comitiva del dios, está representado con un nivel de detalle que deja poco lugar a la imaginación. Las bacantes —figuras femeninas centrales en el culto dionisíaco— no solo bailan: algunas llevan espadas y vísceras, otras cargan cabritos sacrificados. La caza, la sangre y el éxtasis se entrelazan en un mismo lenguaje visual que evoca los misterios dionisíacos descritos en las fuentes literarias griegas y romanas.
Esta dimensión salvaje, apenas visible en la Villa de los Misterios, cobra aquí un protagonismo especial. Según el comunicado publicado en su momento por el Parque Arqueológico, un segundo friso más pequeño, situado por encima del principal, representa animales vivos y muertos: un jabalí destripado, un cervatillo, aves, peces y mariscos. La combinación de escenas humanas con representaciones de caza y ofrendas refuerza la idea de una ceremonia que no era solo simbólica, sino física, visceral. No es casualidad que el culto dionisíaco atrajera a mujeres, esclavos y extranjeros: ofrecía una vía de escape, una experiencia transformadora que desafiaba las normas sociales.
Un espacio entre lo religioso y lo profano
La elección del salón de banquetes como lugar para este programa iconográfico no es trivial. Las casas romanas eran, en muchos casos, templos en miniatura, donde la religión doméstica y la vida social se entrelazaban constantemente. Pero en este caso, el mensaje va más allá de la mera decoración. Tal y como explican desde el Parque Arqueológico, los frescos no solo adornaban, invitaban al espectador a formar parte del ritual, aunque fuera desde la contemplación.

De hecho, el análisis de las pinturas revela una escena central particularmente enigmática: una figura femenina, escoltada por un viejo Sileno que sostiene una antorcha, se encuentra en pleno proceso de iniciación. El fuego, la noche y la guía del anciano vinculan esta escena con los ritos nocturnos que caracterizaban al culto dionisíaco desde época griega. En el contexto romano, estas ceremonias estaban rodeadas de secretismo, incluso de persecuciones ocasionales, como sucedió con el escándalo de las Bacchanalia en el siglo II a.C.
Este culto, sin embargo, no desapareció. Se transformó y se integró en las casas de las élites, donde su simbolismo pasó a ser un recurso estético, pero sin perder del todo su carga espiritual. En ese equilibrio entre religión y representación se sitúa este hallazgo.
Una ventana al alma de Roma
Aunque Pompeya ha ofrecido a lo largo del tiempo hallazgos espectaculares, la Casa del Tiaso aporta una perspectiva rara vez documentada: el papel de la religión emocional, sensorial y transgresora en la vida cotidiana romana. Frente al mundo ordenado de Júpiter, Juno y Minerva, Dionisio ofrecía un camino alternativo, salvaje y liberador.

La investigación publicada en el E-Journal degli Scavi di Pompei subraya que la escena dionisíaca actúa como un espejo de las tensiones de la sociedad romana del cambio de era. La figura femenina que duda entre ser madre y esposa o perderse en la montaña con el dios del vino encarna la ambivalencia entre el deber y el deseo. Es una narrativa que encuentra ecos en las tragedias griegas, como las Bacantes de Eurípides, y que, en estos frescos, se traduce en imagen.
Al integrar elementos de caza, música, danza y sacrificio, el conjunto pictórico se convierte en un testimonio multidimensional del universo simbólico de Roma. No se trata solo de arte: es una forma de pensamiento, una manera de vivir —y de morir— en la Antigüedad. La Pompeya que emerge en la Regio IX es más que ruinas: es un mundo que sigue hablándonos.
Cortesía de Muy Interesante
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