En el Instituto Francis Crick de Londres, un grupo de neurocientíficos se propuso entender algo que parece simple pero que esconde un gran misterio: ¿cómo decide el cerebro qué conducta activar cuando coinciden distintas necesidades? En los experimentos, observaron que hembras vírgenes de ratón que normalmente son indiferentes o cuidadoras con las crías de otras, se volvían agresivas hacia ellas cuando pasaban varias horas sin comer. Este cambio no se debía al estrés ni a un error en la percepción del entorno, sino a un reajuste profundo en las prioridades del cerebro.
El hallazgo sorprendió incluso a los investigadores, porque estas ratonas atacaban únicamente a las crías, no a otros adultos ni a presas. Eso descartaba la idea de que las confundieran con alimento o de que actuaran por irritabilidad. Lo que ocurría era que el hambre modificaba directamente la forma en que el cerebro procesaba las señales sociales. El mismo circuito que en otras circunstancias impulsa el cuidado parental, en estado de hambre se desactiva y da paso a una respuesta agresiva.
Este cambio de comportamiento servía para responder una pregunta más amplia: cómo el cerebro combina distintas sensaciones internas —como el hambre o las variaciones hormonales— para tomar decisiones sociales. En el caso de estas ratonas, esa integración ocurre en una región muy específica del cerebro: la área preóptica medial (MPOA), un centro clave del comportamiento maternal.

El circuito del hambre que apaga la empatía
El equipo descubrió que las protagonistas de esta transformación eran unas neuronas conocidas como AgRP, situadas en el hipotálamo. Estas células se activan cuando falta alimento y liberan señales químicas que despiertan la urgencia por comer. Sin embargo, también envían una señal hacia la MPOA, donde interfieren con las neuronas responsables del cuidado de las crías. Cuando las AgRP se activan, el cerebro pasa de cuidar a atacar.
Los científicos comprobaron esto manipulando las neuronas directamente. Si activaban las AgRP en ratonas bien alimentadas, se volvían agresivas con las crías; si las silenciaban en ratonas hambrientas, desaparecía la agresión. El resultado: el hambre reconfigura el comportamiento social desde el interior del cerebro, sin depender de experiencias previas o del entorno.
La clave química de este proceso está en una sustancia llamada neuropeptido Y (NPY), que libera las neuronas AgRP. Este compuesto actúa como un freno sobre las células de la MPOA, reduciendo su actividad eléctrica.
Cuando estas neuronas quedan “en silencio”, la conducta de cuidado se interrumpe y el cerebro adopta un modo defensivo. Así, la agresión no es un acto irracional, sino una respuesta biológica que prioriza la supervivencia en condiciones extremas.
Hormonas que deciden cuándo ocurre el cambio
No todas las hembras reaccionaban igual ante el hambre. Aunque todas pasaban por el mismo periodo de ayuno, solo alrededor del 60 % se volvían agresivas. La diferencia no estaba en la intensidad del hambre, sino en su estado hormonal dentro del ciclo reproductivo, conocido como ciclo estral. Los investigadores descubrieron que la proporción entre dos hormonas —estradiol y progesterona— determinaba qué tan sensible era el cerebro a la señal del hambre.
Durante una fase llamada metestro, cuando la progesterona domina sobre el estradiol, las hembras eran mucho más propensas a mostrar agresión hacia las crías. En cambio, durante el estro, cuando el estradiol es más alto, el efecto desaparecía. El cerebro traduce esta relación hormonal en una especie de “permiso” para que el hambre influya en la conducta social.
Esta interacción entre hambre y hormonas se produce también en la MPOA. Allí, las neuronas que controlan el cuidado parental tienen receptores para ambas hormonas y ajustan su actividad según la etapa del ciclo.
Cuando el nivel relativo de progesterona es alto, las neuronas se vuelven menos activas, lo que facilita que la señal del hambre —transmitida por el NPY— las inhiba por completo.

La pieza biológica que une hambre y hormonas
Los científicos fueron más allá y encontraron el mecanismo que actúa como un “interruptor” entre una conducta y otra: los canales HCN, una especie de compuerta eléctrica en las neuronas que regula su nivel de actividad.
En las ratonas con hambre, el NPY bloqueaba parcialmente estos canales, reduciendo la excitabilidad de las neuronas de la MPOA. Y en las fases hormonales donde la progesterona dominaba, los canales HCN ya eran menos abundantes, lo que amplificaba el efecto.
Esto significa que el cerebro no responde al hambre de forma aislada, sino que combina señales metabólicas y hormonales en un mismo punto. Si ambas coinciden —hambre y alta progesterona—, el resultado es un cerebro que interpreta las crías no como algo que cuidar, sino como una carga que amenaza los recursos. Cuando las neuronas de la MPOA se silencian, la empatía parental se apaga y surge la agresión.
Para confirmar esta idea, el equipo bloqueó los canales HCN directamente, sin inducir hambre, y observó el mismo cambio: hembras alimentadas atacaban a las crías. El hallazgo demuestra que estos canales son el centro de integración de los estados internos, un componente clave para entender cómo el cerebro ajusta sus prioridades.

Un cerebro que decide según sus necesidades
El estudio no pretende equiparar la conducta de los ratones con la humana, pero sí muestra un principio general: el cerebro adapta las emociones y los comportamientos sociales según las condiciones internas del cuerpo. Hambre, hormonas, estrés o sueño no actúan por separado; se mezclan en regiones cerebrales específicas que definen cómo reaccionamos ante los demás.
Los investigadores creen que este mecanismo aporta una explicación biológica a cómo los estados corporales influyen en las emociones. En los humanos, esos cambios son más sutiles, pero las bases son las mismas: el cerebro ajusta constantemente su equilibrio entre cuidado, irritabilidad y defensa en función de lo que el cuerpo necesita.
El trabajo abre la puerta a estudiar cómo otras combinaciones —por ejemplo, hambre y ansiedad o sueño y estrés— influyen en la toma de decisiones sociales. Comprenderlo podría ayudar a explicar desde alteraciones del estado de ánimo hasta trastornos de comportamiento.
Referencias
- Cao, M., Ammari, R., Chen, M.X. et al. Integration of hunger and hormonal state gates infant-directed aggression. Nature (2025). doi: 10.1038/s41586-025-09651-2
Cortesía de Muy Interesante
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