
El Premio Mundial de la Alimentación (World Food Price por sus siglas en inglés) se entrega cada año en Des Moines, Iowa. Fue instituido en el año 1986 por Norman Borlaug con el patrocinio de la empresa General Foods y del empresario y filántropo John Ruan, (Iowa 1914-2010).
Este importante reconocimiento es considerado como el premio Nobel de la Agricultura y los galardonados son reconocidos por sus contribuciones técnicas y científicas a la seguridad alimentaria mundial, por ejemplo: mejoramiento genético de los cultivos comestibles; resistencia a plagas y enfermedades; conservación de la variabilidad genética; aplicaciones de buenas prácticas agrícolas que mejoran los rendimientos y el ambiente, implementación de programas, acciones y decisiones que apoyan la lucha contra el hambre y la desnutrición. Por lo general se reconocen a aquellas aportaciones individuales que impactan positivamente en la seguridad alimentaria del mayor número de personas.
Vale la pena recordar que el Dr. Norman Borlaug es considerado el padre de la llamada “revolución verde”, que comenzó desde que en 1944 llego a México para trabajar en la conformación del Centro internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT). Ahí, junto con genetistas de México y de otros países, desarrolló variedades mejoradas de trigo, con lo que se incrementó exponencialmente la productividad y gracias a lo cual fue posible dar de comer a decenas de millones de personas, principalmente en los países asiáticos que en la década de los 60 del siglo pasado padecían hambre por el ataque de la roya del tallo (stem rust) a las variedades de trigo que en ese entonces se cultivaban en el mundo.
El Dr. Borlaug, con base en sus investigaciones, diseño un paquete tecnológico, basado en variedades tolerantes a la roya del tallo que provoca el acame (caída del cultivo por efecto de la enfermedad y del viento en plantas de porte alto) cuya implementación evitó la muerte de millones de personas en la India, Pakistán, Nepal y en otros países asiáticos y africanos. Sus innovaciones tecnológicas fueron rápidamente replicadas en todo el mundo, lo que le valió ser galardonado en 1970 con el Premio Nobel de la Paz, quizás ha sido el único científico y agrónomo que ha recibido esta distinción.
Además del mejoramiento de variedades de trigo, maíz y arroz, la Revolución Verde introdujo el uso de agroquímicos que ayudaban a su crecimiento; de plaguicidas e insecticidas que combatían las plagas y enfermedades que les afectaban; y herbicidas que eliminaban las malezas que competían por los nutrientes en el suelo.
La nueva forma de producir también incluyó sistemas de riego intensivo y más mecanización en los procesos productivos. Lo anterior ha dado argumentos a la crítica que hoy hacen grupos ambientalistas ante lo que en el pasado fue una necesidad.
Aunque hay algo de razón en ello, un análisis serio y riguroso debe considerar el contexto con al menos dos factores; en primer lugar, recordar lo que acontecía durante esas críticas décadas de 1960-1970, en las que no había otras alternativas reales para solventar el problema de hambre de millones de personas.
En segundo lugar, de no haberse implementado tales paquetes tecnológicos, con las herramientas e insumos disponibles en aquella época hubiera sido insuficiente por los bajos rendimientos y el ataque de plagas y enfermedades.
Una agricultura extensiva hubiera requerido ampliar la frontera agrícola en el mundo a un ritmo vertiginoso.
Coincido en que, en tiempos actuales, la Revolución Verde como modelo productivo debe dar lugar a otras alternativas más sustentables, pero ignorar su legado como contribución a la agricultura que hoy sostiene la alimentación de la humanidad es una muestra de ignorancia y de una visión ideológica sesgada que no hace justicia al rescate de tantas vidas humanas.
Por eso es importante que iniciativas como el Premio Mundial de la Alimentación continúen reconociendo el trabajo de las personas que han logrado innovar en la producción agrícola y en el combate al hambre; como la Doctora Evangelina Villegas (CDMX 1924-2017), la primera mujer y única mexicana que ha sido galardonada con ese premio por su contribución al desarrollo de variedades de trigo de alta calidad proteica.
Considero que nuestro país debe dar un reconocimiento a la altura de su legado tanto al Dr. Norman Borlaug como a la Dra. Evangelina Villegas. Además, no debemos olvidar que la Revolución Verde nació en los campos experimentales de El Batán, Texcoco; en el campo experimental del CIMMYT en Toluca y en El CIANO en Cd. Obregón, Sonora, donde por cierto se encuentran parte de las cenizas de Borlaug porque así él lo dispuso.
Habrá tiempo para que los agricultores mexicanos que cultivan trigo y otros cereales, y sobre todo las empresas que se han beneficiado de sus variedades, honren este testamento. Y qué meritorio que en Chapingo se conserve el busto del Dr. Borlaug en la calzada de los agrónomos ilustres. Bien por mi alma mater.
Cortesía de El Economista
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