
La presidenta Claudia Sheinbaum llegó al poder con una bandera: limpiar la política de los vicios que convirtieron al PRI y al PAN en sinónimos de corrupción, impunidad y complicidad con el crimen. Hoy, a 10 meses de haber asumido la presidencia, esa narrativa se le resquebraja. Y no por culpa de la oposición, ni de los medios, ni de Donald Trump. Por culpa de uno de los suyos: Adán Augusto López.
El escándalo ya es conocido. El exsecretario de Seguridad en Tabasco de Adán Augusto, Hernán Bermúdez, está prófugo, acusado de encabezar una red criminal ligada al CJNG. Huyó en enero. Interpol lo busca. Lo alarmante no es solo que López lo haya nombrado. Lo verdaderamente crítico es que, según filtraciones del Ejército —las mismas que salieron en los Guacamaya Leaks—, Bermúdez ya estaba bajo sospecha desde antes. Aun así, López lo sostuvo en el cargo.
Adán Augusto no es un senador más. Fue secretario de Gobernación de AMLO. Gobernó Tabasco. Es operador político de Morena y hombre fuerte del oficialismo. Su caída no es un asunto menor. Toca al corazón del régimen. Y que Morena niegue que es investigado, defienda su liderazgo y cierre filas en su favor genera costos políticos inevitables.
La presidenta no puede actuar como le convendría a ella y a Morena porque enfrenta resistencias internas. No tiene el control total de su partido ni del aparato gubernamental. Hay grupos que operan por su cuenta y otros que se resisten a soltar privilegios. En ese contexto, tomar distancia de un personaje tan influyente como Adán Augusto no es fácil. Hay costos que ha de estar calculando con cautela.
Ella mantiene una aprobación altísima, entre 68% y 80%, según Mitofsky, Enkoll y otras encuestadoras. Pero en temas de corrupción, la historia es distinta. El 85% de los encuestados por Mitofsky percibe que hay “mucha o regular corrupción” en el gobierno. En la encuesta de El País, la corrupción es el principal error de su gestión. Y solo el 45% aprueba su trabajo en materia de transparencia. ¿De le qué sirve tener 80% de respaldo si uno de sus pilares del discurso se desmorona?
En lo internacional, el escándalo ocurre en el peor momento. Trump dice que México está infiltrado por cárteles y el caso de Bermúdez, nombrado por un hombre fuerte de Morena, le da argumentos. En plena negociación comercial, con aranceles que afectan la economía, con el T-MEC bajo presión, el gobierno mexicano no debe ni puede verse debilitado, dividido y poco confiable.
Para Morena, el daño también es profundo. La narrativa de renovación se hunde cuando uno de los suyos se convierte en símbolo de lo que prometieron erradicar. ¿Cómo sostener el discurso anticorrupción si no son capaces ni de pedirle a Adán Augusto que se separe del cargo?
En lugar de exigirle una licencia, se exploran salidas cuestionables como enviarlo al servicio exterior. La vieja receta: al que incomoda, se le premia con un consulado. Exactamente lo que Morena juró que nunca haría.
Claudia Sheinbaum tiene que decidir si rompe con esa lógica o la perpetúa. O se deslinda de Adán Augusto —por más que duela políticamente— o pagará el precio de cargar con él durante los próximos cinco años. Porque el problema no es la oposición, ni la prensa, ni Trump. El verdadero lastre está adentro. Y se llama Adán Augusto.
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Cortesía de El Economista
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