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- Autor, Dalia Ventura
- Título del autor, BBC News Mundo
En 1922, George Owen Squier, un general del Ejército de EE.UU., tuvo una idea revolucionaria.
En esa época, la radio era aún inestable, aparatosa y costosa pero, ¿qué tal si se llenaba de música cualquier espacio habitado valiéndose de los cables eléctricos?
Al fin y al cabo, los cables ya estaban tendidos, y él mismo había inventado la manera de transmitir no sólo más de un mensaje a la vez, sino sonidos y hasta imágenes a través de ellos.
La idea era que los hogares y lugares de trabajo que se suscribieran a su servicio de música, recibirían un pequeño receptor conectado a una red global que transmitiría una banda sonora para la vida cotidiana.
Si te suena familiar es porque el sistema que Squier creó fue el bisabuelo de servicios como Spotify e hizo posible que veamos tantos canales de televisión.
Al ser un visionario de pura cepa, a Squier probablemente no le habría sorprendido el fenómeno del streaming.
Lo que seguramente no anticipó fue que su creación se convertiría en algo despreciado por muchos.
Conocida como música de ascensor, hilo musical, muzak o incluso “tortura auditiva en do mayor”, ha sido vilipendiada al punto que, en 1986, el roquero Ted Nugent llegó a ofrecer US$10 millones para comprar la compañía que Squier fundó… y dejarla hundir.

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“Muzak es una fuerza maligna en la sociedad actual, que provoca en la gente ataques incontrolables de insulsez”, declaró, haciendo eco del desdeño que sentían muchos.
“Es responsable de arruinar a algunas de las mentes más brillantes de nuestra generación”.
No obstante, tanto su origen como su legado es más interesante de lo que aparenta, así que, si te intriga, pon tu música de fondo preferida y te lo contamos.
Música para oír, no escuchar
Si queremos empezar por el principio, debemos remontarnos un puñado de años antes de cuando Squier tuvo su brillante idea y recordar al compositor francés Erik Satie.
Satie era un inconformista cuyo nombre quizás no reconozcas, pero probablemente has escuchado Gymnopédie #1, una de sus composiciones, pues aparece en anuncios de televisión, bandas sonoras de películas y recopilaciones de música para relajarse.
El artista Fernand Léger, amigo de Satie, contó que después de que ambos escucharan “música vulgar insoportable” en un restaurante, Satie habló de la necesidad de “una música que formara parte del ambiente, que lo tuviera en cuenta”.
“La imaginó de naturaleza melódica: suavizaría el ruido de cuchillos y tenedores sin dominarlos, sin imponerse”.
No se quedó en palabras. En 1917, Santie compuso una colección de piezas bajo el título Musique d’ameublement o “Música de mobiliario”, que estaba pensada para ser discreta. Eran sonidos diseñados para ser oídos, pero no escuchados.
“La música de mobiliario es fundamentalmente industrial. La idea es hacer música para ocasiones en las que la música no tiene nada que hacer”, le escribió el compositor francés al escritor, pintor y cineasta Jean Cocteau.
Continuaba explicando que se trataba de composiciones pensadas para satisfacer necesidades útiles no artísticas, una música que cumplía el mismo papel que “la luz, el calor y el confort en todas sus formas”.
“Quien no ha oído la música de mobiliario, desconoce la felicidad”, dijo en su curiosa carta.

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En vida, Santie solo logró que se interpretara una de esas piezas, pero no pudo convencer al público de que siguiera sus instrucciones de charlar en lugar de escuchar mientras sonaba.
No lo sabría pero fue el precursor de lo que más tarde haría famosas a otras figuras musicales también poco convencionales, como Brian Eno, a quien se le atribuye el desarrollo de la “música ambiental” gracias a álbumes como “Música para aeropuertos”.
En su época, Santie era considerado más como un excéntrico que como un compositor respetable, pero al otro lado del Atlántico estaba Squier, quien gozaba de mucho respeto y los conocimientos necesarios para lograr lo que el primero imaginó.
Un científico militar
Pocas figuras en la historia de la música tienen un perfil tan inesperado como el de Squier.
Nacido en 1859 en Michigan, Squier no fue compositor ni intérprete ni empresario musical. Fue militar, científico, ingeniero y, sobre todo, un visionario de las telecomunicaciones.
Su carrera despegó al ingresar a la Academia Militar de West Point, desde donde escaló a puestos de liderazgo en el Signal Corps del Ejército de EE.UU., la rama encargada de las comunicaciones.
Había estudiado ingeniería eléctrica en la Universidad Johns Hopkins, pues quería mejorar sus conocimientos de balística y comunicaciones en el campo de batalla.
Tras comandar el barco que tendió cientos de kilómetros de cables para conectar soldados en islas remotas durante la Guerra Hispano-Estadounidense comprendió la necesidad de mejorar las comunicaciones para lograr victorias prontas y salvar vidas.
En ese entonces ya se contaba con el telégrafo y el teléfono, pero estos sólo transmitían una señal o conversación a la vez.
“Si se pudiera hacer que un cable hiciera el trabajo de muchos cables”, escribió Squier, “se resolvería la principal dificultad en las comunicaciones de campo con fines bélicos”.
Dicho y hecho: desarrolló un sistema para transmitir múltiples señales por el mismo cable a diferentes frecuencias.
Su “telegrafía y telefonía multiplex” aumentó la capacidad del cable telefónico estándar en un 400% y la del cable telegráfico en un 1.000%.
Con este salto tecnológico, Squier no solo resolvió un problema del presente, sino que abrió la puerta a un futuro en el que la información podría fluir de forma masiva, simultánea y global.
Marcó un punto de inflexión en la evolución de las telecomunicaciones, hacia la era de las comunicaciones modernas, al sentar las bases conceptuales de la transmisión simultánea de datos, voz e imágenes.

