El Premio Nobel de Física 2025 y el efecto Harry Potter

¿Recuerdas aquella escena en la que Harry Potter atraviesa un muro para llegar a la Plataforma 9¾? Algo que parecía magia podría, en cierto modo, tener hoy un eco en la realidad.

El mundo cuántico sigue siendo un territorio de asombro y paradojas: universos simultáneos, estados ambiguos y partículas que cruzan barreras que, según la Mecánica Clásica, deberían ser impenetrables. Sin embargo, el Premio Nobel de Física 2025 nos recuerda que esas rarezas no son simples curiosidades teóricas del mundo cuántico, sino manifestaciones profundas de la naturaleza que, bajo las condiciones adecuadas, pueden hacerse visibles en nuestro propio mundo.

La Real Academia de las Ciencias de Suecia ha galardonado a John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis “por el descubrimiento del efecto túnel cuántico macroscópico y la cuantización de la energía en un circuito eléctrico”. En otras palabras, demostraron que las leyes que gobiernan el comportamiento de las partículas subatómicas no están confinadas a esa escala diminuta, sino que también pueden extenderse al mundo macroscópico cuando las condiciones son las apropiadas.

Para comprender la magnitud de este hallazgo, conviene retomar el concepto central del Premio: el efecto túnel.

Imagina que, al igual que Harry Potter, corres hacia un muro. Según la Física, lo lógico sería chocar y rebotar. Ningún objeto puede atravesar una barrera si no posee la energía suficiente para hacerlo. Pero en el mundo cuántico las reglas son distintas. Existe una pequeña probabilidad de que una partícula “aparezca” al otro lado del muro, como si lo hubiera atravesado por un túnel invisible.

Eso es, en esencia, el efecto túnel: un fenómeno en el que una partícula, como un electrón, un protón o incluso un átomo, puede cruzar una barrera de energía que, en teoría, debería detenerla por completo. No se trata de magia, sino de una consecuencia directa de la dualidad onda-partícula, esa propiedad que permite que la materia se comporte simultáneamente como partícula y como onda, extendiendo parte de su presencia más allá de los límites que una barrera impone.

Sin embargo, el experimento laureado va mucho más allá. Los científicos construyeron un circuito superconductor separado por una capa extremadamente delgada de material aislante. Al conducir corriente por este sistema, bajo condiciones extremas, observaron que el conjunto completo de portadores de carga se comportaba como una única “partícula gigante” capaz de atravesar la barrera de manera cuántica. No es una metáfora; se trata de un salto conceptual que tiende un puente entre el mundo cuántico y el macroscópico.

Este hallazgo desafía la respuesta a una pregunta que a menudo damos por sentada: ¿hasta qué punto lo cuántico puede manifestarse en lo tangible? Los experimentos de Clarke, Devoret y Martinis abren una grieta fascinante entre lo microscópico (lo invisible) y lo macroscópico (lo perceptible), mostrando que lo que antes parecía exclusivo de las partículas subatómicas puede expresarse ahora en dispositivos “grandes”.

El Nobel no solo premia la elegancia científica, sino también su potencial transformador. Este tipo de control cuántico a escalas mayores es esencial para el desarrollo de tecnologías emergentes como la computación cuántica, los sensores de ultra-precisión o la criptografía cuántica, campos donde el manejo exacto de los estados cuánticos marca la diferencia entre la teoría y el futuro.

Con ello, algunas lecciones sobresalen. Lo abstracto puede tener rostro práctico: los fenómenos cuánticos no se quedan en las fórmulas; avances como este muestran que pueden traducirse en innovación tecnológica. La ciencia que se premia hoy es la que arriesga: no basta con refinar teorías, hay que atreverse a romper paradigmas y conectar mundos que antes creíamos separados. Por último, comunicar lo complejo también es un deber; comprender la ciencia no es un lujo intelectual, sino una forma de entender hacia dónde se mueve el mundo.

Hoy celebramos no solo la brillantez de tres investigadores, sino también un gesto simbólico: el túnel cuántico nos recuerda que las barreras energéticas, conceptuales o institucionales no siempre son infranqueables. La ciencia, cuando se expone en su plenitud, es capaz de atravesar todo tipo de barreras.

*El autor es investigador postdoctoral SECIHTI del Cinvestav Mérida.

Cortesía de El Economista



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