
Millones de canadienses han acudido este lunes a las urnas para votar en unas elecciones trascendentales, puede que las más decisivas de su historia reciente. Para la mayoría de los 28,5 millones votantes registrados se trataba, más que de elegir candidatos y siglas políticas, de reafirmarse como nación ante las reiteradas amenazas de Donald Trump. Más que un sufragio, era un desafío existencial que empujó en masa a los votantes y transmitió un mensaje claro, el del voto útil al candidato más capaz de frenar al presidente de EE UU. Han sido unos comicios de refundación y definición nacionales, de modelo de país; históricos, que han dado la mayoría a los liberales, seguidos de cerca por los conservadores, tras meses liderando los sondeos.
Con la mayoría absoluta en 172 escaños, los resultados provisionales pasadas las doce de la noche (hora local), con el 85% de los votos escrutados, otorgan a los liberales 163 escaños, a los conservadores 149, 23 al soberanista Bloque Quebequés, 7 a los socialdemócratas del NDP y 1 escaño al Partido Verde. El escrutinio claramente favorable a los liberales encalló en las circunscripciones que forman el Gran Toronto, que oscila, como uno de los estados basculantes de EE UU, entre uno y otro partido y cuyos resultados estuvieron bailando buena parte de la noche, provocando momentos de nervios en el cuartel general de los liberales en Ottawa. A esa hora no estaba claro si el partido de Carney alcanzaría los 172 escaños necesarios para la mayoría absoluta, ya que varias circunscripciones clave estaban aún reñidas.
Con un Gobierno minoritario o en solitario, lo cierto es que Mark Carney, que sustituyó como líder liberal y primer ministro a Justin Trudeau en marzo, será el encargado de lidiar con el presidente de EE UU, a cuya sombra se ha desarrollado la campaña. El propio Trump, que además de imponerle gravosos aranceles quiere anexionar Canadá como 51º Estado del país, se encargó de recordar la importancia de la convocatoria, burlándose de nuevo de Canadá pocas horas antes de que abrieran los 20.000 colegios distribuidos por el país. En un mensaje en su plataforma Truth Social, el presidente de EE UU deseó suerte “al gran pueblo de Canadá” y sugirió a los canadienses que votaran por él. “Elijan al hombre que tiene la fuerza y la sabiduría para reducir sus impuestos a la mitad, aumentar su poder militar, de forma gratuita, al nivel más alto del Mundo; hacer que su Automóvil, Acero, Aluminio, Madera, Energía, y todos los demás negocios, se CUADRUPLIQUEN en tamaño, CON CERO ARANCELES O IMPUESTOS, si Canadá se convierte en el apreciado 51º Estado de los Estados Unidos de América”. Sus comentarios fueron rechazados de manera tajante por Carney y por Poilievre, quien pese a compartir ideario con el republicano le pidió que no se inmiscuya en los asuntos internos de Canadá.
El relativo trasvase de votos a Carney desde terceros partidos, el soberanista Bloque Quebequés y, sobre todo, los socialdemócratas del NDP, cuyo líder, Jagmeet Singh, presentó inmediatamente su dimisión por los malos resultados, explica una revolución copernicana en solo 36 días de campaña, pues las encuestas daban en febrero una ventaja de 25 puntos a los conservadores, y una derrota clara de los liberales. El Bloque ha aguantado algo mejor que los socialdemócratas la sangría de votos, aunque los liberales se han impuesto en su feudo, la provincia de Quebec.
