La arqueología subterránea mesoamericana vuelve a situarse en el centro del debate gracias a la reciente presentación de un estudio sobre los restos humanos hallados en la Cueva de Sangre, un enclave ritual escondido bajo el sitio de Dos Pilas (Petén, Guatemala). Entre estalactitas y pasadizos inundados gran parte del año, los investigadores han documentado más de un centenar de fragmentos óseos. Estos restos muestran señales inequívocas de haber sufrido violencia alrededor del momento de la muerte. Probables víctimas de sacrificios mayas, este hallazgo amplía el entedimiento de esta práctica cultural durante el período comprendido entre el 400 a.C. y el 250 d.C. A diferencia de otros contextos funerarios de la región, la distribución de los huesos ‒sin enterramientos formales‒ y la presencia de artefactos simbólicos sitúan a la cueva como un auténtico escenario ceremonial vinculado a la petición de lluvias y buenas cosechas.
La Cueva de Sangre y el paisaje ritual de Dos Pilas
Un espacio subterráneo ligado a la lluvia
La Cueva de Sangre forma parte de una red constituida por una docena de cavidades que, bajo el sitio clásico de Dos Pilas, en el corazón de la selva petenera, se ha explorado desde los años noventa. Su acceso, reducido a una pequeña abertura que desemboca en un pasillo descendente y termina en una laguna subterránea, limita las visitas a los meses de la estación seca (marzo-mayo), cuando el nivel freático desciende y permite el trabajo arqueológico.
Este rasgo estacional resulta clave. La cronología de uso de este espacio coincide con celebraciones contemporáneas como el Día de la Santa Cruz (3 de mayo), fecha en la que las comunidades mayas actuales acuden a las cuevas para pedir la llegada de las lluvias. La hipótesis plantea, por tanto, un continuum ritual que enlace prácticas ancestrales con tradiciones vivas y que refuerce la interpretación agrícola de los sacrificios documentados.
Un santuario de tránsito entre mundos
En el imaginario mesoamericano, las cuevas representan umbrales hacia el inframundo y espacios de comunicación con las divinidades ligadas al agua y la fertilidad, razón por la cual resultan escenarios privilegiados para ejecutar ritos propiciatorios. La topografía de la Cueva de Sangre —oscura, húmeda y de difícil acceso— habría magnificado la carga simbólica de las ofrendas humanas. Según los investigadores, las características físicas de la gruta subrayarían el sentido del sacrificio, en el que la entrega de “partes” del cuerpo serviría como sustento para los dioses de la lluvia.

Metodología y hallazgos osteológicos
Cuerpos fragmentados en el interior de la cueva
Durante la nueva campaña de investigación, cuyos resultados se presentaron en la reunión anual de la Society for American Archaeology bajo el título “Negro como la noche, oscuro como la muerte: bioarqueología del subterráneo mesoamericano” (“Black as Night, Dark as Death. Bioarchaeology of the Mesoamerican Subterranean”), se recuperaron más de cien fragmentos óseos. Estos restos, que corresponden tanto a adultos como a infantes, presentan huellas de corte que evidencian desmembramientos deliberados.
La bioarqueóloga Michele Bleuze (California State University, Los Ángeles) resumió los resultados con una frase contundente: “no hay cuerpos, sino partes de cuerpo”. Esta evidencia subraya el valor ritual independiente de cada elemento anatómico. Los análisis preliminares confirman la presencia de traumatismos perimortem y fracturas compatibles con el uso de herramientas de filo biselado, similares a un hacha, lo que revela procedimientos mortuorios complejos y planificados.
Cuatro calotas apiladas y marcas de hacha
Uno de los hallazgos más llamativos es la serie de cuatro calotas craneales dispuestas en pila. Se colocaron boca abajo sobre el fango del fondo de la cueva y, de acuerdo con la investigación, podrían interpretarse como ofrendas que concentraban el poder simbólico del cráneo. En otra zona, la huella de un instrumento biselado en el frontal izquierdo de una calavera adulta encuentra paralelo en un corte similar practicando en la cadera de un niño. Este paralelismo confirma la homogeneidad en la técnica de sacrificio.

Evidencias materiales del rito: más allá del hueso
Los restos arqueológicos asociados
El contexto óseo se complementa con otros hallazgos arqueológicos. Se encontraron rastros de ocre rojo y cuchillas de obsidiana, materiales recurrentes en las liturgias mesoamericanas que simbolizan tanto la sangre como el poder. Estos elementos, junto con la ausencia de sedimentos funerarios, refuerzan la naturaleza sacrificial del depósito y descartan, por tanto, la posibilidad de que se trate de un simple enterramiento secundario o de una práctica funeraria común.
Por otro lado, la abrasión mínima que presentan los bordes cortados sugiere que los sacrificios se realizaron in situ o en las inmediaciones, antes de depositar las partes en la cámara principal. El ambiente, que permanece inundado la mayor parte del año, habría contribuido a preservar las superficies óseas y los pigmentos, motivo que ha permitido realizar un análisis microscópico de las huellas de herramienta.
Sacrificios y ciclo agrícola
El patrón estacional, que restringe el acceso a la cueva solo durante la sequía, conecta el rito con las peticiones de lluvia que garantizaban la supervivencia de las comunidades agrícolas mayas, para las que el agua era sinónimo de vida. La elección de determinadas partes del cuerpo —calotas y huesos largos— apunta a que estas servían para comunicar fuerza vital a las deidades.

Perspectivas de investigación y desafíos éticos
Los problemas de trabajar con restos humanos
Los especialistas planean llevar a cabo estudios de ADN antiguo y de isótopos estables que ayuden a identificar el origen geográfico y la dieta de las víctimas, así como su relación con la población general de Dos Pilas. Esta línea de trabajo podría esclarecer si las víctimas sacrificados eran cautivos, miembros de las élites rivales o incluso integrantes voluntarios de la misma comunidad, un debate que sigue abierto en la arqueología maya.
Bleuze subraya que la Cueva de Sangre ofrece uno de los mejores contextos para analizar el papel de la violencia ritual en la configuración del poder religioso mesoamericano, pero también plantea dilemas sobre la exhibición y conservación de estos restos humanos. La colaboración con comunidades mayas contemporáneas será determinante para reconciliar la investigación científica con el respeto.

Un laboratorio natural excepcional
Además de su valor histórico, el enclave presenta condiciones microclimáticas poco comunes. La alternancia de fases secas con otras de anegamiento crea un microambiente que ralentiza la descomposición y conserva datos microscópicos imposibles de hallar en los entierros a cielo abierto. Esta singularidad convierte la cueva en un laboratorio natural donde verificar las hipótesis sobre las prácticas sacrificiales mesoamericanas.
Un documento único para el estudio del sacrificio humano
El estudio de la Cueva de Sangre revela que los mayas del período Preclásico Tardío al Clásico Temprano practicaron sacrificios humanos altamente ritualizados, articulados en torno a la petición de lluvias y a la sacralización del agua, eje vital de su economía agrícola. La combinación de los datos osteológicos, el contexto geográfico y los paralelos etnográficos ofrece una imagen detallada de un ritual que otorgaba a los fragmentos corporales humanos una potencia simbólica equiparable, o incluso superior, a la de cuerpos completos. En suma, la investigación amplía el campo de la bioarqueología maya y despierta nuevos interrogantes sobre la construcción de la identidad, la violencia y la religiosidad en el pasado mesoamericano.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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