
El principal instrumento con el que cuenta todo régimen autoritario para mantenerse en el poder es el miedo. Provocar la sensación de que en todo momento los aparatos de seguridad del Estado pueden violentar la integridad de cualquier persona sin que exista defensa alguna ante ello, es el objetivo principal de aquellos que optan por la fuerza como la única manera de imponer su voluntad.
El terror sin límite termina por justificar cualquier barbaridad bajo el argumento según el cual el Estado es infalible y no puede cometer una injusticia que se tenga que evitar. Pero el miedo no se construye en un día, a menos que se trate de un golpe militar que suspenda de forma inmediata las garantías constitucionales.
Para que el miedo funcione en un proceso de transición entre una democracia y un gobierno autoritario es necesario primero, demoler una a una las instituciones que garantizan el Estado de derecho, para después construir un nuevo orden donde al no existir ningún mecanismo de defensa ante la autoridad, el miedo se convierta en el arma predilecta de los dueños del poder.
Por eso se persigue a ciertos periodistas y medios de comunicación no dispuestos a someterse a la nueva realidad, y se profundiza en el discurso del odio contra críticos y minorías que se convierten en traidores y enemigos del pueblo. Es este un proceso lento pero constante que, si no logra ser contenido, tiene la posibilidad de convertirse en un Estado totalitario donde nada ni nadie puede subsistir fuera de él.
Y no se trata únicamente de la ambición personal del caudillo y su sucesora, sino de la convicción propia de un partido cuya composición está formada por dos corrientes fundamentales. Una, heredera del priismo presidencialista que disfrazaba el autoritarismo de formas democráticas sin contenido alguno y la otra, producto de la ideología marxista–leninista donde el centralismo democrático era la propuesta de una democracia proletaria, y en la realidad la justificación de una dictadura burocrática.
En esos dos modelos de control político, el miedo fue un factor vital para evitar la rebelión de los ciudadanos, aunque finalmente sucumbieron ante el desgaste social y la movilización de la sociedad. Por lo pronto, el avance en lo que denominan Cuarta Transformación, no es más que un proceso iniciado en 2019 y cuyo objetivo final es la reconstrucción del caudillismo autoritario y la desaparición de las instituciones que sostuvieron la democracia representativa desde 1997 y hasta el 2019.
El miedo ha ido creciendo en forma proporcional a la destrucción de la república, con las consecuencias cada vez más perceptibles para la población.
Cortesía de El Economista
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