El mensaje de Einstein a los jóvenes en su última gran conversación: “nunca pierdas una curiosidad sagrada”

En la primavera de 1955, pocos días antes de su fallecimiento, Albert Einstein mantuvo una conversación íntima con William Miller, editor de Life Magazine, y con el Dr. William Hermanns, un viejo amigo. La escena fue sencilla: el porche de su casa en Princeton, su nieto Patrick presente, y un aire de calma que contrastaba con la magnitud de las ideas que se iban a compartir. El resultado fue una pieza titulada “Muerte de un genio. Consejo de un viejo a los jóvenes — «Nunca pierdas una curiosidad sagrada»”, publicada el 2 de mayo de 1955, apenas dos semanas después de la muerte del genio.

En ese breve pero profundo intercambio, Einstein dejó testimonio no de sus ecuaciones ni de sus teorías, sino de su humanismo, su filosofía vital y de una idea sencilla pero poderosa: el asombro es el motor del conocimiento. Su consejo, dirigido especialmente a los jóvenes, sigue siendo una brújula luminosa en un mundo que a veces parece haber perdido el hábito de maravillarse.

A continuación, compartimos la transcripción íntegra de esa conversación, traducida al español, tal como fue publicada en Life.

La conversación final de Einstein

Dr. Hermanns: “Vine porque me preocupa el crecimiento del antisemitismo. Los antisemitas lo difunden diciendo que tú quieres compartir nuestros secretos atómicos con Rusia.

Einstein: Quien diga eso no es más que otro mentiroso. El problema es la supervivencia de la humanidad. Si las naciones no están de acuerdo en principios básicos, todos nuestros tratados y armamentos no sirven de nada. No hay seguridad para uno si no es para todos; la seguridad es indivisible. Solo un gobierno supranacional, que incluya a todas las naciones, puede salvarnos.

H: Creo que una vez dijiste que uno podría llamar al Urgesetz, o ley de leyes, Dios.

E: Eres libre de llamar Dios a cualquier poder en el que creas. Pero si dices eso, ¿qué me estás diciendo en realidad? No puedo aceptar ningún concepto de Dios basado en el miedo a la vida, al miedo a la muerte, o en la fe ciega. No puedo probarte que haya un Dios.

Me acompañaban dos personas: mi hijo Pat, estudiante de primer año en Harvard, que desde hacía tiempo consideraba a Einstein como uno de sus héroes personales, y un amigo, el profesor William Hermanns, de San José, California, quien había conocido a Einstein años atrás en Alemania.

William Miller

H: ¿Pero no había ningún mensaje que pudiera llevar al obispo Sheen?

E: Si tienes que decirle algo sobre mí, dile que soy un hombre honesto.

Pat Miller, en ese momento, preguntó si había algo en lo que uno pudiera creer.

E: Ciertamente hay cosas en las que vale la pena creer. Creo en la hermandad entre los hombres y en la unicidad del individuo. Pero si me pides que pruebe lo que creo, no puedo. Sabes que es verdad, pero podrías pasarte toda la vida sin poder demostrarlo. La mente solo puede avanzar hasta cierto punto con lo que conoce y puede demostrar. Llega un momento en que la mente da un salto —llámalo intuición, o como quieras— y accede a un plano superior del conocimiento, pero nunca puede probar cómo llegó allí. Todos los grandes descubrimientos han implicado un salto así.

P: ¿Nos da la experiencia la verdad?

E: Esa es una pregunta difícil. Uno siempre está viendo cosas sin estar seguro de si realmente las ve. La verdad es un concepto verbal que no puede someterse a prueba matemática.

No intentes ser un hombre de éxito, sino un hombre de valor.

Albert Einstein

H: Una vez me dijiste que el progreso solo podía alcanzarse por la intuición, y no por la acumulación de conocimiento.

Einstein aconsejando a Pan Miller (derecha), junto al Dr. Hermanns. Fotografía real publicada en Life.

E: No es tan simple. El conocimiento también es necesario. Un niño con gran intuición no podría llegar a convertirse en alguien valioso sin algo de conocimiento. Pero llega un momento en la vida de cada uno en que solo la intuición puede dar el salto hacia adelante, sin saber exactamente cómo.

H: ¿Cree usted en el alma?

E: Sí, si con ello te refieres al espíritu vivo que nos impulsa a hacer cosas nobles por la humanidad.

William Miller: Ahora no encuentra razones para esforzarse en lograr algo [el editor quería exponer el dilema filosófico de su hijo Pat]

E: ¿No despierta tu curiosidad la cuestión de la ondulación de la luz? [dirigiéndose al joven Pat]

P: Sí, mucho.

E: ¿No es eso suficiente para ocupar tu curiosidad durante toda una vida?

P: Supongo que sí.

E: Entonces no dejes de pensar sobre las razones de lo que haces, sobre por qué preguntas lo que preguntas. Lo importante es no dejar nunca de hacerse preguntasLa curiosidad tiene su propia razón de existir. Uno no puede evitar el asombro al contemplar los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad. Basta con intentar comprender un poco de ese misterio cada día. Nunca pierdas una curiosidad sagrada. No intentes ser un hombre de éxito, sino un hombre de valor. Hoy se considera exitoso al que saca más de la vida que lo que aporta. Pero un hombre de valor es aquel que da más de lo que recibe.

Así dejó Einstein su escritorio, con sus ecuaciones en la pizarra, su pipa y sus papeles.

Pat señaló un árbol en el jardín y preguntó si se podía afirmar con certeza que era un árbol.

E: Todo esto podría ser un sueño. Puede que ni siquiera lo estés viendo.

P: Si supongo que lo estoy viendo, ¿cómo sé con exactitud que el árbol existe y dónde está?

E: Tienes que asumir algo. Alégrate de saber, aunque sea un poco, sobre algo que no puedes penetrar. No dejes de maravillarte.

Nunca pierdas una curiosidad sagrada

Albert Einstein

Referencias

  • William Miller (1955). Death of a Genius: Old Man’s Advice to Youth — “Never Lose a Holy Curiosity”. Life Magazine, 2 de mayo de 1955, pp. 62–66.

Cortesía de Muy Interesante



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