De todas las leyendas que aparecen en estas páginas, la de Cthulhu es la única que no tiene su base en las religiones o el folclore, sino que es producto confesado de la ficción. Su nacimiento se debe a la pluma del escritor norteamericano nacido en Providence Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), que lo creó como punto central de los llamados mitos de Cthulhu, una de las cumbres de la literatura de horror del siglo XX.
Lo que los distingue dentro de ese género es que introducen un tipo de neopaganismo que estaría basado en unos cultos ancestrales de naturaleza maligna. Para el filósofo y escritor Fernando Savater, que se cuenta entre los primeros divulgadores de la obra de Lovecraft en España, ese neopaganismo se opone al monoteísmo, tanto cristiano como cientista, “que mira con espanto el retorno distinto de lo imprevisible […], del pasado más pavorosamente remoto”.
Si a un vampiro se le puede rechazar con el símbolo de la cruz, contra las entidades de los mitos concebidos por Lovecraft, la humanidad, débil e ignorante, está indefensa.

El retorno de los malditos
La idea central de su obra se basa en la teoría, según él mismo explicó, de que en otras eras, mucho antes de la aparición del ser humano, la Tierra estuvo habitada por seres esencialmente distintos a nosotros –los llamados primordiales–, que fueron expulsados del planeta o aprisionados por practicar la magia negra, pero que continúan acechando en un plano exterior, esperando el momento de regresar para apoderarse de nuevo del mundo. En uno de los relatos más conocidos de los mitos, El horror de Dunwich, se indica:
“Los Antiguos fueron, los Antiguos son y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos. Caminan serenos y primarios, unidimensionales e invisibles para nosotros. El hombre reina donde Ellos reinaron una vez: pronto reinarán donde el hombre reina ahora”.
Pero, a pesar de todo su poder, precisan de la ayuda de aquellos lo bastante inconscientes como para pronunciar los hechizos contenidos en ciertos libros prohibidos –el más célebre es el ficticio Necronomicón, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred– que abren las puertas de este universo a esas monstruosidades milenarias.
Dioses amorfos y malvados
Los nombres de las criaturas sugieren adecuadamente su espantoso aspecto y sus motivaciones: Hastur –el innombrable–, Yog-Sothoth –el todo en uno y el uno en todo–, Azathoth –el que roe, gime y babea en el centro del vacío final–, Nyarlathotep –el mensajero de los dioses–… y entre ellos, como figura más sobresaliente, el gran Cthulhu, la más temible de una colección de seres cuya mera mención puede hacer perder la cordura.
Cthulhu habita, muerto pero esperando retornar a la vida, en las profundidades del océano, en la ciudad sumergida de R’lyeh, y su descripción es huidiza, por cuanto muy pocos de los mortales que han llegado a verlo pueden soportar su visión lo suficiente como para hacer un resumen de sus rasgos. Se le llama “el de los múltiples tentáculos”, y el relato donde más claramente podemos hacernos una idea del mismo es La llamada de Cthulhu (1928), considerado el verdadero inicio de los mitos.
En él, el protagonista va reuniendo pruebas sobre la presencia de un ente sobrenatural que comienzan con los papeles de un pariente difunto y continúan con testimonios de episodios sangrientos ocurridos en diversas partes del mundo, hasta culminar en el diario del único superviviente de una tripulación que llegó en barco a una isla desconocida –una parte de la citada R’lyeh– en la que se manifestó la criatura.

“Un monstruo de contornos vagamente antropomorfos”
“No es posible describir a ese Ser; no hay lenguaje que pueda transcribir semejante abismo de locura inmemorial, semejante transgresión de las leyes de la materia, la fuerza y el orden cósmico. Era una montaña lo que caminaba bamboleante”, relata.
Su apariencia se describe antes a través de dibujos y estatuas de sus seguidores como “un monstruo de contornos vagamente antropomorfos, aunque con cabeza de octópodo y cuyo rostro es una masa de palpos, un cuerpo de aspecto gomoso y cubierto de escamas, garras prodigiosas en las extremidades traseras y delanteras y unas alas estrechas en la espalda […]. La impresión general que producía era de vida anormal y del más penetrante pavor”.
La locura o la muerte
El ataque de Cthulhu a la embarcación es una de las escasísimas ocasiones en que uno de los dioses de los mitos realiza una acción directa. Por lo general, su influjo es mucho más sutil, pues se manifiestan en los sueños o se apoderan de las mentes de los humanos. Como consecuencia, se suelen producir muertes sumamente violentas, surgen cultos abominables y algunos artistas y escritores tratan de plasmar obsesivamente el aspecto imposible de esas criaturas.
La creciente certeza de su presencia es el esquema común de muchos de los relatos de Lovecraft, y la certificación final de que existen basta para concluir muchos de ellos de manera espantosa y desesperanzada. Porque, una vez aceptado lo inevitable, la locura o la muerte son la única vía de escape. No obstante, los mitos carecen de una continuidad estructural –son un conjunto de historias aisladas con un denominador común–. La derrota de la humanidad se intuye, pero nunca tiene lugar.

El espíritu de Lovecraft
Como no podía ser menos, y al igual que ha ocurrido con otros escritores del género, como Edgar Allan Poe, se ha intentado relacionar la peculiar biografía de Lovecraft con la concepción de los mitos. Es cierto que creció en una familia disfuncional –según parece, su madre era esquizofrénica–, que era de carácter solitario y retraído, ateo convencido y reacio al mundo moderno.
Fue su relación con otros escritores lo que terminaría originando el verdadero culto a los mitos, lo que se conocería como el Círculo de Lovecraft, cuyos integrantes continuarían escribiendo historias tras la muerte prematura de su creador, por un cáncer de intestino, a los 47 años.
El principal de ellos fue August Derleth, que integraría los relatos en un universo literario propio y consistente. Robert Bloch, Clark Ashton Smith o Robert E. Howard, creador de Conan el Bárbaro, también formarían parte de ese Círculo. Nuevas generaciones han tomado el relevo y la producción de relatos de los mitos no tiene visos de agotarse.
Mientras tanto, como tantas veces nos recuerda Lovecraft, “en su morada de R’lyeh, Cthulhu muerto aguarda soñando”.
Cortesía de Muy Interesante
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