En el verano de 1904, Francia vivió uno de los episodios más surrealistas y convulsos de su historia deportiva. Apenas un año después del nacimiento del Tour de Francia, la segunda edición estuvo a punto de convertirse en la última. Lo que debía ser una celebración del esfuerzo humano, se transformó en una epopeya de trampas, sabotajes, agresiones y decisiones controvertidas. Esta carrera pasaría a la historia no por sus gestas deportivas, sino por el escándalo que casi la destruye.
La ruta del Tour de 1904 replicaba la de su predecesora: seis etapas interminables que sumaban más de 2.400 kilómetros por toda Francia. A diferencia de las ediciones actuales, aquellas jornadas eran auténticas maratones ciclistas que podían durar más de 18 horas, con carreteras de tierra, bicicletas sin cambios y condiciones infrahumanas. El ciclista no solo competía contra sus rivales, sino contra el hambre, la oscuridad, las heridas… y, en 1904, también contra un entorno hostil dispuesto a manipular el resultado a toda costa.
Sabotajes, agresiones y conspiraciones
La violencia física comenzó en la primera etapa. Apenas iniciado el recorrido, se produjeron caídas y lesiones, pero lo más grave vino después. Cuando Maurice Garin —vencedor del Tour de 1903 y favorito indiscutible— lideraba la carrera junto a Lucien Pothier, ambos fueron atacados por varios hombres enmascarados en plena noche. A pesar de todo, lograron llegar en primera y segunda posición, lo que sólo intensificó la hostilidad en etapas posteriores.
En la segunda jornada, cerca de Saint-Étienne, se vivió uno de los momentos más bochornosos de la historia del ciclismo. Unas doscientas personas formaron una barrera humana para ayudar a su héroe local, impidiendo el paso del resto. Garin fue herido en la mano y otro ciclista terminó con varios dedos lesionados. Solo el disparo al aire de los organizadores logró dispersar a la turba. Más adelante, la carretera estaba sembrada de clavos y cristales, provocando pinchazos masivos y el caos absoluto. Las sospechas de sabotaje se hicieron inevitables.
En la tercera etapa, la violencia escaló todavía más. En Nîmes, ciudad natal de un corredor previamente descalificado, los espectadores lanzaron piedras a los ciclistas y montaron barricadas en la carretera. Las agresiones físicas se mezclaban con los sabotajes mecánicos y los ataques organizados por aficionados cegados por el fanatismo local.

Trampas de película
El verdadero escándalo, sin embargo, no estuvo solo en la violencia física, sino en la picaresca sin límites. Varios corredores fueron acusados de recibir empujones de automóviles, de subirse a trenes en tramos difíciles y hasta de descansar en coches durante el recorrido. Algunos viajaban acompañados por otros ciclistas que no participaban en la prueba, quienes les marcaban el ritmo o les asistían ilegalmente.
Los controles eran escasos y la noche ofrecía oportunidades para los atajos. En un contexto donde los organizadores apenas podían verificar cada tramo del recorrido, muchos corredores aprovecharon para recorrer decenas de kilómetros en vehículos motorizados, burlando así el espíritu de la competición. Aun así, el público les aclamaba, y no faltaron quienes vieron estas trampas como una especie de romanticismo rebelde.
La descalificación masiva
En París, al cruzar la meta, Maurice Garin fue recibido como bicampeón. Había liderado desde el primer día y parecía haber superado todas las adversidades. Pero su victoria, como la del resto de los primeros clasificados, no duraría mucho. En los meses siguientes, la Unión Velocipédica Francesa abrió una investigación sin precedentes.
Tras escuchar decenas de testimonios, decidió descalificar a los cuatro primeros corredores y a todos los ganadores de etapa. En total, 29 ciclistas fueron sancionados. Nunca se publicaron los motivos exactos de cada sanción, alimentando aún más el mito de aquella edición maldita. El quinto clasificado, Henri Cornet, un joven de apenas 19 años, fue proclamado ganador cuatro meses después, convirtiéndose en el más joven de la historia del Tour.

El escándalo fue tan mayúsculo que el propio Henri Desgrange, creador del Tour, llegó a plantearse seriamente cancelar la prueba para siempre. Se sintió traicionado por una carrera que se le había ido de las manos, consumida por la violencia y la trampa. Solo tras mucha reflexión decidió organizar una nueva edición en 1905, pero con reglas completamente distintas: se abandonó el cronómetro y se instauró un sistema de puntos para dificultar las trampas.
El Tour de 1904 fue, sin duda, una carrera salvaje y descontrolada, un reflejo de una época en la que el ciclismo aún estaba en pañales y los valores deportivos se confundían con las pasiones desbordadas. Fue también un recordatorio de que el éxito repentino puede ser tan peligroso como el fracaso, y que toda institución naciente debe pasar su prueba de fuego.
Hoy, más de un siglo después, aquel Tour de 1904 sigue siendo recordado como la edición más escandalosa de la historia. Pero también como el punto de inflexión que permitió al Tour de Francia madurar y sobrevivir, renaciendo más fuerte y más limpio… al menos por un tiempo.
Cortesía de Muy Interesante
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