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Un niño judío de 12 años se vio obligado a esconderse durante casi dos años en un bosque para evitar ser capturado y finalmente asesinado por los nazis que habían ocupado su pueblo en Polonia.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el pueblo de Buczacz (ahora llamado Buchach y ubicado en el oeste de Ucrania) fue ocupado por tropas soviéticas como parte de un acuerdo secreto entre Hitler y Stalin para dividir Polonia.
Unas semanas después de que las tropas alemanas invadieran el oeste y el norte de Polonia en septiembre de 1939, las tropas soviéticas invadieron el país desde el este.
Pero luego Alemania lanzó su ofensiva contra la Unión Soviética y, en 1941, el pueblo de Buczacz fue ocupado por tropas -y tanques- nazis, que comenzaron a perseguir, arrestar y asesinar a los judíos que vivían allí.
El día en que los judíos del pueblo fueron subidos a un camión para ser deportados a un campo de concentración y exterminio, el joven Oziac Fromm se vio obligado a huir para sobrevivir.
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Oziac Fromm nació en 1930 de madre checa y padre polaco. De niño, la familia se mudó de lo que entonces era Checoslovaquia a Buczacz, un pueblo de Polonia que ahora forma parte de Ucrania.
Hoy, los pocos recuerdos entrañables que Maxwell tiene de esa década son de su infancia y vida familiar.
“La casa estaba iluminada con velas; no teníamos electricidad”, contó Maxwell al programa Outlook de la BBC. “Siempre había un candelabro de plata sobre la mesa blanca. Todos los viernes, mi madre, mi padre, mi abuelo y mi abuela cenábamos juntos. Eran veladas inolvidables. La comida era excelente. Mi madre era muy buena cocinera”.
El hogar se caracterizaba por una clara división de trabajos, la madre era la del cariño, el padre era la exigencia.
“Él solo quería saber una cosa: ‘¿Cómo te va en la escuela?’. No jugaba conmigo de lo ocupado que estaba. Mi madre era la cocinera, la organizadora, quien me enseñó a leer, quien me ayudaba en la escuela. La quería y ella me quería. Me mortificaban todos los besos que me daba delante de otros niños”.
La persecusión
Poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, la ciudad fue ocupada inicialmente por las fuerzas soviéticas, pero la familia no se sintió amenazada. Pero en julio de 1941, fue tomada por los nazis.
Según Oziac, las fuerzas soviéticas ofrecieron a la familia un salvoconducto para escapar del avance alemán, pero su madre, quien lideraba la familia, rechazó la oferta.
“Dijo: ‘No puedo salir de casa. Los rusos estuvieron aquí dos años y no pasó nada drástico. ¿Qué podría pasar ahora?’. Esa fue la peor decisión que mi madre tomó en su vida, y le costó la vida a 62 miembros de mi familia. Recuerdo que quizás dos días después, llegaron los alemanes, y todo cambió”.
Tres semanas después de la ocupación nazi, el nuevo gobierno anunció un llamamiento a todos los judíos de entre 18 y 50 años para que se registraran en la comisaría. Cientos de personas se presentaron, incluido el padre de Oziac. Estos hombres fueron subidos a camiones y se los llevaron.
En ese momento, Buczacz albergaba a unos 8.000 judíos. A las familias se les dijo que los hombres habían sido llevados a Alemania para trabajar, pero en realidad, fueron fusilados en las afueras de la ciudad.
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La familia Fromm, al igual que otras familias judías, se vio obligada a mudarse a un gueto en una zona deteriorada de la ciudad.
“Éramos cuatro: mi madre, mi hermana de cinco años, mi abuelo y yo. Vivíamos con otras cuatro personas. Dos familias en una misma habitación”, dijo Oziac.
En noviembre de 1942, los nazis comenzaron a asaltar las casas del gueto en busca de judíos para deportarlos a campos de concentración y exterminio.
Un día, la Gestapo allanó la casa donde se alojaba su la familia y varias personas más.
“Los gritos eran insoportables. Los niños lloraban. Unas 20 personas bajaban corriendo las escaleras. Los agentes de la Gestapo entraron en nuestro apartamento y empezaron a echarnos. Mi abuelo estaba enfermo y ciego. Lo empujaron, se cayó por las escaleras y no pudo levantarse. Entonces, un policía bajó con un rifle y disparó, decapitándolo por la mitad. Esa escena me ha marcado para siempre”.