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Habiendo ideado la técnica para transmitir muchos mensajes a través de un solo canal físico, se le ocurrió transmitir un solo mensaje a muchos.
Y ese mensaje sería melódico.
Aplicó la llamada multiplexación para desarrollar sistemas de transmisión multipunto, en los que una fuente distribuye señales (como música o mensajes) a diversas ubicaciones simultáneamente.
Ese concepto derivaría en su contribución más peculiar y la que lo inscribiría para siempre en el rincón más insospechado de la historia musical.
Millones felices
Squier patentó esta idea en 1922.
En aquella época, la radio estaba aún en sus inicios, y las señales de transmisión eran débiles y plagadas de interferencias y estática.
Él tenía la solución a “los difíciles y desconcertantes problemas de la radiodifusión”: en lugar de transmitir por el aire, se podían aprovechar “los extensos tentáculos de las dos vastas redes de cableado, el telefónico y el eléctrico”, que ya se encontraban en contacto en millones de hogares estadounidenses, escribió.
Su sistema permitía transmitir música grabada, sin necesidad de radios o antenas.
Tras licenciar su tecnología a un conglomerado de servicios públicos llamado North American Company, el nuevo servicio, que bautizaron Wired Radio, fue puesto a prueba en Staten Island, Nueva York. Fue todo un éxito.
Pero para cuando estuvieron listos para lanzarlo a gran escala, a principios de la década de 1930, la radio comercial ya se había consolidado.
Squier no se desanimó: pensó que había lugares que agradecerían recibir sólo música, sin propaganda ni locutores.
La compañía fue rebautizada como Muzak, un nombre mucho más pegajoso que era una combinación de “music” y “Kodak”, que entonces era una marca sinónimo de modernidad y tecnología.
Contrataron bandas y orquestas de renombre para grabar selecciones originales, creando unos archivos impresionantes.
Squier murió en 1934, antes de constatar cuánta razón había tenido.

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Con los años, los investigadores de Muzak descubrieron algo inesperado.
Parecía que la música de fondo alegraba a los obreros y los hacía más productivos, particularmente si sonaba en bloques de 15 minutos y estaba compuesta para darle a los oyentes la sensación de progreso.
Patentaron la idea con el nombre de Estímulo Progresivo y, a pesar de que en retrospectiva se ha cuestionado la ciencia detrás de los estudios originales, aún hoy se siguen usando hilos musicales en ámbitos muy variados por su efecto motivacional.
Pronto, la música de Muzak llegaba a decenas de millones de personas cada día.
En su apogeo, en los 50 y 60, sus arreglos orquestales internos emanaban de las paredes de los vestíbulos de hoteles, empresas, salas VIP de aeropuertos, consultorios médicos, restaurantes y fábricas.
Acompañaban la hora de cóctel y cenas en hogares… llegó incluso a la Casa Blanca, cuando la residencia presidencial se conectó con Muzak en 1953, durante el gobierno de Dwight Eisenhower.
Tan omnipresente era que empezó a provocar rechazo y, poco a poco, la marca Muzak, con mayúscula, se convirtió en un sustantivo (“muzak”) con connotaciones negativas.
Millones infelices
“La vida sin música sería un error”, dijo el filósofo Nietzsche, pero ¿no lo será también la vida sin silencio?
Con la globalización y la urbanización creando cada vez más de los que el antropólogo francés Marc Augé denominó “no-lugares”, como centros comerciales o aeropuertos, más y más espacios se fueron impregnando de música ambiental.
De igual forma, más y más gente se fue hastiando de lo que percibían como contaminación sonora, melodías impuestas de las que no podían escapar.

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Muzak y sus descendientes pasaron a ser, para muchos, música anodina, en el mejor de los casos, o manipuladora, lavadora de celebro y hasta dictatorial.
Surgieron incluso grupos como el británico Pipedown (“baja el volumen”), que argumentaba que dado que la apreciación musical es cuestión de gustos, la imposición deprimía tantos ánimos como los que animaba.
Con el apoyo de grandes personalidades y mucha gente de a pie, se fue logrando silenciar desde aeropuertos hasta almacenes.
No obstante, la música de fondo no sólo persiste, sino que prolifera, con modalidades como las listas de reproducción diseñadas para regular el estado de ánimo de servicios como Spotify, Apple Music y Amazon Music.
Aunque tienen la ventaja de que se tienden a escuchar a través de audífonos, siguen siendo, como indicó la crítica Liz Pelly en 2017, un intento “de convertir toda la música en papel tapiz emocional”, algo que “ha contribuido a que toda la música se parezca más a muzak”.
Muzak, la compañía, fue adquirida en 2011 por Mood Media, una empresa que ofrece música, letreros, aromas y contenido de video en tiendas.
Muzak, como concepto, creó todo un género de música ambiental, fomentó cientos de estudios sobre el poder de sugestión de la música y, aunque se dice quedó obsoleto por la tecnología y la demanda, pervive.
Y sí, en su versión original o las derivadas, puede ser desesperante.
Pero la próxima vez que te dejen esperando en una llamada, obligándote a oír melodías estilizadas, recuerda lo que destaca un documento de la Oficina de Patentes y Marcas de EE. UU. sobre Política de Propiedad Intelectual:
“Creada por el general de brigada George Owen Squier, Muzak combinó la tecnología de la radio inalámbrica y las comunicaciones por cable. (…) Su innovación tecnológica en comunicaciones evolucionó hasta convertirse en la fibra óptica y los cientos de canales de la televisión por cable de hoy en día”.

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Cortesía de BBC Noticias
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