Fuente de la imagen, BHL/Smithsonian
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- Autor, BBC News Mundo
- Título del autor, Redacción
En el siglo XVII hubo un afán por parte de ciertos intelectuales de corregir el conocimiento humano.
Había mucho saber acumulado valioso, pero en ciertas áreas estaba mezclado con leyendas e inexactitudes.
Así que consideraron necesarias revisiones para tratar de depurar y establecer datos constatados, basados en la observación y la clasificación.
Dos de los que se dedicaron a tal tarea fueron los británicos John Ray, un distinguido botánico, y su alumno Francis Willughby, ornitólogo e ictiólogo.
Ambos acordaron reformar el estudio de la historia natural.
La primera parte del plan fue embarcarse en un viaje para recoger especímenes, participar en estudios y comprar libros e ilustraciones.
Entre 1663 y 1666 recorrieron Europa juntos, y regresaron a Inglaterra cargados de información.
Se pusieron en la tarea de procesarla, primero para una publicación de un colega, y luego para obras propias.
Pero en 1972 Willughby murió, dejando sin terminar dos libros.
Ray, en un acto de amistad, tomó la pluma y los completó.
El primero, Ornithologiae Libri Tres, fue publicado con dinero de la viuda de Willughby.
El segundo no contó con ese respaldo, pero sí con el auspicio de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural.
Un grupo élite la había fundado en 1660 para dedicarse a la filosofía natural, lo que hoy llamaríamos ciencia, recopilando información, observando el mundo, realizando experimentos, debatiendo sus resultados y publicándolos.

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Con ella, el botánico esperaba ofrecer una nueva historia natural de los peces.
Según él, la historia natural adolecía de una multiplicación de especies, debido a descripciones vagas o incompletas que resultaban en que un solo animal apareciera como si fuera muchos distintos.
Para remediarlo, buscó marcas características y se apartó de la definición tradicional de pez, que solía ser animal acuático o cualquier animal que vive en el agua.
Su definición era descriptiva: animales que tenían piel sin pelo y aletas, que no tenían pies y que no eran capaces de vivir libremente o por mucho tiempo sin agua.
Así, criaturas como el cocodrilo y el hipopótamo, que habían sido clasificados como peces, dejaban de serlo.
Esa no era la única innovación.
Su fuerte énfasis en la morfología la diferenciaba de otras obras anteriores, que versaban más bien sobre los usos terapéuticos de los peces, y detallaban cómo pescarlos y cocinarlos para comérselos o convertirlos en medicinas.
Grandes expectativas
Cuando Ray terminó el texto en 1684, empezó el trabajo con la Real Sociedad, que no sólo invirtió recursos económicos, sino también intelectuales.
Numerosos miembros contribuyeron a revisar, correguir y suplementar durante meses hasta afinar cada detalle, no sólo de la información escrita sino también de la visual.
Y es que la obra Historia Piscium, o “Historia de los peces”, fue profusamente ilustrada con suntuosos -y sumamente costosos- grabados, todos financiados gracias a los esfuerzos de los miembros de la Real Sociedad.
Ray estaba muy complacido con las imágenes, y convencido de que la “belleza y elegancia” de los 189 grabados atraerían compradores.
Y, aunque mucho se ha dicho que la formidable inteligencia de los miembros de la Real Sociedad no era garantía de un buen criterio empresarial, para ser justos, tenían razones para creerlo.
Unas décadas antes, una extraordinaria obra había demostrado lo que se podía lograr con grabados exquisitos.

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Hortus Eystettensis, del médico y botánico Basilius Besler, era un monumental libro sobre plantas bellamente ilustrado que había revolucionado la botánica elevándola a nuevas alturas artísticas y científicas.
Cuando el libro salió a la venta en 1613, tras 16 años de investigación y producción, tuvo tanto éxito que Besler ganó suficiente dinero como para comprarse una casa en un barrio elegante de Núremberg por tan solo cinco ejemplares, eso sí, de la edición especial coloreada a mano.
Así que soñar con que un libro pionero científicamente sobre peces y bellamente ilustrado sería bien recibido no parecía ser tan desatinado.
Entretanto…
Mientras algunas de esas mentes destacadas de la Real Sociedad estaban concentradas en lo había bajo el agua, a otras les inquietaban lo que ocurría en los cielos.
El astrónomo Edmond Halley estaba en pos de una solución a una cuestión que cambiaría la historia.
Había surgido en medio de una conversación que sostuvo a principios de 1864 con el científico Robert Hooke y el arquitecto Sir Christopher Wren, como cuenta Gale Christianson, autor de “Isaac Newton y la revolución científica” (Oxford, 1996).
Halley había sugerido que la fuerza de atracción entre los planetas y el Sol disminuye en proporción inversa al cuadrado de la distancia entre ellos.
De ser cierto, la órbita de cada planeta debería tener la forma de la elipse de Kepler, que es similar a un balón de fútbol, aunque algo más redondeada.
Concordaron en que podía ser así, pero que el problema era encontrar los medios matemáticos para demostrarlo.
Tras meses de elucubración sin solución, Halley decidió consultar al ermitaño Isaac Newton.

