En lo profundo de las selvas de Asia y las sabanas africanas, habita uno de los depredadores más fascinantes y temidos del mundo animal: la cobra escupidora. Este reptil no solo posee la clásica postura amenazante que despliega su capucha como advertencia, sino que además ha desarrollado una sorprendente habilidad para lanzar su veneno a distancia, con una precisión que rivaliza con la de un arquero experto. Un estudio publicado en Science reveló que esta extraordinaria capacidad podría tener un origen inesperado y profundamente humano.
El trabajo, liderado por un equipo internacional de investigadores del Liverpool School of Tropical Medicine, sugiere que el acto de escupir veneno no es una simple curiosidad evolutiva, sino una adaptación defensiva extremadamente especializada que ha surgido de forma independiente al menos tres veces en la historia evolutiva de las cobras. Lo más sorprendente es que el detonante de esta capacidad podría haber sido la amenaza que representaron nuestros propios antepasados.
Más allá del mordisco: la evolución del “arma química” más precisa de la naturaleza
Mientras la mayoría de las serpientes utilizan el veneno para capturar presas, las cobras escupidoras lo han adaptado como mecanismo defensivo. Su veneno no solo inmoviliza, sino que inflige un dolor ocular instantáneo que puede llevar a la ceguera si no se actúa con rapidez. Esta respuesta se dispara cuando el animal percibe una amenaza, y su objetivo es claro: los ojos del atacante.
Durante décadas, se pensó que esta capacidad era simplemente una extensión de su veneno ofensivo. Sin embargo, el estudio publicado en 2021, basado en un análisis exhaustivo de 17 especies de cobras, demuestra que el escupir veneno no solo implica una adaptación morfológica —como los orificios frontales en los colmillos—, sino también una transformación química en la composición del veneno.
Las cobras escupidoras han aumentado notablemente la presencia de una toxina específica, llamada fosfolipasa A2 (PLA2), que potencia el efecto doloroso de otras toxinas ya presentes. El veneno, lejos de actuar como un tranquilizante, se convierte en una mezcla inflamatoria diseñada para infligir una experiencia lo más desagradable posible. En otras palabras: no pretende matar, sino hacer que el agresor huya.

Un ejemplo insólito de evolución convergente
Uno de los aspectos más notables del estudio es que la capacidad de escupir veneno ha evolucionado de manera independiente en tres grupos distintos de cobras: las africanas, las asiáticas y el singular Hemachatus haemachatus, o rinkhals, una especie afín pero no perteneciente al género Naja. Esta coincidencia evolutiva, conocida como evolución convergente, sugiere que había una fuerte presión selectiva empujando a estas serpientes en la misma dirección. ¿Qué podría haber causado esa presión?
Las pruebas apuntan hacia un solo culpable: los homínidos.
Los científicos han comparado las fechas estimadas de aparición de la capacidad de escupir veneno con hitos clave en la evolución humana. Y los paralelismos son difíciles de ignorar. La primera aparición documentada del escupido en cobras africanas se sitúa hace entre 6,7 y 10,7 millones de años, coincidiendo con la divergencia entre los primeros homínidos y nuestros parientes más cercanos, los chimpancés. En Asia, el fenómeno aparece alrededor de hace 2,5 millones de años, justo cuando Homo erectus comenzaba a expandirse por el continente.
Nuestros antepasados, bípedos y con manos libres, eran más propensos a lanzar piedras o utilizar herramientas para defenderse de las amenazas, incluida la fauna peligrosa. A diferencia de otros depredadores que atacan a corta distancia, los humanos primitivos podían causar daño a distancia, obligando a las cobras a desarrollar una respuesta igualmente remota. Escupir veneno a los ojos de un atacante bípedo que se acerca con un palo es una estrategia brillante para disuadirlo sin necesidad de un combate cuerpo a cuerpo.
Veneno a presión y con puntería
La cobra escupidora no escupe como lo haría un humano. La expulsión del veneno se produce gracias a una contracción muscular precisa que presiona las glándulas de veneno, canalizándolo a través de orificios especialmente adaptados en los colmillos. El proceso ha sido documentado con cámaras de alta velocidad, que revelan cómo la cobra mueve su cabeza de lado a lado mientras escupe, creando un patrón de dispersión que maximiza las probabilidades de impacto ocular.
Esta técnica convierte a la cobra en un auténtico sistema de defensa de largo alcance. No necesita precisión quirúrgica: el abanico de veneno pulverizado se comporta como un proyectil múltiple, eficaz en un rango de hasta tres metros. De hecho, estudios han mostrado que algunas especies pueden alcanzar sus objetivos con una eficacia del 100% en distancias cortas.
Más allá del mito: el papel de la cobra en la cultura y la ciencia
Las cobras escupidoras han sido temidas, veneradas y malinterpretadas durante siglos. Desde relatos mitológicos hasta la medicina tradicional, su figura ha estado envuelta en un aura de misterio. Hoy, su veneno no solo se estudia para desarrollar antídotos vitales, sino también como una fuente de compuestos que podrían inspirar futuros analgésicos. Paradójicamente, las mismas toxinas que provocan un dolor indescriptible podrían algún día servir para aliviarlo.
El trabajo del Liverpool School of Tropical Medicine es clave en esta exploración. Su equipo, especializado en la recolección y análisis de venenos, ha desarrollado técnicas de manipulación y protección que permiten trabajar con estas serpientes sin sufrir consecuencias. Las cobras escupidoras, por su naturaleza, requieren un cuidado especial: gafas protectoras y escudos faciales son imprescindibles incluso antes de abrir su terrario.

Un capítulo inesperado en la historia compartida entre serpientes y humanos
El hallazgo, más allá de lo biológico, nos recuerda que la historia evolutiva no es un relato lineal donde los humanos caminan solos hacia el progreso. Nuestra presencia ha dejado huella incluso en la forma en que otras especies han aprendido a defenderse de nosotros. El veneno que hoy escupen las cobras es, en cierto modo, un reflejo de nuestro antiguo temor mutuo.
Y si en algún momento te topas con una de estas serpientes, recuerda que no es solo un animal con colmillos, sino el producto de millones de años de evolución —y quizás también de nuestros propios pasos por la sabana.
Referencias
- Kazandjian TD, Petras D, Robinson SD, et al. Convergent evolution of pain-inducing defensive venom components in spitting cobras. Science. 2021;371(6527):386-390. doi:10.1126/science.abb9303
Cortesía de Muy Interesante
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