Elegida la mejor película de ciencia ficción de la historia en 2014, sus posibles interpretaciones siguen animando debates filosóficos y pasiones cinéfilas.
¿La mejor película de ciencia ficción jamás filmada? Posiblemente. ¿Un título que siempre aparece en las listas de las principales obras cinematográficas de todos los tiempos? Sin duda. ¿Un antes y un después en el género? No cabe discusión.
Pero sí cabe controversia y debate sobre su significado, y aquí ha habido siempre opiniones para todos los gustos, desde sus admiradores, que aseguran hallar nuevos secretos con cada nuevo visionado, hasta los que la rechazan argumentando que no han entendido una palabra.
En la memoria de unos y otros quedan grabadas del mismo modo indeleble las naves espaciales navegando al compás de “El Danubio azul”; la apertura con la percusión abrumadora de “Así habló Zaratustra”; el hueso que se lanza al aire y se convierte, en una prodigiosa transición de plano, en nave espacial; el psicodélico viaje por la “Puerta de las Estrellas”. Y la voz de HAL.
Explorando posibilidades
El escritor de ciencia ficción, Arthur C. Clarke, declaró que con la película quisieron plantear más preguntas que respuestas y que, “si alguien la entiende por completo, hemos fracasado”. Y, con todo, ayuda bastante leer la novela del mismo título escrita por él.
Stanley Kubrick se había puesto en contacto con Clarke en 1964 para ofrecerle colaborar en el guion de una película que hablara del espacio. Este guion, que tomaba como base el relato “El centinela” (1951), se iría escribiendo inicialmente en forma de novela, para publicarse tras el estreno del filme.
Y aquí está la diferencia: la mente racional de Clarke, excelente escritor, hace la historia mucho más comprensible, mientras que Kubrick se lanzó, como hacía siempre, a explorar las posibilidades expresivas del cine en forma de fotografía, decorados, enfoques, música… buscando más la fascinación que la explicación.

La historia
La película comienza en una indeterminada época prehistórica, en la que una tribu homínida habita una zona desértica, conviviendo pacíficamente con otros animales. Una tribu rival les expulsa del único pozo de agua disponible.
Una mañana, los antropoides descubren en la puerta de su cueva un monolito rectangular. Cuando lo tocan, adquieren inteligencia, aprenden instintivamente a usar huesos como armas, se hacen carnívoros. Son los nuevos dueños de la creación.
Cuatro millones de años después, el doctor Heywood Floyd viaja a la Luna en una misión ultrasecreta, ya que una excavación en el cráter Clavius ha dejado al descubierto un misterioso monolito de origen extraterrestre; cuando el científico lo toca, empieza a emitir un pitido, como una señal.
Hacia Júpiter
Año y medio después, la nave discovery se dirige a Júpiter con cinco astronautas a bordo –tres de ellos hibernados– y el ordenador HAL 9000, que controla todas las funciones de a bordo. Una aparente avería de este provoca la tragedia, y Bowman, uno de los astronautas, es el único superviviente.
Descubre entonces que el objetivo de la misión era llegar al punto indicado por una señal emitida desde el monolito de Clavius. En las proximidades de Júpiter, aparece un nuevo monolito, este gigantesco, flotando en el espacio. Bowman cae a través de él en un viaje de formas y colores nunca vistos, que concluye en un lugar que recuerda al interior de una mansión antigua.
Allí va viendo versiones más viejas de sí mismo hasta que, convertido en un anciano agonizante, el monolito surge de nuevo ante él. Bowman se convierte entonces en un enorme feto humano que flota en el espacio.

Vida extraterrestre
Atrapado por su necesidad de dejar su huella en cualquier género que tocara, el objetivo de Kubrick era tratar la vida extraterrestre de una manera completamente nueva.
Y el mejor modo fue no enseñar a los alienígenas, ni siquiera mencionar su existencia, solo mostrar en secuencias clave el monolito como un ingenio –¿o un ser vivo?– creado para ayudar a la humanidad en su evolución.
Pero el final no es el final: la transformación de Bowman en feto de una nueva especie indica que al ser humano todavía le queda mucho para alcanzar el desarrollo pleno.
¿Y los diálogos?
Otro de los elementos que ha dado a 2001 la fama de ser difícil de entender es la ausencia de diálogo: apenas 45 minutos, con la primera frase pronunciada 25 minutos después del principio.
Buena parte de lo que se dice, además, es insustancial. Paradójicamente, las frases más emotivas –y más fundamentales en el argumento– las pronuncia el ordenador HAL, que, sobre todo en sus últimos momentos de existencia, parece más humano que el astronauta que acaba con él.

Fotografía y luz
Los efectos especiales de “2001: Una odisea del espacio” serán siempre un punto y aparte, y se deben tanto a Kubrick como a Douglas Trumbull, uno de los grandes maestros del género.
Pero destaca sobre todo la instalación de una centrifugadora gigante que sirvió de escenario para el interior de la Discovery. Con un diámetro de doce metros y tres de anchura, giraba a cinco kilómetros por hora y los actores trabajaban dentro, mientras Kubrick dirigía la acción desde el exterior con monitores de televisión.
La fotografía y la luz jugaron, como en toda su obra, un papel esencial: en el interior de la estación espacial era tan brillante que los actores tenían que ponerse gafas de sol entre toma y toma para no dañarse la vista, y el interior de la mansión del final está iluminado únicamente a través del suelo.
En las tomas exteriores de las naves, estas sólo reciben la luz de un único punto lejano… Tal y como ocurriría en el espacio real.
Cortesía de Muy Interesante
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