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En esa época, Newton vivía en Cambridge y se había convertido en el modelo perfecto del profesor despistado.
Olvidaba comer, dormía poco, no peinaba su larga cabellera, rara vez salía de su despacho y no hacía más que trabajar.
Pero para sorpresa de Halley, se alegró con su visita, y cuando le reveló el motivo de ella, recibió una respuesta certera.
Al preguntarle qué tipo de curva describirían los planetas suponiendo que la fuerza de atracción hacia el Sol fuera recíproca al cuadrado de su distancia a él, Newton le respondió, sin dudarlo, que sería un elipse.
“Lo he calculado”, le dijo.
Eso era precisamente lo que se necesitaba: la demostración matemática.
Desafortunadamente, Newton no pudo encontrar sus apuntes en ese momento, pero prometió rehacerlos y enviárselos a Halley.
Tardó más de lo esperado pues, en lugar de recrear lo ya calculado, resolvió el problema empleando un método matemático distinto al anterior.
Pero tres meses después llegó a Londres un manuscrito de 9 páginas titulado De Motu Corporum in Gyrum (Sobre el movimiento de los cuerpos en rotación).
Halley, consciente de que se trataba de la base matemática de una ciencia general de la dinámica, se apresuró a preguntarle a Newton si podía presentarlo ante la Real Sociedad, y publicarlo.
Tras enterarse por boca de Halley de las buenas nuevas, los miembros de la sociedad instaron a que se publicara la breve obra lo antes posible.
Pero para entonces, Newton ya concebía a De Motu como el germen de su obra maestra, y prefirió ahondar en el asunto antes de publicar.

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Tras 18 meses de intenso trabajo, en abril de 1686, Newton presentó y dedicó a la Royal Society el primer tercio de Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural).
La orden de imprimirlo se dio en el plazo de un mes.
Solo que…
El entusiasmo por la obra de Newton se estrelló contra un gran obstáculo.
El mismo mes en el que Principia llegó a la Real Sociedad, Historia Piscium estuvo listo para publicación y salió al mercado, a un precio de alrededor de US$270 actuales.
Reflejaba el alto costo de la producción y, entonces como ahora, era un artículo de lujo, uno en el que muy pocos estuvieron interesados.
Decir que fue un fracaso de ventas es quedarse corto.
Ni siquiera el hecho de que unos meses después los precios se redujeron sustancialmente ayudó.
La Real Sociedad se quedó con tantos tomos sin vender que empezó a usarlos como moneda de pago.

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Al borde de la bancarrota, no pudo cumplir con la promesa de apoyar la publicación de la obra de Newton, en la que este científicio había logrado un hito:
Al proyectar la gravedad a través del vacío, unió la física y la astronomía en una sola ciencia de la materia en movimiento, cumpliendo los sueños de Pitágoras, Copérnico, Kepler, Galileo e innumerables otros, como señala Christianson.
Afortunadamente Halley logró recaudar los fondos para asegurar que ese libro fundamental para la ciencia moderna viera la luz en 1687, poniendo la mayor parte del dinero de su propio bolsillo, pues era hijo de un rico fabricante de jabón.
Su admiración por el autor quedó plasmada en la primera edición de Principia, que incluyó su “Oda a Newton”, en la que invitaba “a celebrar conmigo en cántico el nombre de Newton, querido por las Musas; pues él desveló los tesoros ocultos de la Verdad”.
Termina afirmando: “Ningún mortal puede acercarse más a los dioses”.
A pesar de cuán fundamental fue Halley para la publicación de Principia, poco después del lanzamiento, la Real Sociedad se vio obligada a suspender su cargo de secretario.
No podía pagar su salario anual, tampoco reembolsarle el dinero por financiar el libro de Newton.
Al menos no con dinero.
Le pagaron lo que le debían con ejemplares sobrantes de Historia Piscium.

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Cabe anotar que Principia tampoco fue un éxito de ventas inmediato.
Como todos los libros científicos de la época, estaba escrito en latín, y no era de lectura fácil.
Se cuenta que tras su publicación, Newton se cruzó en la calle con un estudiante que comentó: “Ahí va el hombre que escribió un libro que ni él ni nadie entiende”.
Para deshacerse de algunos de los muchos ejemplares sin vender, Newton recurrió a donarlos a bibliotecas de universidades y colegios.
No obstante, una investigación, publicada en 2020, descubrió que la primera edición del libro logró una distribución sorprendentemente amplia en todo el mundo culto.
Eso indica que probablemente tuvo un impacto más fuerte en la ciencia de la Ilustración del que se pensaba.
En cualquier caso, llegaría a convertirse en un coloso científico, por decifrar el Universo con el descubrimiento de la gravedad y las leyes del movimiento planetario, y establecer un método de investigación que se convirtió en el estándar de oro.
Halley, por su parte, utilizaría más tarde las leyes del movimiento de Newton para calcular por primera vez la órbita de un cometa que posteriormente recibiría su nombre.
E Historia Piscium caería casi en el olvido, recordándose de vez en cuando como el libro que casi impide la publicación de Principia.

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Cortesía de BBC Noticias
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