La vulnerabilidad es la materia prima de Dalia Gutmann, el oro para su manufactura, la masa con la que moldea el alimento que después ofrece en escena.
Tal vez parezca un poco cruel consigo misma, pero su intención en el fondo no es hablar de ella: hace una oda de la imperfección, de la contradicción, de la complejidad y la ridiculez humana. Humor = desdramatización.
Experiencia Dalia Gutmann, con dirección de Mariela Asensio en el Maipo, es un viaje fluido y divertido por la cabeza de esa comediante que saltó a la popularidad a fuerza de verborragia y ciclotimia. Desde su vivencia, se dirige estratégicamente al target de mujeres que transitan la perimenopausia (la transición hacia la menopausia), aunque no excluye a otros públicos.
Su centrifugadora de pensamientos pasa sin escala de la caída estrogénica al colágeno, de la era analógica del modelo de belleza Vicky Fariña a su Bat Mitzvá. Vomita sin piedad las penurias y la riqueza de lo femenino, y congrega a miles de mujeres, aunque su misión es otra: explicarle también a los hombres presentes que hay razones hormonales y un millón de cuestiones incomprendidas en el planeta Mujer.
Con mil palabras por minuto, mezcla, aglutina, revuelve, despedaza, vuelve a unir. Su hilván frenético toma consistencia y su don para el stand up triunfa. Habrá quien tilde sus monólogos de empáticos, “sororos” y otros que los interpreten distinto, pero ella siempre deja en claro que su misión es reírse y hacer reír con los embrollos y el desorden de su vida. El caos como su orden natural.
Las exigencias sobre el cuerpo en los benditos ’90, la meseta matrimonial, la fantasía de volver al “mercado de citas”, la ilusión consumista que supone una mejora de la vida, la maternidad, la generación hijos de cristal, el signo de Capricornio, Luis Miguel, las familias “quilombo” versus las otras… El público interactúa mientras ella le saca lustre al enojo con sí misma.
Dalia nunca deja de ponerle el cuerpo al escenario, baila, se arrastra por el piso, apela a lo corporal y exagerado cuando con las palabras no le alcanza para el desborde.
Sigue explotando ese rol que -aclara permanentemente- “no es de loser”, sino de quien desnuda sus inseguridades en un mundo en el que se compite por la vida más mentirosamente perfecta de Instagram. Puede dar la sensación de que se autoflagela o se castiga demasiado, pero ella no considera que sean “azotes”, sino justamente un ejercicio sobre la condición humana.
Apenas un sillón fucsia, una botella de agua y una pantalla en la que se proyectan graciosas fotos de su pasado y presente bastan para que lo importante no sea la escenografía, sino su parla. Ya lo dice siempre y en las tablas lo ratifica: Dalia es “una neurótica que quiere ser un canto a la vida” y aunque el tema siempre sea ese pantano de conflictos internos, el humor le quita lastre y se lo quita a los espectadores.
Próxima función: 9 de julio, a las 20.30. Teatro Maipo (Esmeralda 443).
Cortesía de Clarín
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