Oziac, su madre y su hermana fueron llevados a una cárcel donde, según él, había entre 300 y 400 personas. Estuvieron dos días sin comer, sentados en el suelo. Hasta que abrieron las puertas y todos los que estaban dentro tuvieron que irse.
“Salimos corriendo. Era un caos. Gritaban, empujaban a la gente hacia los camiones. Vi a dos policías agarrando a un bebé por los pies y arrojándolo, como si fuera una bolsa de basura, a un camión”.
Su madre entonces lo apartó y le dijo: “Tienes que correr porque nadie de nuestra familia va a salir con vida. Tienes que cuidarte para sobrevivir, ya no puedo ayudarte”. Y luego ella se fue con la hija hasta el camión”.
“Me levanté, me alejé y me escondí en un rincón. Al cabo de un rato, me levanté, salí y no vi a nadie más. Caminé hasta un puente y allí me interceptó un policía alemán. Me puso una pistola en la cabeza y me preguntó: ‘¿Eres judío?'”. Y le dije: “No”. Entonces se dio la vuelta y se fue.
La vida escondido
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Oziac localizó a una tía que se escondía en un restaurante. Ella lo envió a casa de un granjero polaco que vivía en un pueblo alejado de la ciudad. El granjero se llamaba Jasko y vivía con su esposa, Kasia, y sus dos hijos.
“Tenía una casa pequeña, con un dormitorio con una cama de paja, una sala de estar y una estufa grande. Me dijo que me desnudara y me dio pantalones y una camisa bordada. Cambió mi imagen de chico de ciudad a la de chico de campo. Empezó a llamarme ‘Staszek’. Me dio un nombre polaco y me dijo que, a partir de ahora, pertenecía a la familia, que era su sobrino”.
Unas semanas después, la policía llamó a la puerta de Jasko buscando judíos fugitivos. “Ese día, estaba ayudando a Kasia a preparar comida para los animales. La policía entró y le dijo a Jasko: ‘Nos han dicho que estás escondiendo judíos'”.
Lo primero que pensó el niño fue que todo se había acabado.
El mensaje del policía a su protector no dejaba lugar a dudas de la seriedad del momento: “Jasko, quiero decirte algo. Si nos dices dónde están, nos los llevamos y nos vamos. Pero si no nos lo dices y los encontramos, los mataremos. Y te mataremos a ti y a tu familia”. ¿Qué dices, Jasko?”.
“Me quedé sentado esperando a que dijera que escondía a un judío. Pero Jasko dijo: ‘No escondo a ningún judío. Siéntete libre de mirar por la casa’. Y entraron en la sala. Me aparté del banco. Miraron debajo de la mesa. Debajo de la cama. Miraron en el granero, en el establo… y se fueron. No encontraron a ningún judío”.
Pero ese fue el final de su tiempo en esa casa.
“Jasko me dijo: ‘Staszek, tendrás que irte. No puedo quedarme contigo. ¿Entiendes?’ Dije que sí. ‘Ven -me dijo- encontraremos un lugar en el bosque para que te quedes'”.
Con la ayuda de Jasko, encontraron una guarida, que transformaron en un pequeño refugio forrado de paja. Jasko les dio algunos consejos sobre qué comer y qué no comer, cómo hacer una trampa para conejos y cómo encender una fogata. Y así, Maxwell comenzó a vivir solo, a los 12 años, escondido en el bosque.
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Con el paso del tiempo, el niño empezó a sentirse cada vez más desconectado del mundo y se adaptó a su nuevo entorno.
“Ya ni siquiera parecía humano. Comía con las manos sucias, no me lavaba, era un animal. Y miraba al cielo y me sentía libre. Los pájaros y el bosque me aceptaban, les caía bien. Era parte de ellos”.
“Tenía mucha hambre, pasaba días sin comer. Comía hongos de los árboles, porque Jasko me enseñó que los hongos del suelo eran venenosos. Así que solo buscaba hongos en los árboles y bayas silvestres”.
Oziac empezó a comprender y a observar los sonidos del bosque, que le servían como una especie de señal de alerta ante la llegada de extraños. Y un día…
“De repente, el bosque quedó en silencio. Vi algunos animales corriendo, y luego, de repente, no pude oír nada. Entonces vi a un niño, quizás dos años menor que yo. Caminaba solo por el bosque. Dijo que estaba escondido con sus padres a unos kilómetros de distancia. Que su madre había ido a buscar comida a un granjero y no había regresado. Luego su padre fue a buscar comida y tampoco había regresado. Dijo que no había comido en dos días, y le di algo de comida. Se lo comió todo. Se llamaba Janek”.
