La selección de Robert Francis Prevost como el nuevo Papa León XIV (foto), lo sitúa en el centro de las actuales tensiones geopolíticas en la relación entre Europa, Estados Unidos y América Latina.
La designación debería ser leída como un gesto conservador, pero al fin y al cabo realista, por parte de un cónclave cardenalicio dividido más que antes entre sus tendencias conservadoras y reformistas, atemorizado ante la repetición de un papado con algunos signos disruptivos como el que encabezó Francisco, y que finalmente, habría optado por una vertiente transversal como una solución de compromiso que, a futuro, podría ser altamente redituable para la Iglesia.
En medio de un contexto en el que resulta clara la pérdida de hegemonía de la Iglesia europea (principalmente, de la italiana), tres elementos juegan a favor del progresismo del nuevo pontífice.
En primer lugar, la labor pastoral de Prevost en Perú extendida por más de dos décadas, enlazado a su conocimiento palpable de la realidad regional y, más aún, de la pobreza y precariedad de los sectores más vulnerables en la escena social latinoamericana.
Cuenta también su cercanía con el Papa Francisco, no sólo en términos ideológicos. Una relación de creciente confianza entre ambos posibilitó su nombramiento, en 2023, para el organismo vaticano dedicado a la selección de nuevos obispos y, luego, como presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, un dato no menor para un sacerdote de origen estadounidense.
Finalmente, pesó también su postura pública contra la política migratoria que actualmente está llevando adelante el gobierno republicano de Donald Trump con la complicidad de algunos mandatarios latinoamericanos como el de Nayib Bukele, en El Salvador.
Por otro lado, el cónclave de cardenales seguramente tuvo en cuenta otras consideraciones, como la comunidad católica de los Estados Unidos que, pese a ser de menos de un cuarto de la población total de ese país, atraviesa desde hace varios años un firme y sostenido crecimiento económico con claro impacto político, tal como lo refleja la llegada al poder de dos dirigentes católicos como son los casos del ex presidente Joe Biden y del actual vicepresidente de J. D. Vance.
En efecto, y sin contar sus amplias y numerosas propiedades inmobiliarias y las fundaciones de beneficencia asociadas, las casi 200 diócesis estadounidenses forman una de las unidades financieras más sólidas a nivel internacional gracias a sus más de 10 mil millones de dólares, inversiones a corto plazo y diversos fondos disponibles, a los que se suman aportes millonarios entregados en estos últimos años por el Congreso como así también por el gobierno federal.
Además, la Iglesia de Estados Unidos es actualmente el principal donante al Vaticano a nivel mundial como se evidencia, por ejemplo, en la donación anual del denario o del Óbolo de San Pedro, utilizado para financiar obras de caridad, iglesias locales en dificultad y algunas misiones apostólicas establecidas en zonas y regiones con altos índices de pobreza y de violencia.
En 2023, las diócesis que más dinero enviaron a Roma fueron las de Estados Unidos, con más de 15 millones de dólares, superando ampliamente a las donaciones realizadas por otros países como Italia (3,5 millones), Brasil (2 millones), Alemania (1,5 millones) y Francia (1,5 millones).
Las aportaciones recibidas por el Papa en 2023 a través de estas donaciones internacionales fueron de 58 millones de dólares: la feligresía católica estadounidense aportó casi un 30% del total para hacer frente a una suma que aumenta año a año junto con la presencia internacional del Vaticano.
Bajo el imperativo de ahondar en la impronta de una Iglesia compenetrada con las necesidades y los requerimientos del Sur Global pero, al mismo tiempo, frente a una dependencia económica cada vez más amplia, uno de los principales y más urgentes desafíos que tendrá León XIV será el de posicionarse frente a los Estados Unidos, el principal polo de poder hegemónico a nivel global.
Más allá de las convenientes críticas hacia la política migratoria de Donald Trump, al fin y al cabo, uno de los principales reclamos realizados desde América Latina, ¿hasta qué punto el flamante pontificado será influenciado por la agenda de política exterior asumida por Washington? ¿Cómo procederá frente a Rusia y en torno a Ucrania? ¿Qué postura asumirá ante la crisis de Medio Oriente y al involucramiento cada vez más frontal de la Casa Blanca en ella? ¿Cómo reaccionará al avance de China y que rol asumirá la Iglesia con relación a la encrucijada del Asia Pacífico?
Y lo más importante, ¿la derecha trumpista podrá condicionar de algún modo la labor del nuevo pontífice? Ya que, pese a su reserva inicial, es muy probable que la Casa Blanca busque capitalizar a su favor, y a como dé lugar, la experiencia inédita de un estadounidense en el trono de San Pedro.
Del Papa León XIV y de su capacidad y amplia experiencia política dependerá saber contener a aquellos sectores más moderados y conservadores de la Iglesia y, al mismo tiempo, resistir a las presiones ingentes del gobierno de los Estados Unidos, sin verse atrapado en medio de múltiples tensiones subterráneas que podrían coartar su libertad de movimiento y, finalmente, echar por tierra cualquier intento de transformación de la Iglesia católica, profundizando así en la senda que su inmediato predecesor, el Papa Francisco, comenzó a trazar a partir del 13 de marzo de 2013.
Cortesía de Página 12
Dejanos un comentario: