
El presidente de los Estados Unidos Donald Trump es sin duda un personaje que concibe la política como un negocio. Todo lo interpreta a partir del principio según el cual obtener una ganancia económica es idéntico a derrotar a un adversario político. Por ello su obsesión por mantener balanzas comerciales favorables a su país, sin considerar que ello puede provocar una recesión como consecuencia de la aplicación de aranceles cuyo objetivo es forzar al exportador a pagar impuestos que terminan afectando al consumidor norteamericano.
En este contexto negociar con Trump exige disciplina y por supuesto contar con armas lo suficientemente poderosas como para disuadir al gigante del norte. Con una débil economía y sin contar con instrumentos de combate como los tiene China, la presión que puede ejercer el gobierno mexicano sobre la Casa Blanca se limita a la contención o no de la migración ilegal, y al combate efectivo contra el crimen organizado a pesar del costo político que esto ocasiona a una clase política morenista involucrada en este negocio criminal.
Y es que los mensajes enviados desde Washington han sido claros. Desde los ataques aéreos a naves presuntamente cargadas con drogas, hasta la cancelación de los permisos necesarios para que el AIFA funcione como aeropuerto con acceso a los Estados Unidos, pasando por los obstáculos puestos en el camino para una renegociación fructífera del T.MEC, todo apunta a la puesta en marcha de una maquinaria de presión brutal sobre el gobierno mexicano por parte de Trump.
El alineamiento de la política exterior mexicana con el eje Colombia – Venezuela – Cuba, complica aún más la colaboración con una administración norteamericana dispuesta a demostrarle al mundo entero su poderío militar y económico sin límite alguno. Sheinbaum ha evitado caer en el pleito personal con Trump, pero la simpatía que el mandatario del norte expresa hacia la presidenta no alcanza para conciliar los intereses contrapuestos de México y Estados Unidos.
Si bien la vecindad geográfica ha unido a ambos países en muchos sentidos, los dos populismos que hoy los gobiernan tienen diferencias de fondo imposibles de superar. El choque es inevitable por más que la Presidenta siga evadiendo las advertencias veladas o explícitas de Trump.
Hoy el argumento de la defensa de la soberanía nacional frente a la amenaza extranjera no se sostiene. El tema del combate al crimen organizado no es un pretexto del imperio del norte para adueñarse de nuestro territorio. Es una realidad que daña la seguridad de ambas naciones y que debería ser atendida con un frente común, independientemente de las diferencias e intereses contrapuestos de los dos países.
Sin este acuerdo, la soberanía nacional mexicana se perderá a manos de los delincuentes, y la reacción de Trump será tan incierta como todas las ocurrencias del Ejecutivo norteamericano.
Cortesía de El Economista
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