Una buena intención científica termina en una horrenda transformación entomológica sin retorno posible.
En algunas películas que han conocido diferentes versiones, a veces es complicado determinar cuál es la mejor.
Vista hoy, “La mosca” original puede parecer simplona e incluso grotesca, comparada con la nueva versión rodada en 1986, que contó con el talento de David Cronenberg tras la cámara, actores tan eficaces como Jeff Goldblum y Geena Davis, y una excusa científica basada en el creciente conocimiento sobre la genética que permitía racionalizar –hasta cierto punto, claro– y dosificar la metamorfosis del protagonista.
Más ficción que ciencia
Ambos filmes son hijos de su tiempo, y sin el primero no existiría el segundo.
Hemos comentado aquí, en otras páginas, que el cine norteamericano de ciencia ficción de los años 50 tenía bastante más de ficción que de ciencia, y, sin embargo, en esa década produjo algunos de sus títulos más notables.
Este es un buen ejemplo, ya que la clave, más que en la verosimilitud de una metamorfosis tan horrenda, es la identificación del público con la desgracia sufrida por un investigador que solo buscaba ayudar a la humanidad.

De la teletransportación a la mutación
El científico André Delambre lleva años trabajando en la teleportación, que permitiría trasladar seres humanos de un lugar a otro desintegrando su estructura atómica en la cámara de origen y volviéndola a unir en la de destino.
Tras haber realizado las pruebas pertinentes con objetos y animales, llega la definitiva, con él mismo como sujeto de experimentación.
Y todo sale bien… salvo por una mosca que se cuela en la cámara sin que Delambre se percate. Ambos seres se transportan a la vez, y sus átomos se entremezclan.
Mosca de tamaño humano
La película original comienza con la policía llegando a la casa de Delambre, que se ha suicidado poniendo la cabeza bajo una prensa.
Su mujer cuenta al inspector y al hermano de Delambre cómo, tras la teleportación, su marido terminó con un brazo y la cabeza del insecto, pero a tamaño humano.
La imposibilidad de regresar a su estado normal le hizo suplicar a su mujer que lo matara. Pero el horror no acaba allí: cuando salen al jardín, los dos ven en una telaraña a una diminuta mosca con cabeza y brazo humanos, que grita débilmente pidiendo ayuda.

En un principio, se consideró la idea de que la metamorfosis de hombre a mosca fuese más gradual, en vez de un intercambio tan radical de cabeza y extremidad, pero las técnicas de maquillaje de la época lo habrían hecho muy complicado y, sobre todo, muy costoso.
La solución del director Kurt Neumann fue arriesgarlo todo a la sorpresa, manteniendo al científico ocultando con sus ropas la cabeza y el brazo, hasta que los revela, lo que provoca el shock en su mujer y en los espectadores.
Un horror gradual
La versión de Cronenberg sí sacó más partido al proceso de transformación del científico –aquí llamado Seth Brundle–, que fue dividido en siete etapas.
Esto hacía el horror más gradual: Brundle experimenta cambios fisiológicos, como una mayor fuerza física y un apetito sexual desenfrenado.
Esto último fue algo que en la versión anterior, obviamente, ni se consideró.

Restaurar el orden
En ambos casos, la verdadera metamorfosis es interior; en la versión original, el científico se torna más violento a medida que se obsesiona por encontrar la mosca que se teletransportó junto a él –y que aparece, como hemos dicho, en el impactante final–, para así poder repetir el proceso y, quizá, restaurar el orden de las cosas.
Cronenberg, como no podía ser menos, es más oscuro, y Brundle va experimentando una transformación paulatina y terrorífica, quizá debida a la presencia en su ADN de los genes del insecto, tal vez como una deformación de su mente ante la conmoción por su metamorfosis.
El monstruo en el que se convierte al final va más allá de los cambios físicos.
Cortesía de Muy Interesante
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