Los dos comenzaron a vivir juntos, escondidos en el bosque. Ampliaron la guarida, forraron las paredes con piedra, y el suelo tenía techo, incluso una especie de pequeño horno improvisado hecho con una olla y un poco de carbón que Oziac había guardado. Era suficiente para entrar en calor en invierno.
“Nos desvestíamos, tirábamos la ropa afuera y luego nos sacábamos los piojos y las lombrices. Y hablábamos y jugábamos en el arroyo. Pero ahora tenía que buscar comida no solo para mí, sino también para él. Pero no me importaba porque valía la pena tener a alguien conmigo con quien hablar, con quien decir algo. Y era un niño inteligente, mucho más inteligente que yo.”
Pero aún tenían que tener mucho cuidado, por ejemplo, de no dejar rastro. Seguía existiendo la amenaza constante de patrullas de ucranianos simpatizantes de los nazis buscando judíos en el vecindario.
“Tenía mucho cuidado. Siempre conseguíamos entrar en la madriguera cuando pasaba alguien. Era muy pequeña. Nos metíamos a gatas. No podíamos sentarnos dentro de la madriguera, no podíamos hacer nada allí excepto dormir. Teníamos que entrar y acostarnos, lo cual era bueno”.
Disparos, gritos y un bebé
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Una mañana, Oziac y Janek se despertaron al oír gritos y disparos cerca.
“Los gritos y disparos duraron aproximadamente una hora, y luego se hizo el silencio. Convencí a Janek de que echara un vistazo a ver qué había pasado. Había nevado mucho durante la noche y todo estaba blanco. Y helado. Caminamos y usé una rama de pino para borrar nuestras huellas en la nieve. Bajamos al río, porque los disparos venían de allí”.
Oziac reconoce que había visto muertos antes, pero dice que lo que vio ese día fue mucho peor. Había ocho muertos, esparcidos por la nieve blanca.
“Janek nunca había visto nada igual y quería salir de allí. Pero yo era un poco más maduro que él y le dije: ‘¿Viste que llevan buen calzado?’ No tenía zapatos, llevaba trozos de tela en los pies porque mi zapato se había desintegrado con el tiempo. Agarramos zapatos, abrigos…”
En el escondite de las víctimas encontraron utensillos y comida. Pero no fue el único hallazgo: “Cuando miré, vi algo moviéndose al otro lado del río. Vi lo que parecía una mujer tumbada, moviéndose”.
La primera reacción de Janek fue salir de allí pero él consideró que quizás podían ayudarla.
“El borde estaba congelado y el agua helada. Janek no quería cruzar. Pero lo tiré de la mano y nos metimos en el agua. El agua estaba tan fría que nuestros cuerpos se congelaron al instante, sin sentir dolor alguno. Cuando llegamos, el cuerpo de la mujer no se movía. Pero había un bebé debajo de ella. Le habían disparado y cayó sobre el bebé. Y el bebé estaba vivo”.
Oziac y Janek llevaron al bebé al refugio. Le cambiaron la ropa mojada y sucia, vieron que era una niña y usaron ropa que habían sacado de los cuerpos de la orilla del río para hacer un pañal improvisado.
Pronto se dieron cuenta de que no podían cuidar al bebé. Oziac salió del refugio y fue tras un grupo de judíos que sabía que se escondían en la zona. Les contó la historia de los cuerpos en la orilla del río y del bebé que habían encontrado.
“Uno de los hombres me dijo: ‘Espera un momento, espera aquí’. Luego salió y trajo a una mujer, quien dijo que el bebé debía ser de su hermana. Los llevé al refugio, y cuando llegamos, Janek estaba muy enfermo con fiebre alta. Pregunté si podían ayudarlo. Pero dijeron que era pequeño y que se pondría bien”.
Cuando les preguntó si lo podían cuidar ellos, respondieron que no tenían espacio para ninguno de los dos, y se fueron con el bebé.
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“Unos días después, Janek empeoró. Y nos quedamos sin comida. Decidí hablar con Jasko para ver si podía ayudar a Janek. Janek me dijo: ‘No me dejes solo mucho tiempo’. Así que fui”.