Mike, un arquitecto de mediana edad que ha votado tradicionalmente a los socialdemócratas —a la izquierda de los liberales—, ha confiado esta vez en Carney. “En este país ha habido elecciones históricas, pero ninguna tan definitoria como esta. Se trata de replantearnos el país que somos y qué lugar ocupamos en el mundo. Dependíamos demasiado de EE UU, vivíamos a su sombra, pero nos hemos dado cuenta de que no se puede confiar en ellos. Tenemos que mirar hacia Europa, hacia Asia”, decía a mediodía tras votar en una pequeña iglesia presbiteriana del centro de Ottawa. “El mío no es un voto útil, sino convencido. El único líder fuerte capaz de responder a la amenaza existencial que se cierne sobre Canadá es Carney”, añadía, asegurando que ha antepuesto la cuestión nacional a otras prioridades como la mala situación de la economía. “Somos un país con grandísimos recursos y gente muy formada, superaremos los baches, sin duda. Pero lo primero es mostrar fortaleza” frente a EE UU, añadía.
Mohem, un joven de origen árabe que votaba en el Ayuntamiento de Ottawa, explicaba, sin revelar el contenido de su papeleta, lo que le movió a acudir a las urnas: “Votar en estas elecciones es una cuestión de seguridad nacional y estratégica, no una opción política. Tenemos que demostrar a EE UU que no vamos a achantarnos ante las amenazas. Cualquier elección importa, pero estas importan más que nunca porque definen nuestra resistencia”.
“No estamos para experimentos”
Al igual que el arquitecto de Ottawa, también optó por el posibilismo Vincent, un jubilado que votó en un colegio al este de Montreal. “Dudé varias semanas entre el NPD [socialdemócratas] y los liberales, pero me quedó claro que no estamos para experimentos. Carney conoce mejor los temas económicos. Necesitamos sus conocimientos para enfrentar a Trump”, decía el hombre tras depositar su papeleta.
Carney, que también ganó el escaño de su circunscripción —al contrario que Poilievre, en trance de perder el suyo—, ha hecho una campaña basada principalmente en sus credenciales económicas y empresariales, centrando políticamente al partido en un intento de atraer a los votantes descontentos de ambos lados. En algunos aspectos, como las iniciativas para solucionar la grave crisis de alojamiento o la diversificación energética, su programa se parece al de los conservadores, a quienes ha enfurecido al adoptar propuestas suyas, como la eliminación de una impopular tasa sobre el carbono. Pero el ruido y la furia desatados por Trump ha hecho que los programas de los diferentes partidos tuvieran grandes dificultades para hacerse oír: nadie reparaba en la letra pequeña porque se trataba, sobre todo, de elegir al gladiador para enfrentarse a la fiera.
La victoria de Carney se ha quedado a medio camino entre la goleada de Trudeau en su primer mandato, en 2015, cuando se impuso a los liberales por 184 escaños contra 99, y formó gobierno en solitario, y su último triunfo, en 2021, con 157 asientos frente a 121. Como en EE UU, hay lugares donde siempre vencen los conservadores con holgura (como Alberta) o los liberales (la mayoría de circunscripciones de Montreal). Lo más parecido a un swing state o estado basculante de EE UU sería el conjunto de circunscripciones en la gran región de Toronto, donde se ha ralentizado un escrutinio que hasta ese momento favorecía claramente al partido de Carney.
En medio de la preocupación general por la soberanía y la seguridad económica de Canadá, otras fuerzas de oposición como el NDP (Nuevo Partido Democrático), el soberanista Bloque Quebequés y el Partido Verde han luchado por mantener su relevancia, aunque el refuerzo de la tradicional alternancia liberales-conservadores los ha arrinconado.
Más allá de su reafirmación como Estado, como mercado y como estructura económica resistente a la hegemonía —y los desmanes— de EE UU, la revolución tranquila de Carney, que pretende el libre comercio interprovincial y la creación de un corredor energético, minero, de transporte y digital de costa a costa, apunta a transformar el país. “El Sr. Carney ha demostrado una confianza que el Sr. Trudeau no tenía: una confianza en la existencia de Canadá”, escribía premonitoriamente la semana pasada el hispanista Stephen Henighan, de la Universidad de Guelph, en el diario The Globe & Mail. Una existencia amenazada, pero empoderada por el claro mandato de las urnas.
Cortesía de El País
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