
¿Qué fue primero: que Guadalajara se convirtiera en el gran centro de América Latina para exposiciones y convenciones, o que las grandes exposiciones encontraran en Guadalajara el lugar perfecto?
La pregunta parece filosófica, pero esconde la clave de un fenómeno que ciudades millonarias no han podido descifrar. Hoy, con el paso del tiempo, Guadalajara se ha consolidado como el gran imán de todo tipo de eventos. No solo en América Latina. Empieza a arañarle convenciones incluso a Estados Unidos.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué hace diferente a esta metrópoli?
Gustavo Staufert, Director de la Oficina de Visitantes y Convenciones, me lo explicó una tarde tomando café en su oficina. Me contó cómo en Argentina, específicamente en Córdoba, y en Colombia, en Medellín, intentaron replicar el modelo guadalajarense. Invirtieron millones. Copiaron la arquitectura. Contrataron a los mejores consultores. Fracasaron. Hicieron análisis exhaustivos tratando de entender qué les faltaba. La respuesta los sorprendió: en Guadalajara se mezclan una serie de factores que dan lo que los expertos internacionales han bautizado como “El Factor Guadalajara”. Y es irrepetible.
Primer elemento: la ciudad emocionalmente mexicana. Guadalajara no es solo amigable. Es profundamente mexicana. Con fiesta auténtica. Con tradición viva. Con emociones a flor de piel. Es una ciudad muy suya, con personalidad definida que no necesita fingir hospitalidad. La lleva en el DNA. Cuando llegas a un evento aquí, no solo visitas un recinto. Experimentas la mexicanidad en estado puro.
Segundo elemento: Expo Guadalajara como recinto de clase mundial. No basta tener un edificio grande. Expo Guadalajara se ha consolidado como el gran recinto porque entiende que cada evento es un universo diferente. Se adapta. Se transforma. Funciona con inteligencia operativa que pocas instalaciones en el mundo poseen. Quince años consecutivos en el Top 10 mundial no son casualidad.
Tercer elemento: la coordinación orgánica sin protocolos. Aquí está el verdadero secreto. Cuando hay un gran evento en Guadalajara, sin ponerse de acuerdo, sin que exista protocolo formal, sin convenios firmados, se coordinan automáticamente las distintas autoridades con las cámaras y organismos empresariales. Cada quien aporta lo suyo. Los diez municipios metropolitanos se alinean. El gobierno estatal facilita. Las empresas privadas colaboran. Todo sucede naturalmente, como si fuera instinto colectivo.
Esto es lo que Córdoba y Medellín no pudieron copiar. Porque no se puede legislar la cultura. No se puede contratar la coordinación espontánea.
Cuarto elemento: infraestructura completa aspiracional. Hoteles de clase mundial. Restaurantes que rivalizan con los mejores del continente. Vida nocturna sofisticada. Guadalajara ofrece experiencia integral. No solo trabajas en un evento. Vives una ciudad. Y esa ciudad se vuelve aspiracional. La gente quiere regresar.
Pero hay un quinto elemento que Staufert no mencionó y que he descubierto en dieciocho años aquí: la gente de Guadalajara entiende intuitivamente que cuando hay un gran evento, toda la ciudad se beneficia. Es genuina hospitalidad metropolitana. Este esquema es irrepetible. Es evolución cultural, no estrategia comercial. Es DNA metropolitano, no manual operativo.
Por eso ciudades con más recursos, más población, mejor ubicación geográfica, han intentado arrebatarle el liderazgo a Guadalajara y han fracasado sistemáticamente.
El Factor Guadalajara no se compra. No se copia. No se contrata. No es botín político.
Se vive. O no se entiende.
Y esa es precisamente la razón por la cual esta metrópoli de 5 millones de habitantes se ha convertido en la capital indiscutible de la industria de reuniones en América Latina.
Porque algunos secretos del éxito no están escritos en ningún manual.
Están escritos en el alma colectiva de una ciudad que aprendió, sin que nadie se lo enseñara, a ser la mejor anfitriona del continente.
Cortesía de El Informador
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