Cuando Oziac llegó a la granja, Jasko no estaba y tuvo que esperarlo. Para cuando Jasko llegó, ya había anochecido. No fue hasta el día siguiente que Oziac regresó a la madriguera, trayendo el pan y el yogur que Jasko le había dado.
Pero cuando llegó al refugio, el saco que cubría la entrada de la madriguera había sido apartado. La guarida estaba fría y nevada. Janek no estaba.
“‘Quizás había ido a buscar agua’, pensé. Fui al río. Janek no estaba. Miré por todas partes. Regresé a la guarida, encendí el carbón, comí algo y volví a salir. Era tarde. Decidí buscar en otros lugares, lugares insólitos. Y entonces vi algo que sobresalía junto a un árbol. Me acerqué, quité la nieve, y allí estaba Janek, tirado en el suelo, congelado”.
Oziac volvió a buscar a Jasko para que lo ayudara pero cuando volvieron el adulto confirmó que el niño estaba muerto. Entonces decidió que Maxwell regresara con él y su familia.
A pesar de que la situación mejoró para él, Oziac se quedó con una gran culpa por lo ocurrido con Janek.
“No se metió al río por voluntad propia. Se metió porque yo lo jalé. ¿Y por qué fuimos allí a salvar al bebé? No significaba nada para mí. Ella no podía ayudarme, así que ¿por qué me metí al río a ayudarla? Así que era culpable de matar a Janek, y no podía sacármelo de la cabeza. Salvamos una vida, pero ¿qué significa ser un héroe y no tener a tu mejor amigo?”.
“Fui liberado para nada”
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Jasko sabía del avance de las tropas soviéticas hacia Alemania, que llegaron en julio de 1944 para liberar la ciudad de Buczacz de los nazis. Pero para Oziac, la liberación no representó un cambio positivo en su vida.
“Me liberaron a la nada. Había comida, escuelas, ropa, la gente tenía casa, pero yo no tenía nada. Y nadie me quería”.
A los 14 años, Oziac regresó a Buczacz y descubrió que era el único superviviente de su familia.
En total, 62 familiares fueron asesinados, y de los aproximadamente 8.000 judíos que vivían en la ciudad, solo quedaron 100.
En los años siguientes, continuó sobreviviendo, esta vez no solo en el bosque, sino realizando trabajos esporádicos en el mercado negro. Oziac logró ser incluido en un programa que enviaba a huérfanos judíos a Canadá, y fue allí, viviendo con una familia que lo acogió, donde cambió su nombre a Maxwell Smart en 1948.
Se convirtió en empresario, se casó, tuvo hijos, redescubrió su pasión por la pintura y hoy es dueño de dos galerías en Montreal.
Pasó décadas negándose a hablar de su pasado. Pero en 2019, fue contactado por el equipo de un documental sobre judíos que sobrevivieron milagrosamente al asedio nazi durante la Segunda Guerra Mundial, llamado Cheating Hitler (Engañando a Hitler). Este equipo localizó a familiares de Janek, el niño que vivía con él en el bosque, incluyendo a su tía.
“Fue muy grato conocer a la familia. Lloramos y recordamos a Janek. Y me dijeron que no debía sentirme culpable. ‘Lo alimentaste, viviste con él y lo cuidaste’, dijeron. ‘Gracias por prolongar su vida'”.
El equipo del documental aún tenía otra sorpresa reservada para Maxwell. Lo llevaron a Israel, donde conoció, en una residencia de ancianos, a Tova, la bebé que él y Janek habían rescatado de las orillas de aquel río helado. Sus tíos también sobrevivieron al asedio nazi y la criaron.
“Todos llorábamos. No solo encontré a Tova, que estaba enferma en cama, sino también a sus hijos y nietos. No se acordaba de mí, claro, era una bebé, pero no dejaba de acariciarme la mano. Y repetía: ‘Todo va a estar bien, todo va a estar bien'”.
En 2022, Maxwell Smart publicó el libro El niño en el bosque, que narra su historia. Al año siguiente, el libro se adaptó a una película homónima, protagonizada por Richard Armitage.
Esta es una adaptación al español de una historia publicada originalmente en inglés por BBC Outlook. Para escuchar la versión original, haz clic aquí.

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Cortesía de BBC Noticias
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